La reparación persigue la justicia

Diego Jiménez es director académico de la Sede en Ambato de la PUCE. Cree en la capacidad del ser humano de cultivarse para ser mejor. Foto: Glenda Giacometti/ El Comercio

Diego Jiménez es director académico de la Sede en Ambato de la PUCE. Cree en la capacidad del ser humano de cultivarse para ser mejor. Foto: Glenda Giacometti/ El Comercio

Diego Jiménez es director académico de la Sede en Ambato de la PUCE. Cree en la capacidad del ser humano de cultivarse para ser mejor. Foto: Glenda Giacometti/ El Comercio

‘El hombre es un lobo para el hombre’. Así definió el filósofo inglés Hobbes al ser humano. Para él, las personas son malas por naturaleza y están en lucha permanente con su prójimo. La frase que usó para describirnos hace una metáfora del animal salvaje que llevamos dentro y es capaz de cometer actos arbirarios que han dejado víctimas y que ahora deben ser reparadas.

Es el tema de la entrevista con Diego Jiménez Bósquez, quien vivió de cerca el proceso de reconciliación de Colombia y ha dedicado sus investigaciones al humanismo.

Cuando se habla de reparación, ¿de qué se habla?
Es hacer esfuerzos por devolverle a algo o a alguien su estado propio o natural; es tratar de corregir aquello que altera negativamente una situación que en su normalidad es deseable. La idea de reparación está en los orígenes mismos de nuestras ideas sobre lo justo. Jurídicamente hablando, es una categoría propia del neoconstitucionalismo desde la cual se propone un tipo concreto de legislación orientada a procurar, en quien haya vulnerado los derechos fundamentales de alguien, la obligatoriedad de reparar lo dañado. La finalidad de la reparación es la justicia y la idea es que la reparación sea proporcional a la gravedad del daño causado.

¿Cómo se aplica esta reparación para las víctimas?
Los daños pueden ser de diverso orden: objetivos o subjetivos, por usar dos palabras, no siempre precisas. Un daño es objetivo en el plano de lo material. Por ejemplo, usted daña la pared de la casa de su vecino. Una vez probada su responsabilidad, debe reparar la pared y dejarla en las mismas condiciones en las que se encontraba antes del daño provocado. El daño es subjetivo cuando lo que se vulnera no es material ni físicamente cuantificable o perceptible; y aquí el asunto se vuelve complejo.

Entonces, ¿cómo se repara la dignidad de una per­sona a la que se le han vulnerado sus derechos?
Es difícil reparar lo dañado en el orden de lo subjetivo, de lo simbólico, de lo moral. Hoy, los esfuerzos de muchos juristas están enfocados precisamente en esto. Pues no hay complejidad que anule el derecho que tenemos las personas a ser reparadas cuando hemos sido vulneradas.

¿Puede una vida repararse luego de una pérdida o de un daño?
Es imposible. Hay pérdidas que no pueden ser repuestas ni reparadas. Pero esta imposibilidad de reparar algunas pérdidas no anula la intuición que la comporta. De hecho, estos límites de la idea de reparación nos sugieren que hay algunas pérdidas ante las cuales no procede que nos situemos desde el deseo de reparación. Después de esas pérdidas la vida no es igual. La realidad es que todos llevamos en nuestra historia personal algunas pérdidas después de las cuales la vida no es la misma.

¿Cómo asumimos, entonces, esa pérdida ?
Es importante que nos preparemos para ciertas pérdidas, y una forma de hacerlo es empezar por asumir que no tenemos el control total sobre aquello que consideramos valioso. La fortuna, en los términos en que fue descrita por Aristóteles, puede irrumpir en nuestros planes de vida buena y cambiar radicalmente su orientación. Por otro lado, el hecho de que existen pérdidas irreparables es una buena oportunidad para advertir lo crueles que podemos ser con nosotros mismos cuando nuestra idea de justicia es solo punitiva. Hay crímenes frente a los que el castigo duro y sin más se queda corto. De ahí que el juez, como observador imparcial, tiene que ser alguien capaz de una sensibilidad que en la medida de lo posible lo acerque objetiva y compasivamente a los dramas frente a los cuales debe pronunciarse.

¿La reparación se puede entender como sinónimo de reconciliación?
La reconciliación y el perdón son formas privilegiadas de las relaciones humanas a través de las cuales, en determinadas circunstancias, podemos lograr cierta redención de los dolores provocados por la vulneración de derechos. El perdón y la misericordia tienen la capacidad de humanizarnos y son recursos valiosos en procesos de reparación o de justicia transicional (hay que ver el caso de Sudáfrica, por ejemplo). No obstante, no podemos legislar el perdón. No puede mandarse por ley que la víctima acepte perdonar a su victimario. Pero sí podemos, como sociedad, ir creando una sensibilidad ciudadana más proclive al perdón que a la venganza; un tipo de ciudadanía menos propensa a condenar y con mayor capacidad de compasión. La capacidad de perdonar es un poder social que no debe ni puede ser malgastado. Pues, en el sentido de lo que alguna vez decía Derridá, el perdón auténtico se produce cuando se es capaz de perdonar lo imperdonable.

¿Existe justicia en una reparación?
Si nuestra idea de justicia es el ojo por ojo y diente por diente, no hay justicia en la reparación. Y no solo porque la reparación no alcance a devolvernos todo lo que hemos perdido, todo aquello en lo que se nos ha vulnerado. Sino porque no podemos actuar movidos por la venganza; cuando la venganza es el motor de nuestras exigencias nunca es suficiente. Una sociedad estable, justa, en la cual la convivencia sea posible, y en la que cada uno pueda elegir cómo vivir, no se construye sobre la venganza sino sobre valores como la cooperación, el perdón, la fraternidad…

¿Puede haber perdón para quien ha dejado una marca imborrable en alguien?
Si perdón es igual a olvido, yo no creo que sea posible. Nadie olvida la huella de algo imborrable. No obstante, si aquí perdón nos sugiere más bien una manera en la que asimilamos e incorporamos en nuestra vida ciertas pérdidas, a través de lo cual nuestra sed de venganza se ahoga y logramos canalizar esas fuerzas hacia la promoción de actitudes que nos permitan vivir y hacer sostenible la vida, entonces creo que no solo es posible, sino que el perdón se vuelve deseable.

¿La compensación económica solventa un daño?
Hay daños que no solo pueden sino que deben ser compensados económicamente; hay otros que de ninguna manera pueden ser pecuniariamente reparables. Los seres humanos tenemos dignidad, no precio. Y es un insulto a la dignidad de las víctimas, en ciertas ocasiones, pensar que una compensación económica basta. Existen otras formas de reparación, las simbólicas, por ejemplo, que pueden ser, dependiendo de la situación, mucho más efectivas que las económicas.

Las divergencias filosóficas, políticas, morales y religiosas de las sociedades ¿inciden en la aplicación de una reparación real?
Esas divergencias resultan constitutivas a la hora de darle sentido a la vida. Nuestras opciones morales, religiosas y políticas nos ayudan a darle contenido a la existencia. De ahí que es normal que incidan en los procesos de reparación, y mucho más de lo que algunos estarían dispuestos a admitir. A veces esas divergencias son un problema y un obstáculo para la búsqueda de soluciones efectivas en los procesos de reparación. Lo que se dañó es probable que tenga un significado para la víctima, otro para el victimario y otro para el legislador.

Si estamos conscientes del daño que podemos causar, ¿seremos capaces de asumir las consecuencias?
Sí. Desde luego que somos capaces de asumir las consecuencias de nuestros actos. Pensar que no podemos es no reconocer nuestros poderes y capacidades racionales y morales. El asunto es que no nacemos así, esas capacidades deben ser promovidas, cultivadas. Como dice Adela Cortina, retomando una idea del mundo griego, la humanidad tiene que cultivarse; los seres humanos debemos asumir la tarea de labrarnos un buen carácter. Y uno de los fines, quizá el más importante de todos, es que podemos descubrirnos en aquello que Kant llamaba el reino de los fines, donde cada uno se sabe a sí mismo y a los demás con dignidad propia; siempre como fines, nunca como medios.

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