Vista aérea del Centro Histórico. La quinta fachada guarda armonía y unidad. Foto: Archivo / EL COMERCIO
La quinta fachada del Centro Histórico de Quito se ve desde las alturas; las demás, desde la calle. Es una expresión de la unidad dentro de la diversidad: armónica, proporcionada y hasta bella. Basta ver una fotografía del siglo XIX. Lo explicaba hace muchos años. Ahora, confrontando con la nueva expansión urbanística, lo destaco nuevamente.
Todo lo contrario sucede con la quinta fachada del Quito contemporáneo. Trata de anular la poderosa ondulación del suelo; se pelea con ella. Es una necedad. Es indescifrable, pretensiosa, desproporcionada, ilegible. Producto de la suma de caprichos individualistas no controlados que satisfacen la demanda de los inversionistas. Como si la arquitectura hubiese sido reducida a un mero producto financiero de funcional, eficaz y rápida rentabilidad.
La quinta fachada urbana del Centro Histórico, vista desde San Juan o desde el Panecillo, mantenida incólume hasta principios del siglo XX, se presenta como un tejido armonioso hecho con llenos (techos de teja) y de vacíos (patios, plazas, parques y calles), cuya unidad -con diversidad- armónica (relación agradable entre las partes, entre los colores, las luces y las sombras), está proporcionada. Aparece como una epidermis de cal, tierra, piedra y ladrillo con espesor uniforme que se acomoda con sutileza a la ondulación de las colinas.
Bien se la podría entender como la expresión externa de la escala humana con la que se construían las casas, los edificios y las iglesias. La ciudad.
Como si se hubiese propuesta aplicar aquellos principios con los cuales los griegos, hace veinticinco siglos, materializaron en el Partenón el sentido abstracto de belleza operativizado a partir del estudio y la observación de la naturaleza. En ella se encuentra la proporción áurea y otras cualidades de lo hermoso, tal como se aprecia en los encendidos atardeceres de Quito trasladados al lienzo por Oswaldo Guayasamín, en los inabarcables paisajes andinos o desde la orilla del mar cuando se ve cómo se oculta el sol, por no hacer referencia a la magnificencia de las cataratas de Iguazú que conmueven y emocionan.
A pesar de la agresión de los contenedores de hormigón y de cristal que sufre la naturaleza, las mil caras de Quito no se han perdido.
*Arquitecto, académico, conferencista.