La zona es protegida por miembros de la localidad, para cuidar la naturaleza. Cortesía: Comunidad Indígena Pucará de Pesillo
Como Ventana Grande se conoce a una zona rocosa de la cima de las montañas de la comunidad de Pesillo, en Cayambe, Pichincha. La erosión formó un hoyo, de aproximadamente 12 metros, en una de las paredes de la roca gigante. De ahí su nombre.
El ruido del viento y del agua acompañan a este lugar tapizado de pajonales dorados, almohadillas, pencos, mortiños, chocho de páramo, arbustos…
En días despejados, desde esta cumbre se pueden avistar el verde valle de Angochagua, en la cercana provincia de Imbabura, poblados vecinos que serpentean el volcán Cayambe y otras localidades en el norte Pichincha.
Este es uno de los cinco sitios considerados arqueológicos, que parecen estar encubiertos en medio de este paraje natural, que es conservado y protegido por la comunidad indígena Pucará de Pesillo, reconocida desde el 2007. En la localidad, que está ubicada a 3 000 metros de altitud, habitan 3 250 personas, la mayoría se dedica a la agricultura y ganadería.
“Junto a Ventana Grande nace una de las vertientes que abastece de agua a Pesillo”, comenta Carlos Lechón, responsable de Ambiente de esta comuna, una de las 176 parcialidades que están dentro del territorio del pueblo Kayambi.
El campesino tiene 43 años y es uno de los vecinos que más ha recorrido por estos senderos de tierra que conecta a estas montañas y páramos.
A una hora de camino desde Ventana Grande hay otro anillo en una pared rocosa, a la que los lugareños le conocen como Ventana Chiquita. A un costado se avista un último bosque verde montano alto, en donde resalta el pumamaqui, considerado la especie emblemática de Pesillo.
Durante el recorrido sorprende el avistamiento de curiquingues, gavilanes, conejos silvestres. En cambio, los venados de cola blanca, lobos y osos de anteojos, que también habitan en la zona, son huidizos ante la presencia del ser humano.
En este territorio ancestral, que actualmente es georreferenciado por la comunidad, también se pueden visitar otros tres sitios ancestrales, conocidos como León Guardián, Zanja Rumi y El Pucará.
Este último es el cerro más representativo. Por su extensión y altura, se cree que fue para una importante jerarquía, por ser un lugar para la ritualidad y la guardianía durante la época prehispánica.
Para los actuales pobladores, el sitio tiene una importancia espiritual y energética, asegura Graciela Alba, gobernadora de la comuna. Por eso, cuando el agua escasea, todos acuden al cerro de Pucará, situado a uno 3 800 metros, para realizar el denominado Wachakaray.
Se trata de una ceremonia que incluye una ofrenda de alimentos, especialmente dulces, como ocas y mashua. Con esto, los comuneros depositan en la tierra un presente pero también comparten la comida.
Durante esta práctica, heredada de sus antepasados, participan padres e hijos. Según la tradición, los niños gritan: ‘Taiticu Dios, regálanos agua’. “Los cerros más altos nos permiten conectarnos con nuestras deidades”, señala Alba.
En la cima de todas estas montañas hay zonas como Llanos del Alba, en Ventanas, que generan 6 litros de agua por segundo. Además, están las fuentes de Santa Rosa, en Quillul, con 10 l/s; Queseracucho, en Chapijina (15 l/s); Turupamba (10 l/s) y Mula Potrero, en Pucará (30 l/s), que calman la sed de los habitantes de Pesillo
Esa es la principal razón para que vecinos, como Segundo Elías Colcha, otro líder local, velen para que esta área no sea alterada por el hombre.
Por eso, en esta jurisdicción ahora se busca generar planes de conservación y de manejo de estos sitios sagrados.