Los grupos de danza tsáchila realizan presentaciones cada fin de semana. Foto: Juan Carlos Pérez para El COMERCIO
La armonía de los instrumentos ancestrales tsáchilas son la base para traer las historias, mitos y leyendas de antepasados al presente.
Son cantos en la lengua tsáfiki en los que se narran cómo los primeros nativos se comunicaban con sus dioses e invocaban a la naturaleza para un mejor porvenir.
Ahora estas leyendas son parte de un análisis que realiza la Gobernación Tsáchila, en el marco de las gestiones que emprendieron para buscar que esta etnia sea declarada como Patrimonio Cultural.
El nuevo diagnóstico, que empezó hace un mes, parte de esta tradición porque en el pasado era la forma más recurrente de la comunicación en masas, según la gobernadora de la nacionalidad, Diana Aguavil. En una de esas melodías se evoca el episodio de un tsáchila conocido como Titiri.
En el grupo étnico era quien sobresalía por su velocidad y era como la versión del ‘flash’ tsáchila de las tiras cómicas, bromea Alfonso Aguavil, líder del EcoMuseo Vivo Shino Pi Bolo. Este personaje llevaba los mensajes a cada casa y su labor era imprescindible por la falta de un sistema de comunicación formal, según la leyenda que cuentan los tsáchilas en sus canciones.
A este nativo también se le atribuye el descubrimiento del achiote, que los hombres de la etnia se colocan en el cabello. Aguavil explica que en uno de sus rápidos viajes, Titiri encontró unas bellas flores y racimos muy llamativos que mostraban unas semillas rojizas. Cuando sus dedos entraron en contacto con el fruto, el color rojo del achiote le quedó impregnado en sus yemas.
Luego quiso retirarlo y en ese intento lo untó en su barriga y de esa forma creó un gusto casi permanente que hasta lo llevó a colocárselo en el pelo. Cuando los tsáchilas entonan su música, hacen simulaciones parecidas a cuando se untan el achiote en su pelo.
Además, imitan ese momento cuando se pintan las rayas negras en su piel. Ambas representaciones son para protegerse de enfermedades y generar las buenas vibras en su entorno.
Albertina Calazacón, líder del centro cultural Tradiantza, cuenta que los sonidos de los instrumentos se sincronizan con cada historia.
Por ejemplo, la marimba, el cununo y el bombo evocan la historia del tsáchila que se preparaba para ser chamán y que en ese aprendizaje por poco pierde la vida. Calazacón señala que había personas de la etnia que se oponían a que llegara a ese nivel y por eso lo querían asesinar con brujería.
Cierto día cuando tomaba la bebida del ayahuasca, en el lugar donde estudiaba los secretos de los chamanes, apareció un hombre que le advirtió sobre la pronta llegada del ‘colorado mano grande’, que en realidad era un tigre que estaba próximo a devorarlo. La fiera había sido enviada para que acabara con su existencia. El primer hombre volvió a advertirle la presencia del animal y se pudo salvar.