Un paraíso de ecoturismo reducido a cenizas en el Pantanal brasileño

Un coatí de cola anillada recibe atención médica de veterinarios en el centro de Inspección y Educación Ambiental Guilherme de Arruda en el área Transpantaneira del Pantanal en el estado de Mato Grosso el 28 de septiembre de 2020.

Un coatí de cola anillada recibe atención médica de veterinarios en el centro de Inspección y Educación Ambiental Guilherme de Arruda en el área Transpantaneira del Pantanal en el estado de Mato Grosso el 28 de septiembre de 2020.

Un coatí de cola anillada recibe atención médica de veterinarios en el centro de Inspección y Educación Ambiental Guilherme de Arruda en el área Transpantaneira del Pantanal en el estado de Mato Grosso el 28 de septiembre de 2020. Foto. AFP

Al verse impotente mientras el fuego calcinaba la vegetación alrededor de su posada ecoturística en el Pantanal brasileño, Domingas Ribeiro se sentó al pie de un árbol y lloró: “Parecía que las lágrimas me salían directo del alma”, recuerda.

Esta empresaria y guía naturalista de 46 años arrienda desde 2019 una posada en el km 40 de la ruta Transpantaneira, una recta de tierra batida que conecta las localidades de Poconé y Porto Jofre, en la región norte del Pantanal (centro de Brasil).

A mediados de agosto, el fuego consumió, en cuestión de dos días, el 90% de las 905 hectáreas de la posada Pantanal Lodge, también conocida por su antiguo nombre, Rio Clarinho.

“Fue un momento de caos. Se quemaron hasta los postes de electricidad, se cayeron muchos árboles que bloquearon el camino a la posada, fue muy complicado”, relata a la AFP mostrando la parte trasera del establecimiento.

Donde antes había un paisaje verde, repleto de árboles y arbustos, ahora prácticamente solo se ven cenizas y ramas chamuscadas. El escenario se extiende hasta donde la mirada alcanza.

El riachuelo que separa el terreno de la posada está seco. Un yacaré muerto yace sobre la tierra craquelada.

“Es muy triste pensar en cómo era antes y como está ahora. Estábamos en contacto permanente con la naturaleza, veíamos los animales cerca y ahora solo vemos cenizas”, lamenta Domingas, vestida con borceguíes para evitar mordidas de serpientes y una camiseta leve, con estampa de jaguar, para soportar el calor agobiante.

Los guacamayos que frecuentaban el lugar ahora pasan de largo: las palmeras acurí, cuyas castañas les servían de alimento, fueron arrasadas.

Si bien encontraron algunos animales muertos (venados, tortugas, iguanas, serpientes, yacarés), el principal problema es que la mayoría huyó por el incendio y algunos están regresando desesperados por comida y agua.

Este drama se repite a lo largo de la Transpantaneira, donde brigadas de voluntarios depositan alimentos para intentar salvar la fauna silvestre en este bioma, el mayor humedal tropical del planeta, que tiene una porción también en Bolivia y Paraguay.

De acuerdo con datos vía satélite del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), entre enero y agosto más del 12% del Pantanal brasileño fue consumido por los incendios, surgidos en general de quemadas que se salieron de control potenciados por la peor sequía en casi medio siglo.

“Oía el fuego en mi cabeza”

Cuando percibió la proporción del incendio, Domingas, nacida y criada en el Pantanal, supo que nunca había enfrentado algo semejante.

Combatió las llamas junto a un equipo de bomberos y otros voluntarios, pero los vientos eran tan fuertes que no hubo más remedio que esperar a que todo ardiera y proteger apenas la estructura de la posada.

“Intentamos salvar lo que pudimos, pero no había nada que hacer”, relata.

La gran cantidad de humo inhalado le provocó una inflamación en los pulmones que la obligó a guardar reposo y tomar antibióticos durante diez días.

Un mes después, todavía pierde el aliento al concluir frases largas y recuerda perfectamente el sonido del fuego devorándolo todo.

“No dormimos durante varios días, teníamos en nuestra cabeza la imagen y el sonido del fuego, de los árboles derrumbándose y cualquier sonido nos ponía en alerta”, rememora.

Pensando en la próxima temporada

A pesar de la tragedia, y de que el fuego terminó de sepultar la temporada turística que el coronavirus ya había complicado, Domingas sonríe a menudo y encara el futuro con optimismo.

Junto a su socio, el japonés Nobutaka Yukawa, se turnan para cuidar la posada durante la semana y distribuir entre los animales el alimento que reciben gracias a una campaña solidaria.

“Para el turismo será complicado trabajar este año. La vegetación se quemó por completo, nuestros senderos fueron afectados, no tenemos nada para mostrarles a los turistas, salvo las cenizas”, admite.

Pero confía en que, con la ayuda de las lluvias previstas a partir del próximo mes, la vegetación se recupere y los animales vuelvan paulatinamente.

“Dependemos 100% de la naturaleza, de los animales que vienen aquí y que los turistas pueden ver. Mi mejor forma de contribuir es ayudándolos a sobrevivir hasta que la naturaleza se restablezca”.

El Pantanal “está lleno de sorpresas”, afirma. “Esperamos que el próximo año vuelva a ser maravilloso”.

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