Luis Mueckay (der.) y Marina Salvarezza (izq.) en ensayo de la obra. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
Los locos son como los actores; son respuestas que nadie ha pedido, pero que están allí. La frase es de la pieza teatral ‘Diario de un loco’, que el colectivo de danza y teatro Sarao vuelve a poner en escena a 25 años de su estreno y que contiene en una de sus escenas un tributo al mismo teatro.
En un sueño delirante de Ausencio González, el enfermo psiquiátrico protagonista de la obra se ve en un teatro, y la enfermera coprotagonista, Marva, encarna a una coplera y danzante. “El sueño es un homenaje al teatro, a esta actividad que permite también delirios maravillosos”, dice Luis Mueckay, director de Sarao, quien encarna el protagónico y dirige la obra.
‘Diario de un loco’ se presentará entre mañana, viernes 7 de junio y el próximo domingo 9 de junio del 2019 en el Teatro Centro de Arte de Guayaquil.
La obra se presentó por primera vez en 1994. Se trata de una adaptación libre del cuento de Nikolái Gógol. Esta vez, en el marco de celebración de los 30 años de Sarao, la actriz italiana Marina Salvarezza encarna a la enfermera.
“Es una muerte virtual la de la soledad y la del encierro, y la obra trata de dos héroes de soledades, que obedecen a su destino en una pulsión por liberarse”, dice Salvarezza.
La historia se centra en la locura de Ausencio González, uno de esos burócratas que solo alcanzan categoría de asistente de apoyo, cuyos complejos tocaron fondo por las burlas y maltrato de sus compañeros del Ministerio de Anexos y Varios hasta terminar un psiquiátrico de la capital.
Las dos soledades se enfrentan en la pequeñez de un cuarto del psiquiátrico. ‘Gonzalito’ delira de amor por Sofía, la inalcanzable hija del ministro y su amor platónico; mientras que la enfermera que arrastra con sus propias frustraciones comienza a ver a su paciente con otros ojos y a participar incluso de sus juegos.
El cuento de Gógol, publicado en 1835, suele ser adaptado al teatro como un monólogo. Mueckay agregó en la historia a la enfermera, como una forma de “incluir a esta otra soledad, provocar intensidad con los diálogos y ahondar en el conflicto emocional”.
El texto es aterrizado en el Ecuador con guiños irónicos a la realidad política del país. “La obra cuestiona además hasta que punto nosotros como ciudadanos asistimos a instancias políticas que son también una locura”, dice Mueckay.