Las estrategias para alcanzar los premios son variadas y cooperativas. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO
El juego del palo ensebado congrega a cientos de niños en los barrios de la ciudad de Esmeraldas. Esta forma de celebración de las festividades de Navidad y Año Nuevo es una tradición que ha venido pasándose de una generación a otra.
Luis Mina y Alfonso Nazareno, ambos de 8 años, participan en el tradicional juego. Este
año han elaborado pequeñas cuerdas que les permitirán escalar el palo y llevarse los premios, en su barrio Nueva Esperanza Norte.
En los sectores, la comunidad se organiza para poner productos comestibles en el palo ensebado. Este es una caña guadúa, a la que se lija cuidadosamente y luego se le pone sebo o manteca, para que quienes intenten subir no lo puedan hacer fácilmente.
Entonces, los perseverantes trepadores se idean formas para subir. Limpian el palo con arena, camisas y hasta hacen pirámides humanas para llegar al final y ganar todo lo que hay colgado. En medio de eso se escuchan las voces de aliento y gritos por doquier.
En la punta del palo se cuelgan juguetes, productos de la canasta básica, caramelos, zapatos, ropa y hasta dinero.
La cantidad de regalos que hay motiva a los participantes, que se agrupan en equipos para el ascenso.
La idea de poner tantos productos en el árbol o palo ensebado es hacer, cada vez, mucho más atractivo el juego para que los niños de entre 7 y 10 años intenten escalar la caña guadúa, que a veces llega a medir hasta 8 metros de altura.
Rosenda Quiñónez, de 65 años, es una habitante del sector Las Piedras. Ella comenta que desde niña se jugada al palo ensebado. “Era nuestra forma de distracción en las festividades de Navidad, porque se unía la comunidad en la pampa del pueblo para disfrutar de los fallidos intentos de los niños por trepar el palo”, señala.
En la ciudad de Esmeraldas, desde el año anterior, a través del Departamento de Cultura del Municipio de Esmeraldas, se inició un proceso para rescatar los juegos ancestrales.
Así, se trabaja con las escuelas y barrios de la ciudad donde se realizan juegos como las quemadas, la estrella, las escondidas, la yuca y la quemada acuática, que se juega en el río.
Edwin Preciado, responsable de coordinar el proceso de rescate de juegos tradicionales, asegura que se ha trabajado en más de 30 planteles educativos y en los barrios ribereños.
Uno de los juegos que llama más la atención -dice- es el palo ensebado, por las emociones que se dan entre los asistentes y participantes.
Para el antropólogo Xavier Valencia, el rescate de estos aspectos culturales del pueblo afro fortalece los lazos de interculturalidad, porque no solo esa etnia lo practica, sino cholos, montubios y afros en Esmeraldas. Eso ocurre en el barrio El Panecillo, norte de la urbe, en el que se asienta un sector de pescadores de Jaramijó y Manta.
Ahí, afros y cholos comparten el tradicional juego. Álex Franco, dirigente del sector, cree que estos recreos han permitido una mejor relación entre dos culturas que comparten una misma actividad, como es la pesquera.
Esta tradición esmeraldeña se vive con mayor énfasis en comunidades del norte de la provincia como en Timbiré, San Miguel, Playa de Oro, poblados donde los antiguos conservan las viejas usanzas.
A esas poblaciones acuden de cada recinto para compartir frente al palo ensebado, aunque con menos productos comestibles que en la ciudad.
Desde los municipios de Rioverde, San Lorenzo y Eloy Alfaro, se articulan acciones para que cada una de las formas de celebración del pueblo afro tengan su espacios con fines de conservación.