Martín Jaramillo Serrano junto a varios de los retratos de los arrieros de San José de Minas. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
San José de Minas, una de las 33 parroquias rurales de Quito, está dividida en dos regiones: una seca y polvorienta y otra llena de verdor. En la segunda, llamada Palma Real, hay una serie de pequeños poblados, entre ellos Meridiano, Pamplona y Playa Rica. Son territorios que desde la década de los 60 se poblaron de cultivos de caña de azúcar y de fábricas clandestinas y artesanales de elaboración de aguardiente.
Los hombres y mujeres que durante décadas se dedicaron a arriar el aguardiente hacia Otavalo y hacia las afueras de Quito son los protagonistas de ‘Arrieros: Historias de caña y contrabando’. Esta es una exposición fotográfica de Martín Jaramillo, que se inauguró el sábado 26, en la Sala V del Centro Cultural Metropolitano (García Moreno y Espejo).
A través de 42 fotografías (retratos de personas y paisajes andinos) y ocho objetos museables (sombrero, macana, acial, cabestro, garabato, poncho y alforja), Jaramillo arma un registro que sirve para mantener viva la memoria de arrieros como Pedro Manuel Almeida (77 años), José Montalvo (76 años), Teófulo Cueva (82 años), José Flores (93 años) o Jorge Flores (101 años).
En la muestra también se exhiben objetos que los arrieros utilizaban en sus viajes hacia Otavalo y las afueras de Quito. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Las fotografías son el colofón de una serie de encuentros que Jaramillo tuvo con los arrieros. Durante dos años visitó sus casas y escuchó con atención sus historias. Los testimonios hablan de lo complejo que era atravesar el Aparejo -nombre de una enorme cordillera que se divisa desde San José de Minas– a pie, a lomo de mula o a caballo.
Los relatos también hablan de la crudeza de la vida en el campo, de los lazos que se tejían entre padres e hijos y sobre las estrategias que se usaban para sortear los controles de los guardas de estancos que podían encarcelarlos, robar sus cargas o incluso matarlos.
Patricio Melo (54 años) comenzó a arrear aguardiente a los 12. Entre una de sus tantas anécdotas está la que vivió con uno de sus hermanos, en un viaje que en teoría tenía que durar unas horas y que se extendió más de un día. En este tiempo se les terminaron las provisiones y el agua. “Fue una experiencia dura, pero arriar aguardiente era el sustento de la familia”, cuenta.
El retrato de Melo, al igual que el del resto de arrieros, está compuesto por un juego bien logrado de luz y de sombras, donde los pliegues de la piel se transforman en metáforas del paso del tiempo. En el trabajo de Jaramillo hay una intención visible de colocar al retrato como elemento central de la narración de una historia. Con este ensayo fotográfico, Jaramillo (1980) también recupera parte de la memoria rural de Quito y rinde un homenaje a la gente del campo.
Como parte del proyecto se publicó un libro que tiene el nombre homónimo de la muestra y que incluye una serie de relatos narrados por los arrieros y un texto introductorio de Irving Zapater.
Este académico sostiene que la publicación es un libro testimonial de primer orden, “de aquellos que faltan en la bibliografía nacional para construir fuente de conocimiento sobre la vida de las gentes sencillas de nuestro campo”.