Para reducir el desempleo que dejó la crisis después de la Primera Guerra Mundial, Alemania aplicó varios programas para contratar trabajadores. Foto: Mark barry / us library of congress
La imágenes que retratan el rostro del desempleo son universales y rebasan el tiempo en el que fueron capturadas.
Los rostros preocupados de un larga fila de desempleados afuera de un comedor social en Chicago, en los años 1930, se puede comparar con las miradas de incertidumbre de decenas de plomeros, electricistas o albañiles que pasan días enteros bajo el sol o la lluvia en las avenidas 6 de Diciembre y De los Granados, en Quito, a la espera que alguien los contrate.
Las primeras fotos están en blanco y negro, y las segundas en color; visten de manera distinta, y los que ahora son desempleados llevan mascarilla por la pandemia del covid-19.
Justamente esa misma enfermedad ha incidido fuertemente para que cerca de 1,8 millones de ecuatorianos hayan perdido un puesto de empleo adecuado (40 horas a la semana, más del salario básico, con cobertura de la seguridad social) en el último año.
Son cifras de empleo aterradoras y desastrosas, calificadas así por expertos en materia económica del país.
Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) con corte únicamente a abril pasado, el impacto de la pandemia se estimaba en 195 millones de trabajos perdidos.
Pero el mundo ya ha pasado por una serie de crisis durante su historia y, de alguna u otra manera, los países han implementado medidas para evitar el estallido social derivado del hambre y falta de trabajo.
Una de las más estudiadas es la Gran Depresión en Estados Unidos, donde producto del desplome del mercado de valores, millones de personas se quedaron en la calle y sin ingresos para sus familias.
En al artículo “Poner a la gente otra vez a trabajar”, la Independence Hall Association, explica que el presidente Franklin D. Roosevelt llevó adelante la estrategia de bombeo, nombre inspirado en la acción de activar una bomba mecánica al inyectar presión en el pozo de una granja para obtener agua.
Bajo esa lógica, la estrategia buscaba empujar a la economía seca de la nación bombeando un poco de dinero del gobierno federal.
A través de la Ley Federal de Ayuda Emergente (FERA por sus siglas en inglés), el Gobierno Federal entregó cerca de USD 3 000 millones de la época (cerca de USD 60 000 millones actuales) a los gobiernos estatales y locales para la creación de programas para contratación de trabajadores.
Básicamente, los trabajos estaban enfocados en la construcción y mejoramiento de todo tipo de infraestructura (reservorios, puentes, caminos), plantar árboles o cavar estanques. Apenas ganaban unos USD 30 al mes que les servían para subsistir.
En otros programas, las personas empleadas se dedicaban desde alfabetizar, pasando por la reparación y mantenimiento de escuelas y pistas atléticas hasta rastrillar hojas, o transcribir documentos históricos.
También cientos de miles de mujeres tuvieron que salir en búsqueda de empleo ante la difícil situación en sus hogares.
Fueron reclutadas en fábricas de textiles, puestos de enfermería, enseñanza y servicio doméstico. Aunque eran mal pagadas, muy por debajo de lo que podía percibir un hombre, tenían un ingreso, según un artículo de la escritora Jessica Pearce Rotondi.
Durante, la misma época, el Reino Unido fue golpeado en sus exportaciones de carbón, hierro y otros productos porque cruzando el Atlántico dejaron de ser demandadas.
Como medidas para reducir el desempleo, la corona dio beneficios a las empresas exportadoras e impulsó programas de construcción de viviendas, caminos y astilleros para ocupar a más trabajadores.
Otro ejemplo relevante es el de Corea del Sur que después de la guerra civil, en los años 1950, estaba sumida en una profunda crisis económica.
Además de una serie de medidas de mediano y largo plazo que implicaba la inversión en educación y recurso humano, y una apertura total al capital extranjero, el país mantuvo una política laboral muy fuerte con jornadas que oscilaban entre 10 y 12 horas diarias, hasta siete días por semana.
¿Cuánto de esto se puede replicar actualmente en el mundo y en Ecuador, ante la dura situación de desempleo?
El decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la UDLA, Vicente Albornoz, explica que el tipo de medidas de empleo emergente que implementó Estados Unidos en la Gran Depresión es muy difícil de aplicarlo en Ecuador porque el país no dispone de los recursos y para ello tendría que endeudarse, lo que resultaría en una acción muy cara.
Adicionalmente, no generaría producción ni sería un empleo sostenible porque con el dinero recibido, las personas comprarían bienes importados y no reactivarían otras industrias como lo sucedido en los Estados Unidos.
Albornoz sostiene que en este tiempo las empresas no están contratando por dos principales razones. La primera es que los sueldos son muy altos, y la segunda, que es muy difícil y costoso despedir a empleados que no son eficientes.
Al ser políticamente inviable la reducción de sueldos, el experto menciona que los salarios deberían ser diferenciados en función del tipo de actividad económica y en dónde esta se lleva a cabo. También deberían flexibilizarse las reglas de despido y los contratos.
Para el decano de la Escuela de Negocios de la UDLA y exfuncionario del BID, Fidel Jaramillo, la primera medida a implementarse en el país es extender los beneficios del desempleo para quienes han perdido el trabajo.
En segundo lugar, generar transferencias directas de dinero para la población más vulnerable que trabaja de manera informal y que ha perdido gran parte de sus ingresos.
Una tercera medida es proteger el empleo en el origen, con créditos y beneficios tributarios a las pequeñas y medianas empresas.
Otro fuerte empuje se debe dar para el sector exportador como el bananero o camaronero que a pesar de la crisis está creciendo y demanda fuerza laboral. Esto a través de reducir la tramitología para que bajen los costos de producción.