Desde el mirador se aprecia la majestuosidad de la cordillera Chongón-Colonche, junto al Pacífico. Foto: Enrique Pesantes / El Comercio
El sol se les aparecía entre las montañas y se desvanecía en el Pacífico. Desde lo alto del mirador de la comuna Agua Blanca aún es posible observar la casa de reunión donde los manteños contemplaban a su dios, en medio del Parque Nacional Machalilla (Manabí).
Aquí se asentó el señorío Salangome (800-1532 d.C.). Bajo ese techo de cade se conservan las bases de ocho sillas ceremoniales talladas en piedra en forma de U, símbolo de poder.
“Ese es el sitio de los solsticios de junio y diciembre. Ahí adoraban al sol por la provisión de la montaña y del mar”, cuenta Enrique Ventura, manabita de 70 años y heredero de este pueblo precolombino.
Al sur de Manabí, en la cordillera Chongón-Colonche, también se asentaron los señoríos Salango -que conserva su nombre-, Tusco -hoy Machalilla- y Sercapez -Puerto López-. En Agua Blanca hay restos de 650 casas ancestrales.
Los nativos calculan que aquí vivieron 5 000 manteños. Sus huellas aparecen con solo remover el suelo. Hay osamentas perfectamente conservadas en urnas funerarias. En el museo de sitio se exhiben conchas Spondylus, rústicas armas, tejidos y restos de maíz.
Esa riqueza arqueológica atrae al año a más de 16 000 visitantes de todas partes del mundo. La comuna se ubica 12 kilómetros al norte de Puerto López, por la Ruta del Spondylus. Acoge a 300 habitantes que viven del ecoturismo.
Don Enrique es parte de los 25 guías nativos. Ellos dirigen los recorridos por la orilla del río Buenaventura y la ruta hacia las aguas sulfurosas que dan nombre al lugar. “Antes amanecían cubiertas por una capa blanca, por el azufre. De ahí viene Agua Blanca”, dice.
La laguna de origen volcánico luce como un oasis desde el mirador de la comunidad. Tiene cerca de 60 metros de diámetro y en el centro alcanza hasta 4 metros de profundidad. Su intenso olor se debe a que concentra 70% de azufre.
A diario, Franklin Ventura se sumerge en ella para recoger el lodo grisáceo del fondo que entregan a los visitantes para untarlo en la piel. “Tiene hierro, potasio, fósforo y vitaminas. Se lo puede dejar de 10 a 15 minutos”, repite a los turistas.
Algarrobos y caña guadúa crecen junto a la laguna, pero en lo profundo del bosque hay mucho más. Los comuneros custodian 9 200 de las 56 184 hectáreas de Machalilla. En este ecosistema, aves como el hornero del Pacífico arman sus nidos de barro en las ramas de mangos, guasmos y figueroas.
Miles de años atrás, los animales del mar y de la montaña fueron plasmados en barro. Los manteños moldearon diminutos osos hormigueros como silbatos, pelícanos en colgantes, máscaras de jaguares…
Hoy las mujeres de la comunidad, como Charito Ventura, imitan el arte ancestral. “Aprendimos a tallar en arcilla antiguas máscaras y sillas en U. También hacemos artesanías con conchilla y tagua”. Otras extraen miel de abeja y con las ramas del palosanto preparan aceites relajantes.
Lasartesanas de Agua Blanca trabajan con los buzos de comunas cercanas, quienes aún se sumergen en el mar como los antiguos buscadores de Spondulys. De las profundidades extraen las valvas que luego serán pulidas para la venta.
El sol del mediodía inunda el museo. Don Enrique sostiene en sus manos una antigua concha strombus, usada en los rituales manteños. Toma una bocanada profunda y emite un eco sostenido, vibrante, como evocando a sus antepasados.