‘Mnnie’. En agosto del 2019, la Universidad de Wisconsin-Madison presentó este robot programado como oyente interesado y reflexivo, que puede servir como compañero de lectura para los niños.
Mientras el planeta sigue atento el desarrollo del covid-19, Estados Unidos acaba de ganar otra batalla a China en la ‘guerra’ de intereses geopolíticos y tecnológicos. Esta vez, el objetivo fue alcanzar la jefatura de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI).
El candidato que tuvo el respaldo estadounidense, Daren Tang, nacido en Singapur, se impuso el pasado 5 de marzo a la postulante de China, Wang Binying. Uno de los principales desafíos que tendrá el nuevo titular de la organización -en los próximos seis años- será adaptar el sistema de patentes y marcas registradas, a una nueva era de innovación liderada por renovados fenómenos tecnológicos, como la inteligencia artificial o el desarrollo de la robotización en nuevos sectores productivos.
Tang, jefe ejecutivo de la Oficina de Patentes de su país, deberá ser confirmado en la asamblea general que el organismo tiene prevista del 7 al 8 de mayo, y asumiría el puesto a partir del 30 de septiembre, cuando deje el cargo el australiano Francis Gurry.
Si bien China perdió la posibilidad de dirigir la OMPI, su participación en el registro mundial de patentes es dominante: la mitad de las solicitudes de patentes globales (1,54 millones de 3 millones) procedió -hasta el 2018- del gigante asiático. Además, la multinacional con más solicitudes de patente relacionadas con la tecnología fue de hecho la china Huawei, con 5 405 tramitaciones, duplicando las cifras de la segunda postulante, la japonesa Mitsubishi (2 812) y la tercera, la estadounidense Intel (2 499 peticiones).
“La actividad de patentamiento en el ámbito de la inteligencia artificial (IA) está avanzando con rapidez, con lo que es previsible que haya un número muy importante de nuevos productos, aplicaciones y técnicas basados en IA, que transformarán nuestro quehacer cotidiano”, señala el actual director general de la OMPI, Francis Gurry.
Los sectores que experimentaron los índices de crecimiento más elevados en las solicitudes de patente relacionadas con la inteligencia artificial -en la década anterior- fueron la agricultura, la banca y las finanzas, la informática aplicada al gobierno digital, la práctica del Derecho y el transporte, entre las más importantes.
Dentro de las actividades económicas, las áreas que se desarrollan con mayor rapidez son la aeroespacial y la aeronáutica, que crecieron en promedio un 67%, entre 2013 y 2016; seguidas por las ciudades inteligentes (47%), los vehículos autónomos (42%), la atención al cliente (38%) y la computación afectiva, que permite que las máquinas reconozcan los sentimientos de los seres humanos (37%).
Sin duda, los datos que muestra la OMPI reflejan el rápido crecimiento de la innovación en materia de IA. Esa tendencia y su acelerado desarrollo plantean una serie de retos políticos a los gobiernos y a las entidades reguladoras.
Estos desafíos incluyen la utilización y la protección de los datos personales, el desarrollo de normas y la divulgación de información, la forma de financiar la innovación, la regulación de las nuevas tecnologías e incluso el riesgo de que una IA altamente avanzada -que algunos han denominado ‘superinteligencia’- pueda suponer una amenaza para la existencia humana.
Así como la propiedad intelectual no escapa del espectro y los beneficios de la inteligencia artificial, tampoco escapa de los desafíos y serios cuestionamientos que trae aparejada. Ante ello, el consultor en asuntos tecnológicos, Miguel Ángel Margaín, en una publicación de El Universal de México, se plantea el escenario de que esa IA, con el paso del tiempo y la aceleración de la Revolución 4.0, también podría llegar a ‘crear, diseñar e inventar’. “Este es un cuestionamiento serio, por una simple y sencilla razón: de conformidad con la doctrina y la normatividad vigentes, solo las personas físicas, es decir los seres humanos, pueden ser considerados autores, diseñadores e inventores”.
La capacidad de los robots de crear o inventar de forma autónoma está haciendo tambalear algunos de los pilares sobre los que se asientan las normas generales de propiedad intelectual, que solo prevé la protección de creaciones desarrolladas por los humanos.
Hace poco, la ‘actividad creativa’ de las máquinas no era un aspecto que provocaba debate, ya que era un complemento del trabajo de las personas. Pero con la irrupción de la IA, ahora se plantean dilemas legales: ¿un robot puede ser el autor de algo; o lo es el creador del algoritmo o la persona que opera esa máquina? Y en ese caso, ¿a quién corresponde la propiedad intelectual?
En una conferencia dictada en Washington, el pasado 5 de febrero, el Director de la OMPI señalaba que “el mayor reto, además del reto normativo… será cómo sabremos lo que es una creación automática y lo que es una creación humana. No tengo respuesta para eso”. Por ello, este tema se convierte en uno de los más grandes retos que tendrá su sucesor.
Actualmente, la OMPI maneja 26 tratados multilaterales, que son la estructura jurídica del sistema, y uno de los grandes desafíos es mantener actualizados esos tratados y adoptar nuevas normas que atiendan temas no regulados.
Ante esa situación, ya se emprenden acciones. La Unión Europea, por ejemplo, analiza nuevos requisitos que serían vinculantes legalmente para los desarrolladores de inteligencia artificial, en un intento por garantizar que la tecnología moderna se desarrolle y se utilice de manera ética.
Ante ello, la Comisión Europea presentó en febrero pasado el denominado ‘Libro Blanco’, con propuestas de acción emitidas desde diversos sectores de los 27 países miembros. A partir de esta iniciativa se esperan alcanzar -hasta finales de año- planteamientos legislativos más concretos sobre la adaptación a esta tecnología y su implementación en el bloque. Claro, si hasta esa fecha el covid-19 lo permite.