Las andotecas, la BiblioRecreo y el Pícnic de
Palabras estimulan los procesos lectores en Quito. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO
El descontento por el retiro de la andoteca que estaba en los exteriores de la librería de El Oso Lector, ubicada en el barrio La Floresta, fue unánime. En las últimas semanas, 100 000 personas visitaron la página oficial de este proyecto, una iniciativa privada que busca fomentar la lectura en la ciudad, para compartir mensajes de apoyo y respaldo.
Las andotecas, unos pequeños cilindros de 40 centímetros donde la gente puede depositar y tomar libros de forma gratuita, comenzaron a poblar los espacios públicos y privados de la ciudad desde el 2016.
A pesar de que en dos años su número se incrementó de 15 a 20, antes del retiro de la andoteca de La Floresta estos pequeños contenedores literarios habían pasado desapercibidos para la mayoría de habitantes de Quito.
En la ciudad no existe un estudio que muestre el impacto que han tenido iniciativas como esta; sin embargo, María Fernanda Riofrío, una de las personas que impulsó la creación de las andotecas, sostiene que las redes sociales se han convertido en una herramienta para medir ese impacto.
“Que la gente haya protestado de forma masiva por lo que pasó hace unas semanas es una prueba de que se apropiaron de esta iniciativa”, dice.
Tampoco existen datos de los libros que deja o se lleva la gente. La única cifra exacta que se maneja dentro del proyecto son los 7 000 libros que se han donado hasta la fecha.
“Ese dato es la segunda forma que tenemos de medir el impacto, porque todos esos textos ya han sido puestos en circulación”, explica Riofrío.
Otra de las iniciativas privadas que se ha mantenido en la ciudad es el Pícnic de Palabras, un proyecto que busca promover la lectura compartida en los espacios públicos.
Esta iniciativa se realiza de forma ininterrumpida desde el 2014, en el parque La Carolina, detrás del Jardín Botánico.
Emilia Andrade, una de las promotoras del proyecto, explica que la forma que tienen de medir el impacto de esta iniciativa, autogestionada e independiente, es por el número de pícnics que han realizado (70 en total) y el crecimiento lector de las personas que van con frecuencia a este espacio.
Entre los visitantes más asiduos al Pícnic de Palabras están Mateo y Christopher. Los dos son hijos de una de las señoras que vende naranjas en el parque. Andrade asegura que su crecimiento lector ha sido impresionante. “Christopher, que es el menor, no sabía leer. Ahora es uno de nuestros lectores más entusiastas”.
Andrade cree que otra de las formas de medir el impacto que ha tenido el proyecto es a través del incremento de los lugares en los que se realizan los pícnics.
Desde noviembre del año pasado (2017), la actividad se ha extendido al parque de Cumbayá, a Don Juan en Manabí y a varios espacios públicos de Cuenca y de Ibarra.
En BiblioRecreo, el proyecto de fomento a la lectura más exitoso del sur de la ciudad, el impacto de su trabajo se mide por el número de personas que se inscriben (entre 35 y 40 al mes), y el número de libros prestados (entre 750 y 800 por mes).
Claudia Bugueño, promotora de lectura, sostiene que la pérdida de los libros desde que el espacio se abrió ha sido menor al 1 por ciento. “Ese dato nos da la certeza de que hay un compromiso de la gente con el proyecto, porque siempre regresan los libros prestados”, finaliza Bugueño.