Lucía ‘Tochi’ Ponce es la dueña de Tolomeo, una librería dedicada a la venta de libros usados y que ahora trabaja por plataformas digitales. Foto: Patricio Terán / El Comercio
A unos pasos de la esquina entre las calles 6 de Diciembre y Veintimilla hay una silla de madera sobre la que descansa una canasta de mimbre llena de libros que cuestan USD 1. Estos ejemplares y las flores pintadas en la fachada de una pared blanca dan la bienvenida a las personas que visitan Tolomeo, una de las pocas librerías dedicadas de forma exclusiva a la venta de libros usados que quedan en Quito.
La dueña de Tolomeo es Lucía Ponce. En junio pasado, esta librera, de 64 años, creía que su negocio no iba a permanecer abierto más de 30 días. Le preocupa saber si tendría ingresos para pagar el arriendo, los servicios básicos y el sueldo para su única empleada.
La pandemia y la recesión económica se veían como los peores augurios, sin embargo, cuenta que la gente ha seguido comprando libros.
El espacio en el que funciona la librería es pequeño, pero calcula que actualmente tiene 12 000 libros. Los últimos 600 provienen de una biblioteca familiar que compró en enero pasado. Los despachos a domicilio y las redes sociales la han ayudado a mantener activa su librería. Antes de la pandemia solo hacía entregas a otras provincias, pero ahora también lo hace en Quito.
Ponce cuenta que los hábitos lectores de la mayoría de sus clientes no han cambiado con la pandemia. Hace un año, algunos llegaron en búsqueda de libros como ‘Diario del año de la peste’, pero luego siguieron apostando por los libros que han definido la línea de su librería durante 12 años, literatura universal, filosofía y arte.
En el corazón del Centro Histórico, entre las calles Venezuela y Manabí, está Luz, una de las ‘huecas’ de libros de viejo más antiguas de la ciudad. Patricia Cali está al frente de este negocio hace 25 años. Al igual que Ponce, asegura que ha logrado mantenerla abierta gracias a la fidelidad de sus clientes frecuentes. Cuenta que han aparecido nuevos lectores, sobre todo jóvenes.
Cali dice que esos lectores llegan tras la pista de libros que ven en las redes sociales o en Internet. La mayoría son novelas de autores nuevos, que abordan temas como el romance, la aventura y la fantasía y que los lectores de más edad siguen buscando autores más clásicos. Está convencida que, durante la pandemia, los libros se han convertido en una forma de terapia para muchas personas en confinamiento.
En el último año ha sido testigo del cierre de otras librerías de libros usados del sector. Cuenta que hace dos semanas cerró una que estaba a unos pasos de la suya. Desde hace unos meses no ha sumado ni un solo ejemplar a los más de 10 000 libros que tiene por la incertidumbre que se vive en el país. “Llegué a un acuerdo con los arrendatarios hasta diciembre de este año, pero no sé qué vaya a pasar después”, dice Cali.
Hace más de un lustro, Jorge Bueno vivía en Uruguay. Tenía la intención de abrir una librería de libros usados en Montevideo, pero por asuntos personales regresó al país y terminó abriéndola en el tercer piso del Ventura Mall, en Tumbaco. Allí, desde el 2015, funciona Mercado de Libros, una librería que vende textos usados, pero que también promueve el intercambio de libros.
Bueno cuenta que cuando empezó la pandemia, trasladó un lote de 800 títulos a su casa, elaboró un catálogo y comenzó a entregarlos a domicilio. Desde que volvió al trabajo presencial, en junio del año pasado, el flujo de personas que la visitan ha disminuido, sin embargo, se ha incrementado el número de lectores que llegan para intercambiar libros.
Para este librero, el intercambio de libros es una manera de romper la lógica de que si una persona no tiene dinero, no puede acceder a la lectura. “Últimamente -dice- hay papás que leen y traen sus libros y los intercambian por otros para sus hijos. También hay muchas personas que llegan en busca de libros de ciencia ficción, clásicos como ‘1984’”.
En Quito no hay un registro oficial de cuántas librerías de viejo existen y cuáles cerraron. Lo que aseguran estos libreros es que a los quiteños sí les interesa la lectura. El problema, coinciden, es que los libros nuevos son muy caros.