Farith Simon, en la oficina que ocupa como decano del Colegio de Jurisprudencia de la Universidad San Francisco de Quito. Se especializa en derechos civiles. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Desde las calles de Hong Kong, pasando por las de París, Puerto Príncipe, Santiago de Chile, hasta las de Quito, Cuenca o Guayaquil, las personas han hecho público su hartazgo frente a la clase política. En esta entrevista, Farith Simon reflexiona sobre las causas y consecuencias de este cansancio y fastidio que, en muchos casos, ha sido canalizado a través de la violencia.
¿Cuál es su lectura sobre el hartazgo que se vive en el país y la región?
La impresión que tengo es que hay una acumulación de incertidumbre y una convicción social de que los políticos, la política y el Estado no representan los intereses de los ciudadanos. Vemos a los políticos como personas que se representan a sí mismos, a sus intereses, a los de su grupo o a su ideología, y no son capaces de pensar en la sociedad en su conjunto.
¿Qué es lo que ha activado este hartazgo político?
La falta de capacidad de respuesta de los mismos políticos. Todos buscamos un mínimo de seguridad existencial, que nuestras vidas tengan un norte. Queremos levantarnos todos los días y saber que nuestra familia va a tener qué comer si tiene hambre, que va recibir atención médica si la necesita, o que nuestros hijos puedan estudiar o salir sin miedo a la calle. Cuando la gente ve que el Estado no ayuda a generar esa seguridad pasan dos cosas: nos excluimos de la vida social y solo nos preocupamos por nosotros y nos olvidamos de los demás, o adoptamos estos discursos violentos de rechazo a los otros.
¿Cree que hay ceguera en la clase política o solo se hacen de la vista gorda?
Decir que la clase política se está haciendo de la vista gorda sería aceptar que entiende lo que está pasando en el país pero el problema es que no lo hace. No comprende la complejidad del momento que vivimos, no sabe qué hacer y cuando encuentra respuestas se topa con los intereses que representa. La clase política no está pensando en encontrar soluciones adecuadas para la mayoría de la sociedad, donde habría ganancias y pérdidas para todos. No quiero caer en esa idea de que el pasado era mejor, pero antes la clase política asumía discursos -que incluso les costaban las adhesiones políticas- a partir de la toma de decisiones que eran necesarias en determinados momentos.
¿En qué medida el hartazgo político está debilitando a la democracia?
Las formas democráticas tradicionales siempre están en permanente entredicho. Ahora, la gente cree menos en la democracia como un sistema que permite tomar decisiones, porque siente que los políticos no le representan. El problema es que ante la inseguridad y la incertidumbre en que vivimos, las personas están eligiendo opciones autoritarias, no importa si son de derecha o de izquierda. La gente se está decantando por personas como Jair Bolsonaro o por Evo Morales. Lo de Evo es particular porque hay cifras económicas que lo respaldan pero vemos cómo esta idea de entronizarse en el poder termina desgastando su imagen y desgastando a los bolivianos.
¿Qué escenarios prevé si en el país se mantiene este hartazgo político?
La gente va a empezar a mirar como alternativa para el futuro a propuestas políticas populistas y autoritarias, que van a llegar de la mano del discurso del orden y la seguridad y del nosotros versus los otros, y esto es muy peligroso. Durante los diez años de la Revolución Ciudadana vivimos con esta sensación de que había un gobernante que todo lo sabía, lo podía y lo imponía. Muchas personas nos rebelamos ante esa forma autoritaria del manejo del poder, donde siempre se buscó al otro como enemigo, al que había que enfrentar, y ese es el riesgo que tenemos frente al futuro.
¿Cómo entender que este sentimiento sea global?
Vuelvo al tema de la incertidumbre, ahí nos damos cuenta de que es un sentimiento global. Es tan compleja la sociedad, la economía y la política y es tan difícil entender lo que pasa que la gente no sabe qué va a pasar con su vida a futuro. En este contexto entra la exclusión. Es paradójico, pero nunca la humanidad ha estado mejor en su conjunto, sin embargo, hay gente que se sigue muriendo de hambre. Lo que pasa es que nunca había existido tanta concentración de riqueza en tan pocas manos y tanta brecha entre los más ricos y los más pobres.
¿Qué papel están jugando los populismos en este hartazgo político global?
En este contexto en el que la gente no se siente representada los populismos han logrado construir un nosotros que, generalmente, funciona desde la exclusión. Los populismos logran que las personas se sientan parte de algo pero siempre con un enfrentamiento hacia el otro de por medio; pensemos, por ejemplo, en este discurso de los ecuatorianos frente a los extranjeros. Los populismos también explotan los miedos de las sociedades, dan certezas y explotan la ignorancia y la necesidad de las personas. Eso es riesgoso porque hemos visto, a través de la historia, que cuando la gente se construye a través de la exclusión termina enfrentándose a esos otros.
Según datos de la Corporación Andina de Fomento (CAF) tres de cada cinco ecuatorianos toleran la corrupción, ¿cuál es el papel que juega la corrupción en medio de este hartazgo político?
Esta es una sociedad que, desde hace tiempo, tolera con mucha facilidad que la gente obtenga ventajas indebidas, y no solo pasa en la política. Esa excepcionalidad en el trato se puede lograr por favores personales, amistad, cercanía, compadrazgo, lugar de nacimiento o dinero. Ecuador es un país que vive de las excepciones, donde la gente siempre busca un trato distinto para los suyos. Vivimos en el país del conmigo y con los míos no te metas pero sí con los otros. Uno de los factores que ha ayudado a que veamos a la corrupción como algo normal es que no han existido sanciones para los corruptos.
En muchos casos el hartazgo se ha convertido en violencia, ¿por qué?
Porque las formas democráticas de representación ya no expresan nada. La gente sabe que reclamar a la persona que le representa no sirve de nada. En este contexto hay tres dimensiones: la violencia como última alternativa para que me hagan caso; la violencia como forma de desahogo puro y duro, y la violencia como forma de desconocimiento del otro, de esa persona o grupo de personas que se cree, de forma errónea, que no tiene los mismos derechos que uno y que por eso puede ser víctima de mi violencia sin que eso me haga sentir culpable. Todos estos escenarios se vieron con claridad en las manifestaciones de octubre pasado.
Complete esta frase. El hartazgo político no puede ser excusa para…
El hartazgo político no puede ser excusa para la corrupción, la arbitrariedad, el abuso, la complicidad, la exclusión o el quemeimportismo. Tampoco puede ser excusa para dejar de participar en la vida en sociedad y encerrarse en la casa con la idea de que al resto de personas les lleve el diablo.
¿Puede pensar en algo positivo alrededor del hartazgo político?
Una cosa es el hartazgo que hay hacia los políticos y otra el hartazgo sobre la participación política en la sociedad. Me parece que el segundo es el más peligroso, porque las personas no podemos desligarnos de la responsabilidad frente a la vida en sociedad, frente a nuestro entorno o comunidad. Esa responsabilidad mínima nos permite entender que tenemos derechos pero también obligaciones.
Volviendo a una de las ideas iniciales, ¿el hartazgo político genera incertidumbre o viceversa?
Hay que tener claro que a los ecuatorianos sí nos interesa lo que pasa en el mundo de la política. Es algo central en nuestras vidas. En ese contexto, hartazgo político e incertidumbre son dos ideas simbióticas. Son
parte de un círculo vicioso que parece que, lamentablemente, no se va romper en un futuro.