Guayas, el paraíso de los nativos

La reserva fue declarada bosque protector en 1989, cuando tenía 420 hectáreas. Fotos: Elena Paucar / EL COMERCIO.

La reserva fue declarada bosque protector en 1989, cuando tenía 420 hectáreas. Fotos: Elena Paucar / EL COMERCIO.

La reserva fue declarada bosque protector en 1989, cuando tenía 420 hectáreas. Fotos: Elena Paucar / EL COMERCIO.

Sus senderos preservan la historia de una ciudad de roble y samán, fuerte como el guayacán y altiva como sus majestuosos pigíos. Aquí abundaba el guachapelí, que forjó los astilleros navales de la Colonia. Y hoy, desde sus cerros, abraza a una urbe moderna, de atardeceres de ébano y amarillo.

El Bosque Protector Cerro Paraíso es una de las reservas urbanas que Guayaquil atesora. Sus 300 hectáreas de bosque seco tropical son el hábitat de múltiples especies de árboles nativos, arraigados a la identidad de la urbe porteña.

Muyuyo, guasmo, cascol y seca revisten los empinados caminos, que se extienden a lo largo de 3,1 kilómetros. Su quietud y silencio contrasta con la ajetreada ciudad que se asoma en los alrededores.

Rodolfo Ríos es uno de los diez guardabosques y cuenta que aquí aún se conservan saberes ancestrales de la cultura montuvia. “El bosque tiene sus secretos. El agua de guasmo es buena para la tos, el muyuyo alivia los cólicos, el palo­santo espanta a los mosquitos y el pechiche se cocina para hacer conservas”, relata.

La ruta para conocer este tesoro natural arranca en el Mirador del Cerro Paraíso, al oeste de Guayaquil. Desde aquí se abren senderos hacia las antenas en la parte más elevada, otros conducen a los túneles del cerro San Eduardo, a la ciudadela Paraíso y se funden con el manglar en la Base Naval San Eduardo. Se calcula que 200 000 guayaquileños dependen de este remanente.

“Los bosques regulan la temperatura de las ciudades, aportan humedad, manejan adecuadamente el ciclo del agua y capturan gases de efecto invernadero”, dice Bolívar Coloma, director del Ambiente del Municipio. La conservación de este ecosistema por los próximos 20 años representaría la captura de casi 400 000 toneladas de dióxido de carbono.

Pero su proximidad al casco urbano implica múltiples riesgos. Las invasiones, incendios forestales y la tala son las amenazas que se deben detener.

Por eso aquí, la semana pasada arrancó la siembra navideña del Cabildo. 300 plántulas nativas reverdecieron entre las ramas resecas y opacas, que aguardan la pronta llegada de las lluvias a la Costa.

Joel Tigrero se unió a la reforestación y plantó un pigío. “Es asombroso descubrir que así fue la ciudad y que por estos pigíos abundaba el papagayo de Guayaquil, nuestra ave símbolo, ahora en peligro”.

Un estudio del biólogo Fernando Félix identificó 109 especies de aves en el 2014. Son tiranos, gavilanes, halcones y loras, que Luzmila Coloma reconoce con solo oír sus trinos. Ella es otra de las guías que, además, ha visto iguanas, serpientes y pequeños mamíferos como las ardillas.

La ciudad tiene 127 000 hectáreas de bosque bajo conservación. La meta del Cabildo para el 2020 es sembrar 31 250 árboles nativos en esas reservas y conectarlos con la vegetación de parques y parterres.

Sebastián Mora aportó a esa misión y sembró un Fernán Sánchez en Cerro Paraíso. El niño de 10 años fue parte de los scouts del Grupo 14, quienes con sus manos compactaron la tierra para dar seguridad a las raíces de los nativos. Por al menos tres años las plántulas requerirán riego y poda, para ser parte del 70% que sobrevivirá.

“Son árboles nuestros que se están perdiendo y que debemos rescatar, para también rescatar nuestra identidad, dijo Luis Rivadeneira, coordinador scout. Debemos enraizarnos en la naturaleza”.

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