El área de concesión tiene dos zonas, desde Churute hasta Balao. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Quienes fueron los primeros en llegar a estas tierras de mangles frondosos, bañados por el Golfo de Guayaquil, exaltaban su abundancia. “No había dónde poner un pie. Todo estaba cubierto por cangrejos”, dice Alonso Mejillones.
Él es parte de los 120 comuneros de cuatro localidades de la parroquia Santa Rosa de Flandes de Naranjal (Guayas), que siguen la tradición de sus ancestros. Son recolectores de cangrejos, un esquivo crustáceo que es parte de su sustento. Otros 30 se dedican a la pesca.
Cada jornada arranca en Puerto Baquerizo, en el muelle de la Cooperativa de Producción Pesquera Artesanal Nuevo Porvenir. Sus lanchas surcan el quieto río Naranjal, que se interna entre los mangles rojos, negros y blancos.
El sereno trayecto es sobrevolado por aves de todo tipo. Las garzas pico de espátula resaltan por su plumaje rosa. Y las garcetas de tonos grises reposan inmóviles sobre los troncos enmarañados.
Tras navegar 5 kilómetros, el bote Nuevo Porvenir Jr. se detiene junto a la orilla. Ronald Lliguin se equipa con botas y guantes para recorrer el fango amelcochado del manglar.
La superficie está minada por cientos de madrigueras de cangrejos rojos (Ucides occidentalis). El joven recolector sumerge su brazo casi hasta el hombro y solo con tocarlos reconoce si es una hembra -más robustas- o un macho -de mayor tamaño, por lo general-.
Saben que únicamente deben capturar machos. Las hembras, que por estos días cargan miles de huevecillos color carmesí, son liberadas para preservar el recurso.
En cada desove depositan hasta 200 000 huevos junto al estuario. El 70% sobrevivirá.
Los recolectores de Nuevo Porvenir capturan hasta 72 cangrejos por salida, para formar seis atados. Por cada sarta reciben entre USD 9 y 10.
Los registros de la cooperativa aumentaron en este año no solo porque respetan las dos vedas fijadas. También aplican cuatro autovedas cuando detectan fases de apareamiento.
Por ese uso sustentable se convirtieron en custodios de 3 874,84 hectáreas, desde una zona que colinda con la reserva Manglares Churute hasta el cantón Balao. Los comuneros han mantenido desde el 2014 una concesión del Ministerio de Ambiente y cada año reciben recursos como parte del programa Socio Manglar.
Mejillones es el presidente de la cooperativa y cuenta que con esa inversión construyeron el muelle, una sede, una tienda de insumo para las lanchas y harán un restaurante para la venta de platos típicos.
A cambio cuidan el territorio de sus antepasados y vigilan que las 30 camaroneras que los rodean no afecten el ecosistema. “Somos la cuarta generación en estas tierras. Algunas de nuestras familias llegaron desde las islas del golfo”, dice.
La majestuosidad del golfo sorprende a los visitantes, que pueden descubrir su belleza natural gracias a las rutas ecoturísticas trazadas por los comuneros. 25 de ellos se preparan como guías comunitarios.
La corriente lleva a la Isla de los Pájaros, 600 hectáreas dominadas por una abrumadora diversidad de aves. El vuelo de decenas de cormoranes al ras del agua advierte la llegada a este paraíso habitado por pelícanos, patillos y gaviotines.
Otra ruta incluye un sendero de 200 metros. Es allí donde luego de varios intentos Lliguin ha encontrado un cangrejo macho de patas vigorosas. Aquí se puede ver el tradicional oficio de estos guardianes.