En uno de los auditorios del Luis Vernaza (arriba) se exhiben medallas e instrumental del Dr. Juan Tanca Marengo, así como otras piezas históricas. La biblioteca preserva los textos franceses de Medicina que utilizaron varios galenos. Foto: Enrique Pesantes / ELCOMERCIO
Los galenos de la ciudad-puerto aportaron a la medicina moderna; algunos se formaron en Francia. Aquí se organizó el Primer Congreso Médico Ecuatoriano.
Mal de siete días. Calenturas. Lombrices. Fiebre delirante. Mal francés. La curiosa nomenclatura de las enfermedades más comunes en Guayaquil, entre 1860 y 1870, cierra el capítulo en el que Modesto Chávez Franco narra la historia de la Medicina en la ciudad-puerto.
En Y así vino Hipócrates, parte de su libro ‘Crónicas del Guayaquil antiguo’, el historiador hace un recorrido desde la ciencia de los huancavilcas y su farmacopea natural, pasando por las boticas de ungüentos y menjurjes, hasta la creación en 1570 del Protomedicato por Felipe II en Lima, con influencia de Panamá a Chile.
El Protomedicato enviaba médicos, profesores, boticarios y cirujanos a las audiencias y ciudades principales, para informar a España sobre las aplicaciones que usaban los indígenas y sus enfermedades.
Poco antes, en 1563, Chávez Franco relata que una carta escrita por el señor Leandro Echeverría revela, quizás, el arribo del primer médico al “Puerto de Huallaquil (sic)”. Era Ildefonso Bermúdez, quien posiblemente iba de paso a Lima. “Ha sido para mí y mi familia un enviado de la Providencia -cita la carta de Echeverría-. Nos quitó los males y unas ‘calenturas empedernidas’… aquí está haciendo cosas que parecen milagros”.
Un año después el Cabildo guayaquileño inaugura al pie del cerro el hospital de Santa Catalina Mártir, creado por ordenanza de Carlos II, rey de España. Fue el primer hospital en la Audiencia de Quito.
Se levantó una y otra vez de los fuegos, junto a la Calle de los Lamentos, en el límite entre la ciudad vieja y la nueva donde también estaban el cementerio, el leprocomio y la cárcel municipal. La primera estructura de caña se construyó con las donaciones de ciudadanos, que con el tiempo dieron paso a la Junta de Beneficencia de Guayaquil, fundada en 1888. Fue conocido como Hospital Civil, Hospital General y desde 1942 como Luis Vernaza, en reconocimiento al primer director de la Junta de Beneficencia.
Para el neurocirujano David Martínez Neira, es en este hospital donde nace la medicina moderna en la ciudad. “A fines del XIX comienza la medicina como la conocemos en la actualidad. Muchos médicos fueron a Europa. En los primeros 25 o 30 años del siglo XX hay mucha influencia de la medicina europea, porque llegaban médicos de Francia, con nuevos conocimientos”.
Entre esos primeros galenos sobresale Julián Coronel Oyarvide, el primer presidente de la Sociedad Médico-Quirúrgica del Guayas. Su barba abundante y su postura erguida se destacan en un retrato que es conservado junto al de otros especialistas en la biblioteca médica Carlos Julio Arosemena Tola, ubicada en la que alguna vez fue la primera sala de pensionado que tuvo el Luis Vernaza.
El guayaquileño estudió en la Facultad de Medicina de La Sorbona de París. Se graduó en 1878 con la tesis doctoral ‘La hemiplejía histérica’, escrita en francés y traducida al español por el doctor Juan Tanca Marengo. El documento es parte del repositorio de la Casa de la Cultura y recoge el análisis de seis casos de pacientes, afectados por un tipo de parálisis generada por cuadros de ansiedad y fatiga cerebral. “De alguna forma Julián Coronel fue el primer neurólogo”, resume Martínez Neira.
En páginas previas a la traducción de la tesis, Tanca Marengo exalta la figura del Clínico Maestro, que aportó a la reconstrucción del edificio donde funcionaba la Universidad de Guayaquil, destruido por el incendio de 1902; y aportó al levantamiento del Anfiteatro Anatómico, un espacio que la universidad porteña aún conserva. Su nombre quedó además plasmado en el premio anual de Clínica Interna, el más alto reconocimiento que solía otorgar la Asociación Escuela de Medicina.
A su retorno de Francia, Julián Coronel laboró en el Hospital General. En los pasillos de este tradicional sanatorio guayaquileño se revive la historia del galeno y de otros reconocidos médicos de la ciudad. En una vitrina sellada preservan los lentes y un antiguo instrumental de Juan Tanca Marengo; un vetusto recorte de prensa revela la opinión de Alfredo J. Valenzuela; y las oxidadas pinzas quirúrgicas de Miguel H. Alcívar dan testimonio de su legado como cirujano.
En una estantería de la biblioteca también atesoran las memorias del Primer Congreso Médico Ecuatoriano en 1916, que se organizó en Guayaquil con tres años de anticipación. Carlos García Drouet presidió el comité junto a Miguel H. Alcívar, José M. Estrada Coello, José Boloña Roca y Leopoldo Izquieta Pérez. El Concejo Cantonal, dirigido por Vicente de Santistevan y con Juan de Dios Martínez Mera como secretario, convocó a las universidades de Quito y Cuenca a participar.
Cada página raída, teñida de ocre por el tiempo, contiene el conocimiento científico de especialistas que forjaron carreras exitosas y cuyos nombres están inmortalizados en hospitales públicos y algunas vías rápidas de la urbe porteña.
Allí aparece un estudio de fiebre tifoidea de Alfredo J. Valenzuela, profesor de Patología Interna y médico auxiliar del Hospital General, que analizó la incidencia del bacilo de Eberth en los trópicos. “Estas son las maladies de Dieulafoy, The Enteric fever de Chalmers, intestinal feber de Ritchie -cita el texto-, la fiebre infecciosa intestinal, diagnosticada desde tiempos de nuestros venerados maestros Mateus, Lascano, Coronel, Boloña, Rendón y otros”.
El libro recoge también la experiencia de Teodoro Maldonado Carbo como médico en Francia durante la Primera Guerra Mundial. El Hospital Necker de París, un centro especializado en urología al que asistía como parte de su formación, fue militarizado en 1914 y estuvo a disposición del Servicio de Sanidad Militar.
“La casualidad me ha colocado en este centro de enseñanza donde he podido apreciar de cerca los horrores de la gran guerra europea, viendo y estudiando lo que ni la experimentación ni los laboratorios con sus más completos adelantos enseñarían”, relató durante este congreso inicial. Frente al público del Teatro Olmedo expuso dos casos de soldados franceses; de uno de ellos adjuntó una rústica radiografía, en la que se observa una bala alojada cerca de la vejiga.
Por eso Martínez toma con sutileza cada hoja de aquel histórico ejemplar, como si se tratase del delicado cráneo expuesto de alguno de sus pacientes sobre la camilla del quirófano. Para el neurocirujano, también heredero de un legado científico, el Hospital Luis Vernaza incentivó y aún conserva las raíces de toda la medicina guayaquileña.