Hacinamiento en Sierra Pelada, la mayor mina de oro en el corazón de Brasil. Foto: Sebastião Salgado
Hace unos días, unas declaraciones del afamado fotógrafo brasileño Sebastião Salgado alborotaron el avispero de la fotografía mundial. Los medios buscaron obviamente el titular más vendedor posible. En unos casos dijeron: “Sebastião Salgado: la fotografía está en proceso de extinción”.
Sí, lo está, pero sería bueno poder aclarar a qué se refería el maestro.
La fotografía siempre ha sido un producto masivo, sin embargo su proceso de masificación se incrementó con el advenimiento de la tecnología digital y la Internet. La publicación inmediata y gratuita en sitios como Instagram ha provocado que los usuarios se vuelquen a publicitar sus imágenes. Ese es uno de los filones que usa el fotógrafo brasileño para hacer las afirmaciones que han levantado tanta polvareda.
Desde que la fotografía es y la publicidad descubrió lo potente de su mensaje, ya estuvo preñada de su fin. Su omnipresencia en todos los quehaceres de nuestra realidad cada vez la vuelve más invisible. Es paradójico: mientras más abundante es, se transforma en más invisible.
El cerebro humano es misterioso, suele eliminar lo que considera ruido visual. Si percibe una imagen como tal la elimina, luego la habrá olvidado.
La omnipresencia se ha transformado en su enemiga.
Salgado no aborda el problema por ahí. Tiene una mirada un tanto nostálgica del filme, y está bien porque tuvo su encanto, sobre todo porque en el negativo hay información infinitesimal, que permanecerá ahí después de mucho tiempo de manera casi inalterada (aunque siempre habrá pérdida por el deterioro normal del sustrato de gelatina).
Sin embargo, el maestro brasileño insiste en que la sobre exposición de imágenes a las que nos vemos abocados está provocando que nuestra percepción fotográfica cambie y cambie de manera dramática.
Aquella saturación suele ser cacofónica, carente de sintaxis. Es por ahí por donde va el temor del gran fotógrafo: que la fotografía cada día pierde performatividad y se transforma en imagen vacua.
Pero en la fotografía está el germen de la vacuidad, desde su invención misma, por su propia naturaleza debía masificarse, la fotografía es la manifestación de la victoria de la inmortalidad, por primera vez con la fotografía el ser humano tiene a su alcance ser perenne, sin embargo, aquella manifestación se ha convertido en bullicio, todo el mundo expresa su yo al mismo tiempo.
¿Eso es malo? Personalmente pienso que no, pero puede ser perturbador, sobre todo para alguien que como Salgado es un cultor de la sintaxis correcta de la imagen fotográfica, y creo que por ahí van los tiros.
Sin embargo pienso que se pierde en la figura romántica de la fotografía analógica versus la digital, ya que el resultado siempre será el mismo pero con una gran diferencia, sería como suponer que escribir en máquina marcaba la diferencia frente a hacerlo ante un procesador de palabras, el resultado final siempre será el mismo y eso al espectador lo tendrá sin cuidado porque está consumiendo fotografía y no el sustrato de ella.
¿La fotografía está herida de muerte? Pienso que sí, pero no está herida, ya está muerta.
Aunque a diferencia de Salgado pienso que no está en proceso de extinción, sino que se encuentra ante una gran escisión, un rompimiento necesario aunque no necesariamente doloroso. La fotografía como tal ya ha encontrado su propio lenguaje, complejo, extremadamente elaborado y que toma mucho tiempo digerir.
En una ocasión, mientras tomaba un café con Iván Carvajal solté algo que tenía atravesado en la garganta desde hace mucho tiempo:
-¿Vale la pena seguir, vale la pena continuar en una porfía que a ratos pienso que a nadie le importa?
-Vale la pena, querido Diego-, dijo Iván, -vale la pena en tanto esa es tu tarea, no importa si el resto presta o no atención, no importa si el resto llega a aceptar tus postulados, es tu tarea y para eso estás-, añadió.
Salgado pone sobre el tapete la muerte de la fotografía como la habíamos concebido hasta ahora, como un todo, pero nos plantea ya su separación, tal y como en su momento lo hizo la escritura para convertirse en literatura.
Hay una crisis y es evidente; es normal que existan representaciones populistas en momentos como este. La fotografía como buena manifestación humana no es ajena a eso.
La fotografía se divorcia de sí misma, se niega, se abandona, se pelea y al parecer será de manera irreconciliable. Pero eso no es malo, por el contrario, es beneficioso para todos, como lo fue cuando la literatura se asumió como tal y se apartó de la escritura vulgar, no habrá falla en ello, como un matrimonio mal avenido que se sincera y cada uno busca su propio futuro.
Claro que la fotografía está en extinción, por sus propias contradicciones, pero la sobreviviente natural será la fotografía de autor, porque ella recién se está explorando, recién se está mirando al espejo, recién se está entendiendo como posibilidad real de expresión artística que no sea esa melosa o cursi, sino la que puede transgredirse a sí misma para contar historias más cercanas a la literatura que a la realidad objetiva.
Joan Fontcuberta ya lo viene diciendo desde hace algún tiempo: la fotografía no es verdad, la fotografía es la verdad que su operador quiere que sea.
Pero, ¿entonces dónde queda el fotoperiodismo que alude permanentemente a la objetividad del hecho noticioso? Queda allí, en la objetividad que siempre persiguió esa fotografía, la que no tiene margen para negarse, la que tiene sus ataduras muy ajustadas, a la que cada vez la sábana le queda más corta.
El fotoperiodismo alude al relato, la fotografía de autor no, suscita el relato pero desde el lado del espectador, incita al espectador a que construya el suyo propio. He ahí el motivo de la escisión.
No hay nada de lo que debamos asustarnos, estamos asistiendo al fin de algo que debía terminar, a un divorcio que veíamos venir.
Tal vez Sebastião Salgado lo ve con algo de nostalgia, y es natural que así sea, pero no debemos ver con ojos de ensoñación lo que era a ratos un tormento. Hacer fotografía no solo era contaminante, era cruel y extremadamente caro; la fotografía digital ha liberado a la fotografía misma de semejantes ataduras y la ha vuelto más versátil y humana, tan humana que ha caído en sus propias contradicciones.
Solo me atrevería a concluir: “la fotografía ha muerto, larga vida a la fotografía”.
*Fotógrafo e investigador.