Manuela Ima, fotógrafa waorani, muestra una de sus fotos exhibidas en el MAAC. Foto: EL COMERCIO.
Manuela Omari Ima se inició en la fotografía de forma circunstancial. Cuando llegaban forasteros a las comunidades waoranis de la selva ecuatoriana se encontraban con que los nativos evitaban ser fotografiados.
Un día le sugirieron que fuera ella quien retratara a su pueblo y así comenzó su aventura en la fotografía, un medio con el que documenta su estilo de vida. Ima, presidenta de la Asociación de Mujeres Waorani del Ecuador, exhibe sus fotografías junto a otras dos fotógrafas ecuatorianas, en una sección de la exposición ‘Contaminados’, del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) de Guayaquil.
Las fotografías refieren al territorio, a la naturaleza, a la transformación cultural o a la convivencia. “Estamos hablando de quienes son los waoranis desde una mirada propia y desde miradas externas, pero no desapegadas”, explica Carolina Zambrano, fotógrafa de Los Ríos, quien a pesar de ser ‘kuguri’ (forastera), mantiene una amistad de una década con Ima y con Romelia Papue, otra de las fotógrafas. “Juntamos estas tres miradas interculturales, pero muy cercanas”.
Las copas de los árboles de la selva sobre una noche estrellada o la cola y patas desmembradas de un lagarto en un asador hacen parte de las imágenes de Zambrano.
Ima retrata a un joven cargando una gran boa o mujeres usando como paraguas las hojas inmensas de la selva. Papue, del pueblo kichwa amazónico, centra su mirada en el retrato. “He conocido casi todas las 45 comunidades waoranis y recorrido las provincias de Pastaza, Napo y Orellana, vengo trabajando con ellos desde 2004 y son la gente más alegre del mundo”, dice Papue, de Lorocachi (Pastaza).
Los waorani, uno de los pueblos más recientemente contactados, mataron a un tío de Papue en los años 80 y ella recuerda que vivió el temor de una agresión violenta. “Vengo de ese proceso, ahora entiendo que los waorani nos veían también como agresores”, dice la fotógrafa. “Conocerlos y compartir con ellos cambió mi forma de pensar, viví con ellos por mucho tiempo y eso me permitió apreciar su cultura, perdonar y seguir adelante”.
Una serie de diez retratos de las tres fotógrafas contrasta el blanco y negro de los rostros con coloridos hilos de chambira bordados sobre las fotografías. Se trata de la fibra natural (proveniente de una palmera típica) con la que se tejen artesanías y redes de pesca como la expuesta a un lado de las fotos.
En una vitrina se exhiben collares típicos –uno con colmillos de saíno, garras de águila y huesos de paujil, el faisán de la selva-, además de cerbatanas con flechas, artesanías, libros y notas de prensa con una breve reseña sobre cómo se produjo el contacto con este pueblo.
Ima exhibió también un collar tagaeri perteneciente a los taromenani, pueblo indígena no contactado de la selva.
Estos recolectores-cazadores tomaron desechos del mundo occidental como tapas plásticas, anillas de latas de cerveza, cierres de cremallera y cables de las petroleras para crear un colorido collar.
“Este collar me entregó mi tío Babe, líder de la comunidad de Tiwino, que pertenece a los Taromenani-Wiñatare o ‘el pueblo indígena en aislamiento voluntario’ como dice el Estado; ellos habitan y se movilizan en la selva amazónica o la zona intangible. Babe la obtuvo en una emboscada a una de sus casas en 2001”, según el testimonio escrito de Ima.
“Este collar me recuerda que ellos existen, se movilizan, luchan… y me motiva para luchar junto a ellos y decir que se respete su espacio, el Yasuní”.