Eugenio Espejo, adelantado de la ciencia crítica

La agrupación política Acuerdo Nacional por el Cambio, que aglutina a las izquierdas, entregó una ofrenda floral en el monumento a Eugenio Espejo por el 10 de agosto. Acudieron: Paco Moncayo, Enrique Ayala, Lenin Hurtado, Lourdes Tibán y Alberto Acosta. F

La agrupación política Acuerdo Nacional por el Cambio, que aglutina a las izquierdas, entregó una ofrenda floral en el monumento a Eugenio Espejo por el 10 de agosto. Acudieron: Paco Moncayo, Enrique Ayala, Lenin Hurtado, Lourdes Tibán y Alberto Acosta. F

Figuras políticas en el monumento a Eugenio Espejo el 10 de agosto. Acudieron: Paco Moncayo, Enrique Ayala, Lenin Hurtado, Lourdes Tibán y Alberto Acosta. Foto Pavel Calahorrano/ EL COMERCIO

¿Qué importancia tiene volver ahora al pensamiento de Eugenio Espejo y plantearse una relectura de sus ideas científicas y sociales desde una perspectiva crítica? ¿De qué sirve para la investigación y los estudios actuales descifrar las claves del pensamiento de ese médico revolucionario y pensador polifacético de la ilustración latinoamericana?

Para entender en profundidad el valor del pensamiento de Eugenio Espejo, es indispensable superar el enfoque biomédico, que reduce sus aportes a las ideas médico-asistenciales sobre ciertas enfermedades, como la viruela, sin comprender que la grandeza y trascendencia mayor de su pensamiento se manifiesta en su visión integral sobre la promoción, defensa y reparación de la vida en todos los espacios y dominios del convivir social.

Espejo, en lugar de reducir la salud a los efectos o trastornos estrictamente bio-psicológicos en individuos susceptibles de un tratamiento personal, rompió ese molde interpretativo para explicar la salud como un fenómeno social o colectivo, como un proceso multidimensional que va más allá de la enfermedad individual, y que tiene sus raíces en las relaciones sociales más amplias y en los correspondientes modos de vivir de las colectividades.

En su época, Espejo no solo fue un revolucionario en la dimensión política de su pensamiento libertario anticolonial, fue también un revolucionario en el campo del pensamiento científico y, para hacerlo, tuvo que oponerse a la medicina 
de la escolástica de base teológica y anteponerle el pensamiento antropológico del humanismo ilustrado.


El sabio adelantado fue llamado por Arcos (1930) “el primer científico en la evolución de nuestra cultura”, por sus contribuciones logradas gracias a su aguda capacidad de observación “física” y “cultural”, a su formidable dominio de la bibliografía de entonces. Pero ahora diremos que gracias, principalmente, a su insaciable sed de justicia, que lo impulsó a emplear todos los medios a su alcance para criticar los fundamentos económicos, sociales, culturales y políticos de la sociedad, construyendo una explicación que nos admira por la época y el espacio histórico en que fue producida.


Sus ideas científicas se deben comprender, por lo tanto, como articuladas al proyecto integral de transformación del que formaron parte y que completa la coherencia e interdependencia de todas las facetas de su vida. Por consiguiente no se puede explicar al Espejo como médico científico adelantado sin comprender al reformador en la educación, al pensador ilustrado, al periodista polémico o al duende zapador político, que hizo amanecer las cruces del Quito Histórico con su alegato por la libertad.


Así, en sus ‘Reflexiones sobre el contagio y transmisión de las viruelas’ (1785), más que una réplica sobre el tratamiento y medidas puntuales de prevención, Espejo ofrece a la historia de la ciencia un ejemplo de rebeldía contra las ideas imperantes en la ciencia europea de entonces y ubica la explicación de la enfermedad y su transmisión en el terreno de la determinación social. Asumió desde una perspectiva visionaria la tesis “anticontagionista”, postura que sería llamada revolucionaria en Europa, recién un siglo después.

Para hacerlo, cuestionó el método de Don Francisco Gil, quien se inclinaba hacia elementos supuestamente “externos” que traerían la enfermedad desde fuera, y defendió más bien la determinación de esa enfermedad por los modos de vivir “internos” de la sociedad colonial en la que, según sus propias palabras, “el hacendado va haciendo su bolsa a costa de la miseria y 
hambre del público y la indolencia de los usureros, de los mercaderes y la cruel avaricia de los productores que esconden el trigo para venderlo a más alto precio, fijando entonces su riqueza en el hambre y la agonía de los infelices”. (‘Reflexiones’, 1785).


Espejo fue entonces el pionero mayor de una vertiente del pensamiento crítico que, si bien muestra los límites de su tiempo, es un hito fundacional de dicho pensamiento en las ciencias en salud, y muy probablemente en las ciencias en general. Su brillante contribución a la crítica de la sociedad colonial y su pensamiento, es uno de los eslabones fundacionales de una tradición de ruptura en la filosofía ecuatoriana.

Una tradición de ideas científicas emancipadoras que en el campo de la salud fueron recreadas en las críticas a la sociedad oligárquica y su pen­samiento durante el período juliano de los 20 y 30, y que ahora se recrean en los movimien­tos que se oponen a la civiliza­ción neoliberal.


En la historia de las ideas científicas ecuatorianas fue Espejo quien sembró una tradición de rigor académico, de estar al día en el conocimiento hegemónico, pero a la par tomar distancia de ese conocimiento para dar un salto adelante. Espejo fundó una línea revolucionaria de pensamiento y rompió con la idea de que el pensamiento europeo es la verdad absoluta y el único camino de la ciencia.

Así dio vida por primera vez a esa auto-afirmación de nuestros propios modos de pensar latinoamericanos, que el sabio Simón Rodríguez reclamaría un siglo más tarde (1840), en otra etapa revolucionaria. 
Lo que Espejo logró es, como diría Arturo Roig, colocar el conocimiento de los fenómenos por él estudiados en el contexto del sistema de relaciones de su época.

Este gran epistemólogo argentino-ecuatoriano, en sus ‘Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana’ (1977), afirmó que para que las ideas latinoamericanas valgan por sí mismas deben contar con el soporte de análisis de las relaciones sociales donde surgen y, además, sostuvo que solamente si comprendemos que las ideas son un elemento determinado y a la vez determinante, en relación con el sistema de conexiones de cada época, podremos alcanzar un saber propio, genuino y auténtico.

Nosotros ahora afirmamos que no habrá ciencia ecuatoriana genuina y original si no cuestionamos el paradigma hegemónico de la educación y de la práctica de la ciencia que tiende a ahogarnos en una época en la que se reproduce aceleradamente una cultura tecnocrática de dependencia cultural y científica.


Eugenio Espejo no fue un simple pensador ilustrado sino un revolucionario que armó -con elementos del viejo discurso- una crítica emancipadora de la sociedad colonial, fundó así una tradición crítica, eslabón germinal, como hemos dicho, no solo del positivismo científico sino del pensamiento crítico social y, al hacerlo, pasó a ser el fundador de una tradición científica latinoamericana en el campo que hemos denominado epidemiología crítica.


En definitiva, su obra es una evidencia edificante de cómo un pensador de la periferia del mundo colonial pudo romper el cerco reduccionista del paradigma hegemónico europeo, instaurando de esa manera en el siglo XVIII una tradición crítica del pensamiento ecuatoriano académico; una ciencia crítica inscrita en la matriz revolucionaria de su praxis.

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