El estadounidense Max Espinoza colabora con el cuidado de los animales en Cotacachi.Foto: José Mafla / EL COMERCIO
Hasta que llegó a Cotacachi, provincia de Imbabura, el estadounidense Maxx Espinosa, de 18 años, nunca había participado en una cosecha. Peor aún de papas. Sin embargo, el sábado último lo hacía, escarbando la tierra con la ayuda de una pala en busca del tubérculo, junto a la familia indígena Vinueza-Quilumbaquí.
Desde hace tres meses y hasta abril próximo Alfredo Vinueza y Rosa Elena Quilumbaquí son los padres temporales de Maxx, nativo de Washington D.C. Con una sonrisa, Espinosa, hijo de un mexicano y una estadounidense, comenta que participar en una minga es una experiencia maravillosa. Resalta la alegría y la solidaridad de los campesinos, que se contrapone a los sentimientos de los habitantes de su ciudad natal en la que todos tienen dinero y nadie habla con sus vecinos.
Asimismo, en el Museo Viviente Otavalango, de Otavalo, Sowmaya Difallah, de Inglaterra, colabora como guía de turismo. Al igual que Maxx, Sowmaya aprovecha su estadía para perfeccionar el idioma español y aprender kichwa.
Ella sueña con estudiar Derechos Humanos en la universidad a su retorno a Inglaterra. Está contenta de haber llegado a Ecuador. Le parece un país maravilloso.
Otro extranjero interesado en la cultura indígena es Austin Nguyen, de San José, California, Estados Unidos. Descendiente de vietnamitas, tienen 18 años y sueña con ser médico. Por ello, prefiere colaborar en la Cruz Roja y el proyecto Hambi Huasi (Casa de Salud, en español), de Otavalo, que impulsa las prácticas de medicina ancestral de los kichwas.
Los tres estudiantes son parte del programa Global Citizen Year, una organización de Estados Unidos, sin fines de lucro, que promueve la convivencia principalmente de estudiantes extranjeros que han acabado el colegio, con familias nativas de Ecuador, Brasil, Senegal (África) e India (Asia).
Austin Nguyen, de Estados Unidos, realiza tareas comunitarias con René Zambrano. Foto: EL COMERCIO
Según Yuri Strobosch, gerente de operaciones de Global, en nuestro país, la idea es que los jóvenes salgan de la burbuja en la que viven (zona de confort) y conozcan que hay otras culturas y formas de vida más sencillas. “Con ello se cultivan la empatía, la humildad y la solidaridad”. Es decir, es una oportunidad de aprender cosas que no se enseña en una universidad y que ayudan al crecimiento de las personas.
En Ecuador participan este año 39 chicos de Estados Unidos, Inglaterra, Palestina, Uganda… que realizan pasantías en proyectos sociales y comunitarios Azuay, Cañar, Imbabura, Napo y Pastaza, explica Strobosch.
Para los estudiantes, que aprovechan un año sabático antes de ingresar a la universidad, es una oportunidad de definir lo que quieren hacer en el futuro con sus vidas. Entre tanto, aprenden el idioma nativo de los países que les acogen, durante ocho meses y también asimilan la cultura.
Austin, por ejemplo, se sorprendió al ver que en la casa de Luzmila Zambrano, una indígena kichwa de Otavalo, que es su madre temporal, debían lavar la ropa a mano, porque no tienen lavadora eléctrica. También a dormir sobre una estera de totora, porque la familia no utiliza colchones. Para él, la cultura Otavalo es muy similar a la vietnamita, de sus padres, en donde hay mucho respeto hacia los adultos.
Maxx igualmente aprendió a comer cuy asado con papas, un platillo de fiesta de la zona andina de Ecuador.
Global Citizen Year tiene una oficina en Quito y coordinadores en las provincias en donde los chicos realizan las pasantías. Lisa Walters es la representante de la organización en Imbabura. Su labor es realizar contacto con programas sociales y comunitarios y familias que puedan acoger a los bachilleres. Luego realizan un seguimiento constante.
La mayoría de estudiantes extranjeros llegan con becas totales y parciales que les ofrece la organización. Mediante esta convivencia intercultural se espera formar líderes en busca de un mundo mejor.