J.D. Salinger, el Gurú de un tiempo que se ha perdido

J. D. Salinger escribió en la II Guerra Mundial las páginas de ‘El guardián en el centeno’, la novela más interesante de EE.UU. de la segunda mitad del ­siglo XX. Foto: Archivo.

J. D. Salinger escribió en la II Guerra Mundial las páginas de ‘El guardián en el centeno’, la novela más interesante de EE.UU. de la segunda mitad del ­siglo XX. Foto: Archivo.

J. D. Salinger escribió en la II Guerra Mundial las páginas de ‘El guardián en el centeno’, la novela más interesante de EE.UU. de la segunda mitad del ­siglo XX. Foto: Archivo.

En la película ‘El campo de los sueños’, Ray Kinsella (Kevin Costner) va en busca del escritor Terence Mann (James Earl Jones) para que le ayudara a resolver el enigma que una misteriosa voz le planteaba y que comenzó con la locura de construir un campo de béisbol en medio de los maizales de su granja en Iowa. Entender qué debía hacer era la vía para redimirse con el pasado y reconciliarse con su padre. Es por poco una metáfora perfecta de lo que fue J.D. Salinger para varias generaciones de estadou­nidenses: la luz en medio de una desconcertada vida.

El personaje de Terence Mann está inspirado en Salinger, cuyo centenario de nacimiento se cumplió el 1 de enero pasado. Su obra ‘The Catcher in the Rye’ (El guardián en el centeno) fue el emblema de varias generaciones desde su publicación, en 1951. Más de 65 millones de copias vendidas, solo en inglés, desde entonces.

Los lectores, sobre todo los jóvenes, se descubrieron y se identificaron con Holden Caulfield, un adolescente de 16 años que va por Nueva York luego de ser expulsado del colegio. Es un rebelde, alguien que no encaja en lo que la sociedad y el sistema le exigen. Y la novela está escrita de tal manera que es como si uno de verdad estuviera sentado escuchando a Caulfield relatar esos días de desconcierto en medio de la gran ciudad y su odio a los ‘phonies’ (falsos) -la palabra más repetida en su novela- del mundo de los adultos.

En la película, Kinsella necesitaba de Mann una respuesta para el momento más trascendente de su vida. Una voz le insistía: “Si lo construyes, él vendrá” o “alivia su dolor”. Mann era un hombre que había decidido silenciarse ante la consagración que le llegó con sus novelas y el acoso de sus seguidores.Tal cual le ocurría a Salinger en la vida real. Y si bien en la ficción Mann se había refugiado en una ciudad como Boston, el creador de ficciones impresionantes como ‘Franny y Zooey’ (1961) o los ‘Nueve Cuentos’ (1953) huyó a las montañas de Cornish, en Nueva Hampshire, Nueva Inglaterra, hastiado de la consagración. Y los pocos jóvenes que lograban encontrarlo -a pesar de que los pobladores de Cornish no daban ninguna razón a los que viajaban hasta allá como en peregrinación- eran despachados con cierta virulencia. “Soy un escritor de ficción, no un consejero”, les decía, a veces a los gritos.

Salinger era el escritor de una generación desencontrada. Escribió ‘El guardián en el centeno’ cuando era soldado en la Segunda Guerra Mundial, golpeado porque quien probablemente fue el gran amor de su vida, Oona O’Neil (hija del dramaturgo Eugene O’Neil), lo abandonó para casarse con Charles Chaplin. Con ese dolor va al combate: estuvo en el desembarco en Normandía; vio y olfateó los cuerpos calcinados en los campos de concentración nazis; fue encargado de tareas de inteligencia. Y Salinger, un judío, terminada la guerra, se casó con Sylvia Louise Welter, una alemana pronazi que conoció en sus interrogatorios y cuya nacionalidad tuvo que falsear porque estaban prohibidas las relaciones entre soldados estadounidenses y alemanes.

Salinger sufrió, como muchos, los estragos que las guerras generan entre los que deben acostumbrarse a los truenos del combate y la muerte como algo cotidiano. Tiene un cuento que refleja ese estado de desconcierto que se vive al volver del combate: ‘Un día perfecto para el pez plátano’.

Entre batalla y batalla -cuentan- escribía y escribía. Volvió de la guerra. No dejaba de escribir. Lo publicaban en revistas. The New Yorker, la única revista que para él no era ‘phony’, lo rechazó sucesivamente. Salinger logró su sueño de publicar allí muchos años después. Pero en 1951, la vida le cambió con la edición de ‘El guardián en el centeno’. No tuvo que esperar mucho para que se convirtiera en un libro fundamental y fundacional. Si Mark Twain es considerado el escritor de la Guerra de Secesión del siglo XIX, Salinger lo era de la II Guerra Mundial.

La película ‘El campo de los sueños’ es un homenaje a Salinger, aunque parezca más la obstinación de un hombre por ese campo de béisbol. La novela en la que se basa se titula ‘Shoeless Joe’ (El descalzo Joe) de W.P. Kinsella, quien originalmente lo quiso titular ‘The Kidnapping of J.D. Salinger’ (El secuestro de J.D. Salinger), pero aceptó la sugerencia de los editores. Luego, los directivos del estudio cinematográfico, temerosos de que el escritor los enjuiciara, lo reemplazaron por un escritor afroamericano llamado Terence Mann.

Las referencias sobre él se multiplican en películas y series, y se convirtió en una lectura obligada en los ‘high schools’ estadounidenses, aunque siempre tuvo el rechazo de los conservadores, que se horrorizaban ante el lenguaje crudo de ‘El guardián en el centeno’.

Siempre se quiso filmar una película de la novela, pero Salinger -luego de sentirse excesivamente disgustado por cómo Hollywood arruinó el cuento ‘El tío Wiggily en Connecticut’ con la cinta ‘My foolish heart’, cuyo guion fue elaborado por los hermanos Epstein, autores de ‘Casablanca’- se prometió no vender más los derechos de su literatura a la industria cinematográfica. Y así fue.

“Díganle a (el director) Billy Wilder que me deje en paz. Es muy muy insensible”, le gritó al representante del cineasta. Cerró el teléfono infinidad de veces a Jerry Lewis, quien había dicho públicamente que iba a hacer la película. Cuenta la leyenda que Elia Kazan -de quien se decía que estaba obsesionado con la novela- se le presentó en la casa: “Señor Salinger, soy Elia Kazan”. “Me alegro mucho”, respondió. Y le cerró la puerta. Y, ¡ay de los editores que se animaban a cambiarle siquiera una coma!

Tal era el efecto que generaba este escritor en la cultura estadounidense, pero revela también los temores que se le tenía. Despreciaba los efectos que generó su novela. Y más aún cuando el 8 de diciembre de 1980, un joven llamado Mark David Chapman tenía un ­ejemplar de ‘El guardián en el centeno’ cuando disparó contra John Lennon.

Al cabo de los 100 años de su nacimiento, habría que preguntarse si Salinger es el mismo de antes. ‘El guardián en el centeno’ es una novela generacional. Pensada como una literatura para adultos, fueron los jóvenes quienes la convirtieron en el ícono de un tiempo.

Algo parecido le ocurrió a Julio Cortázar con ‘Rayuela’. Los jóvenes de su tiempo la abrazaron, pero probablemente ya no genere el mismo impacto. La Maga ya no es la mujer ideal ni interesan las sesudas e inocuas discusiones de intelectuales bastante esnobs. Es una novela tan representativa de una época, que bien pudiera morir con el cambio de los tiempos.

‘El guardián en el centeno’ sigue siendo material de lectura escolar, pero la recepción no parece la misma. Ya los jóvenes no creen que Caulfield está viviendo, sintiendo, diciendo lo mismo que ellos viven, sienten y dicen. Y los críticos han entendido que esta disminución del efecto Salinger se debe a que la cultura estadounidense ha variado.

“Ya no se puede imaginar que las ansiedades de un joven heterosexual blanco expulsado de una preparatoria costosa capturen el espíritu de nuestra era”, escribe Ron Charles en el Washington Post, para quien el país vive un “renacimiento muy atrasado en la literatura de jóvenes adultos”.

Ben Phillipe (migrante haitiano) o Junot Díaz (dominicano) son dos nombres que pueden caer en la idea de una nueva generación que refleja la diversidad de un país que se enfrenta a esta condición y que explica, en mucho, por qué Trump y Obama llegaron a la Presidencia.

Pero si Caufield, un rebelde desde sus privilegios de clase y con bastante de machismo, está perdiendo vigencia, no así Salinger como figura. En su tiempo, los medios lo buscaban aunque sea para tener una fotografía del gran autor que se recluyó. Su imagen de novelista que se resistió a los flashes de la fama y repelió la industria del espectáculo lo colocan en ese lugar de un fenómeno posible: la vida de un escritor puede repercutir tanto -o más, incluso- que su misma

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