“Siempre he creído en los números, en las ecuaciones y la lógica
que llevan a la razón”. John Forbes Nash, premio Nobel de Economía. Foto: Wikicommons
¿Cuánto crecerá la economía este año? ¿Cuál será el precio del barril de petróleo? ¿Lloverá mañana? ¿Cuándo se acabará la recesión? ¿Qué pasará si suben las tasas de interés? ¿Cuánto recaudará el SRI este año? ¿Conseguiré trabajo este mes? ¿Cuánto caerán los precios de los televisores en junio? ¿Cuánto rendirán mis acciones este año?
La vida diaria está llena de incertidumbres, las cuales adquieren mayor relevancia cuando los ingresos de las familias o el futuro de los negocios están en juego. Y, por lo general, eso ocurre todos los días.
Esa incertidumbre ha sido la oportunidad para que muchos economistas se luzcan ‘pronosticando’ el crecimiento económico, los efectos en el empleo, el consumo, la inversión, las tasas de interés, etc.
Pero esos pronunciamientos siempre serán complejos porque involucran a personas, cuyo comportamiento responde a variables que son difíciles de medir y que suelen llevar a proyecciones que no se cumplen.
Pero, de todas formas, hay que hacer ese trabajo pues la gente demanda certezas para no caer en una depresión producto de la incertidumbre.
Por eso, los gobiernos se rodean de expertos en economía, para hacer proyecciones a uno, cinco o diez años. Con ellos se establecen metas para la inflación o el déficit fiscal, se diseñan las medidas que se aplicarán cada año, se hacen simulaciones y se corren modelos econométricos para asegurarse que nada se salga de control.
Estos expertos son capaces de cuantificar, incluso con decimales, cuánto crecerá la economía el próximo año y cuál será el desempeño de cada uno de los sectores que conforman el aparato productivo.
Ese nivel de precisión le ha otorgado a la economía una credibilidad que solo la tenían ciencias como la física o las matemáticas, lo cual resulta positivo cuando se quiere generar confianza en el mercado.
La proyección de crecimiento es un dato de mucha importante para un empresario que quiere instalar una fábrica de alimentos y desea saber si la gente tendrá dinero para comprar su producto. O también para un ciudadano que está evaluando contratar un crédito para vivienda y quiere saber si podrá pagar las cuotas. Si la economía crece es más probable que mantenga su empleo.
Pero pese a todos los modelos matemáticos, las proyecciones económicas suelen equivocarse. Por definición, toda estimación tiene una probabilidad de fallar, como ha ocurrido en Ecuador y en todas partes del mundo.
En Estados Unidos, por ejemplo, Irving Fisher predijo en 1929 que los precios de las acciones en la Bolsa de Valores habían alcanzado su nivel máximo y que se quedarían en ese nivel. A los pocos días ocurrió la mayor debacle en la historia de la Bolsa, dando paso a lo que se conocería como la Gran Depresión de los años 30.
Quien se había equivocado era un experto en matemáticas y estadística, uno de los economistas más destacados en EE.UU. , representante de la economía neoclásica y quien desarrolló la Teoría Cuantitativa del Dinero, un gran aporte para entender la relación entre la cantidad de dinero en la economía y el efecto en los precios de los productos.
También fue el creador de la ecuación con la cual se calcula la tasa interna de retorno y que sirve para decidir si vale la pena invertir en un proyecto.
En Ecuador, las autoridades del Banco Central del Ecuador también han fallado en sus proyecciones, pese a que utilizan modelos econométricos cada vez más sofisticados.
Para el 2009, el Central había proyectado un crecimiento económico del 3,2%. En el camino tuvo que hacer dos correcciones y al final predijo que la economía crecería 1,4%. Sin embargo, la cifra real de crecimiento en ese año fue 0,6%, la quinta parte de lo estimado inicialmente.
Una variable que no controlaban las autoridades -el precio del petróleo- cambió en el mercado internacional y toda la proyección se fue al piso.
La obsesión por explicar los fenómenos económicos a través de modelos matemáticos ha estado presente desde el último cuarto del siglo XIX. En 1870, el economista Leon Walras intentó aplicar a la economía lo que Newton había hecho en la física. Vio que el equilibrio de una economía podía plantearse como un problema matemático con un gigantesco sistema de ecuaciones.
En esa misma época, William Stanley Jevons quiso hacer de la economía una ciencia basada en las matemáticas y la estadística. Su aporte más importante fue demostrar que la utilidad no es una cualidad intrínseca de las cosas sino que depende de la valoración que una persona dé a los bienes, lo cual revolucionó la teoría clásica sobre el valor del trabajo.
Esta visión neoclásica de la economía se consolidó en 1930 con Lionel Robbins, quien redefinió a la economía como la ciencia encargada de administrar recursos escasos.
Buena parte de quienes han ganado premios Nobel en Economía durante los últimos años han sido matemáticos que han incursionado en la economía. Uno de los más emblemáticos fue John Nash, cuya vida se plasmó en la película ‘Una mente brillante’.
Reconocido por su aporte sobre la Teoría de los Juegos, este matemático creyó que los números, las ecuaciones y la lógica llevan a la razón.
Pero ni los más famosos economistas han podido diseñar un modelo que proyecte con cierta seguridad los precios del petróleo, los cuales responden a factores geopolíticos, intereses financieros, etc. Tampoco pudieron proyectar la crisis del 2008, que derivó en una de las recesiones más importantes del siglo XXI.
Todos los modelos se concentran en establecer parámetros estrictamente económicos, donde el comportamiento humano es una constante pese a que debiera ser una variable.
Por eso ahora se involucra a psicólogos, antropólogos, sociólogos, políticos, etc., para mejorar el entendimiento y las proyecciones sobre los temas económicos, pues la economía no es una ciencia exacta; siempre ha sido una ciencia social.