Groenlandia, la oferta de Donald Trump fue la segunda de Washington sobre este territorio autónomo danés. Foto: AFP
La noticia de que el presidente estadounidense Donald Trump quiso comprar el territorio de Groenlandia para su país corrió como pólvora en los últimas días de agosto del 2019.
En la era de la comunicación al instante y las reacciones en tiempo real, esta novedad fue el origen de todo tipo de análisis. Ahí se incluye el de la cadena CNN, respecto de que estas intenciones son simplemente un reflejo de lo que ha sido su Presidencia: una idea descabellada que se ‘filtra’ desde la Casa Blanca, para después argumentar que los medios interpretaron mal -pero dejando abierta la puerta a volverla realidad si la otra parte estuviera de acuerdo- y finalmente retirar la moción, afectando la relación con algún aliado estratégico de hace muchos años.
Este hecho, que ya quedó en el terreno de las anécdotas incómodas para la diplomacia internacional, suena de entrada a colonialismo o a regímenes caducos. Sin embargo, un simple recorrido por la historia en los últimos 150 años muestra que la democracia no ha sido barrera para sobreponer intereses económicos y militares sobre los derechos y la soberanía.
Si las pretensiones de Trump se hubiesen vuelto realidad, Estados Unidos hubiese agregado a su territorio los 2 100 millones de kilómetros cuadrados de la isla más grande del mundo, que suma a sus invaluables recursos naturales -petróleo, agua, minerales raros- una posición estratégica en la mitad del Atlántico.
Pero no estaríamos hablando de un caso sin precedentes, porque el mandatario Harry Truman puso sus ojos en Groenlandia y quiso negociar el territorio autónomo danés por USD 100 millones. Copenhague se rehusó, aunque en 1917 sí vio con buenos ojos la posibilidad de vender sus Indias Occidentales, rebautizadas después como las Islas Vírgenes estadounidenses.
Louisiana, el territorio bajo el dominio francés, fue vendido a EE.UU. a inicios del siglo XIX. Foto: AFP
A inicios del siglo XIX, cuando todavía se estaban sentando las bases de lo que hoy el mundo conoce como la Unión Americana, los 1,3 millones de kilómetros cuadrados que componían el territorio conocido como Louisiana eran una posesión sin mucha utilidad para la realidad que en ese entonces vivía el Primer Cónsul francés Napoleón Bonaparte, cuyo deseo -rayando en el delirio- era expandirse por Europa. Por eso no hay registros de que el gobernante diera demasiadas vueltas en 1803 a la propuesta del gobierno de Thomas Jefferson, y se completara la transacción de lo que hoy constituye el 23,3% de la superficie de Estados Unidos por el equivalente actual a unos USD 200 millones.
Más de medio siglo más tarde, en 1867, el secretario de Estado William W. Seward fue ampliamente criticado en su país por haber firmado con el enviado del zar Alexander II el llamado Tratado de Cesión, a través del cual Washington adquiría los derechos sobre Alaska, tras haber pagado USD 7,2 millones, que trasladados al 2019 serían USD 125 millones, que viene a ser la mitad de lo que pagó el Paris Saint Germain en el 2017 por concepto de la transferencia del futbolista brasileño Neymar.
Galápagos, patrimonio que pudo ser vendido
En plena efervescencia republicana en Ecuador, durante el gobierno de Diego Noboa (1850-1851) se buscó pagar la deuda con Gran Bretaña a través de la venta de las islas Galápagos, negociado que fue objeto de repudio.
Las décadas subsiguientes vieron venir más compradores interesados -básicamente desde Washington- y más funcionarios intentando facilitar las negociaciones, como la que en 1889 propuso el entonces embajador norteamericano Rowland B. Mahany. La misma fue rechazada por el presidente Antonio Flores, y negociada en secreto cuando asumió su sucesor, Luis Cordero.
De hecho, existe una serie de registros en los libros de Historia, de diálogos para ceder -con diferentes fórmulas legales- los derechos del Archipiélago a Estados Unidos: “arriendo” y “empréstito” son términos utilizados por autores como Jorge W. Villacrés Moscoso y Carlos Manuel Larrea. La posibilidad de instalar bases militares tras la Segunda Guerra Mundial también fue una opción que se barajó durante la presidencia de Carlos Alberto Arroyo del Río.
Galápagos estuvo a punto de ser negociado varias veces a Gran Bretaña y EE.UU. Foto: Archivo/EL COMERCIO
Todos estos ejemplos -hay muchos más en Latinoamérica– dejan implícita la idea de que la posibilidad de que una potencia mundial busque hacerse con territorios que favorezcan sus intereses es cuestión más de muñequeos políticos que de proyecciones monetarias.
La era de las telecomunicaciones se volvió una aliada de la defensa de la soberanía de Groenlandia, cuyos gobernantes y ciudadanos se apresuraron en las últimas semanas a posicionar el ‘hashtag’ (etiqueta) de #nosevende.
Y este puede ser un precedente para que gobernantes que piensan como empresarios, igual que Trump, caigan en cuenta de que ya no estamos en los días en que los afectados eran los últimos en enterarse, como cuando EE.UU. intentó en varias ocasiones comprar Cuba a España.