Un gran porcentaje de niños todavía trabaja en América Latina, a pesar de las campañas.
Era mediodía pero las sombras cubrían toda la habitación. Bajo el techo hecho de maderos y plásticos no parecía haber más que montículos de carbón que superaban el metro de altura, pero de esa oscuridad surgió un niño con la ropa y las mejillas cubiertas de hollín. Su nombre es Luis, y a sus 12 años pasa las mañanas trozando y embolsando carbón para venderlo en los mercados.
Era mediodía y no estaba en la escuela; la dejó hace dos años, porque debía ayudar económicamente a su tía, quien lo mantiene en una casa alquilada en el sur de Lima, Perú.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INEI) de este país, Luis, sus tíos y dos primos no son pobres. Al mes esta familia gana 1 450 soles (USD 500) trabajando en el sector construcción y en la venta de carbón y verduras, por lo que sus ingresos superan el tope de 1 420 soles (USD 450) fijado en el concepto de pobreza monetaria para considerar a una familia pobre o de clase media. Cálculo que coincide con los USD 18,1 que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estima que gana al día una familia pobre.
Luis no solo está privado de estudiar, tampoco tiene documento de identidad ni seguro médico y su casa -de material precario- carece de desagüe.
La tercera parte de lo que gana la familia se va en el pago de alquiler y el padre despilfarra parte de sus ingresos en alcohol. Eso no aparece en las estadísticas.
Para mejorar el desarrollo infantil, Unicef viene impulsando el cambio del concepto tradicional de pobreza por otro de enfoque multidimensional, que no se limite a la insuficiencia de ingresos e incluya el acceso a la nutrición, salud, agua y saneamiento, protección, vivienda, educación e información.
Así, los que padecen pobreza extrema son aquellos que viven con más de dos privaciones o si una de ellas es muy grave. Esta nueva visión se basa en las metas de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, suscrita por 193 países y que hoy cumple 25 años de su declaración.
“El cálculo monetario para definir los niveles de pobreza en una población no abarca todas las privaciones que sufren los niños. Su carencia puede estar relacionada con la zona en donde viven, donde no hay servicios básicos ni escuelas, y eso no se compra con lo estipulado en la canasta familiar”, explica el director de la organización Equidad para la Infancia en América Latina, Alberto Minujin, durante su reciente visita a Lima para el III Encuentro Nacional para la Primera Infancia.
Bajo este nuevo enfoque, en América Latina y el Caribe el 40,5% de niños, niñas y adolescentes son pobres según las encuestas de hogares realizadas por cada país y procesadas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Es decir, 70,5 millones de menores de 18 años tienen acceso limitado o nulo a educación, nutrición, saneamiento, vivienda, agua o información; y 28,3 millones de ellos sufren de estas privaciones de forma severa y se les considera en pobreza extrema.
A eso hay que sumar otro factor invisible para las estadísticas tradicionales y los programas de inversión social: la inequidad en las condiciones de vida que afronta la niñez.
La riqueza del hogar, su ubicación en el área rural o urbana, el género o el origen étnico de los niños también acentúa sus privaciones, por lo que no es casualidad que la pobreza multidimensional afecte al 63,3% de la población infantil indígena frente al 43,3% de los menores no indígenas.
¿Cómo vamos?
Luis ha sido captado por el programa Educadores de la Calle, creado en el Perú por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables para concienciar a los padres que los menores no deben dejar la escuela. “Nos han explicado la importancia de que Luis no falte a clases y vendrán a supervisar sus avances”, nos cuenta la tía del menor.
Alexandro Saco, coordinador nacional de la asociación civil Forosalud, explica que “si habláramos de pobreza monetaria los programas de salud solo se dirigirían a pobres extremos y se dejaría una franja grande sin atender, que son los presuntos no pobres”.
La Municipalidad de Lima, por ejemplo, ha trabajado por identificar los índices de anemia en la capital y ha encontrado que de 7 680 menores de 0 a 3 años el 34% la padecen. No hay que ir a las zonas rurales para encontrar esta realidad, dice.
Saco refiere que la pobreza deja dos marcas imborrables en el desarrollo de un niño: la anemia y la desnutrición, que conllevan a un déficit en su crecimiento físico y cognitivo, esto lo pondrá en desventaja en su futuro académico.
“Otro problema que se deriva de la pobreza y aún no se ha superado en América Latina es la mortalidad infantil, que se ataca reduciendo la barrera de acceso a los servicios de salud y con programas de asistencia y guía que acompañen a la madre y al niño durante sus primeros meses de vida”, agrega el experto.
Una terrible síntesis del drama de la extrema pobreza y los problemas de salud se da en Argentina, en la llamada Villa Inflamable, cercana al Polo Petroquímico de Dock Sud, partido de Avellaneda, en el conurbano bonaerense, donde se libra una batalla cotidiana contra la contaminación.
En ese lugar, Jasmín, de 4 años, y Lucila Galeano, de 5, caminan descalzas por el barro y los charcos que rodean su casa, ante la mirada de su hermana mayor, Florencia (17). Allí, en las orillas del riachuelo sobreviven junto a su grupo familiar de 15 personas en construcciones precarias, y sumamente inestables.
Florencia, que acaba de tener una bebé hace unos meses, dejó en primer año la secundaria, y hace poco comenzó los trámites para poder cobrar la Asignación Universal por Hijo (AUH). “Nos queremos ir cuanto antes”, afirma. Y añade que a los chicos del lugar “les salen granos por la tierra”, y que cuando se inunda el pantano, la casa se llena de agua en descomposición, que afecta a la piel de quienes habitan en ella.
“Cuando sale humo de las antorchas de las fábricas sentimos un olor feo, a azufre. La mayoría de la gente se quiere ir pero a nosotros no nos vino a ver nadie para hablar del tema”, relata la joven Florencia.
Según un reciente estudio realizado por la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) en la villa -entidad que trabaja codo a codo con las familias de la zona para mejorar su calidad de vida y coordinar el proceso de relocalización-, el 14,1% de la población tiene sus necesidades básicas insatisfechas, y el 49% de los hogares tiene al menos un miembro de familia con problemas de salud potencial o comprobadamente asociados a condiciones ambientales. De ese universo, el 81% cree que esos males están vinculados a la contaminación.
Estudios de la Cepal, realizados entre el 2000 y 2011, muestran que todos los países de la región se esforzaron por disminuir las privaciones que miden la intensidad de la pobreza que afecta a los niños, niñas y adolescentes a lo largo de su desarrollo. Sobre todo las relacionadas con la salud, primera infancia y educación.
Por ejemplo, desde el 2005 en Argentina se desarrolla el Plan Nacer, que prevé apoyo médico a embarazadas y recién nacidos, además de capacitación a los padres en la alimentación y crianza del bebe. Mientras que Chile, a través de su programa Chile Crece Contigo, ha creado una red de apoyo para la madre y el recién nacido hasta los 5 años de edad.
Los programas alimenticios de asistencia condicionada como Oportunidades, en México; Bonos Familiares para la Compra de Alimentos, en Panamá y Tekoporá, en Paraguay, también se extendieron en la región y han generado un cambio positivo en los hábitos alimenticios de estas familias.
Punto de vista
‘Hay que invertir en la niñez’
Joaquín González-Alemán, Consejero Regional de la UNICEF
No nos damos cuenta aún que la infancia es un momento muy importante de la vida, si no se corrigen o se atienden sus vulnerabilidades puede ser irreversible. En el tema de la nutrición, por ejemplo, un niño que no ha tenido acceso a nutrientes va a tener problemas para estudiar, trabajar; puede ser irrecuperable su situación desde el punto de vista cognitivo. Nos encontramos a niños que salen de la escuela y no vuelven más, y tendremos así más analfabetos que no podrán contribuir a la riqueza ni al capital humano del país. La inversión en la infancia es el momento más productivo en el ciclo de la vida de una persona porque es más caro alfabetizar a un adulto que escolarizar a un niño. Invertir más temprano es mejor. Nosotros abogamos por la inversión de 0 a 8 años, una etapa crucial para su desarrollo cognitivo, nutricional, psicosocial…