Ara Malikian fue certero de principio a fin, la noche del martes, cuando interpretó los ’24 caprichos’, de Niccolo Paganini. Preciso en el manejo del violín; y sabedor de lo complejo que puede tornársele al público disfrutar a plenitud los caprichos del archifamoso violinista italiano, cerró cerca de hora y media de interpretación con esta frase: “Los caprichos son difíciles de tocar, pero creo que son más difíciles de escuchar. Así que muchas gracias”. Entonces el público se puso de pie y lo aplaudió largamente.
La noche del martes en el Teatro Nacional Sucre el violinista libanés supo conectar con el público valiéndose de su instrumento y de su simpatía. Como él mismo anunció al inicio del concierto, en una actitud atípica en los músicos clásicos, de una manera informal y cálida fue compartiendo con los asistentes, entre capricho y capricho, información clave de las composiciones de Paganini y anécdotas de la vida del autor.
Malikian es un hombre sencillo, informal y encantador, capaz de subir a un escenario en jeans; esa quizá fue la clave de su conexión con el público, que aplaudía con genuina emoción cada vez que terminaba una pieza.
Este libanés de origen armenio, hizo sencillo digerir la compleja propuesta musical de Paganini; no solo con sus explicaciones previas a cada pieza, sino con una interpretación que demandaba además de conocimiento, virtuosismo y estado físico (es una interpretación histriónica y física).
Así, por momentos su violín emulaba una risa inquietante (“la del diablo”); o convencía al público de estar escuchando una gaita. En fin, los caprichos cobraron vida e inundaron el Sucre de asombro, para finalmente dar paso a un regalo que Malikian hizo a su público: el estreno mundial (y melodioso) de una obra de Pablo Sarasate (el Paganini español). Y su público lo aplaudió largamente.