En comunidades como Calpi también hay cultivos de maíz morado, para hacer la chicha. Foto: archivo EL COMERCIO
La tonalidad morada característica de una variedad de maíz andino volvió a relucir en los techados de las casas de tres parroquias de Riobamba. Los agricultores colocan ahí el maíz para secarlo y luego convertirlo en harina.
Esta es la materia prima de la chicha morada de Sariv, una empresa comunitaria que busca rescatar el maíz morado y beneficiar a los 15 socios y 23 agricultores que forman parte del emprendimiento.
La empresa, que fue fundada en la parroquia Licán, a 10 minutos de Riobamba, ofrece chicha morada, una bebida inspirada en una preparación tradicional que estaba cerca de desaparecer. El maíz nativo también estuvo cerca de desa-parecer debido al poco valor que tenía en el mercado.
“La gente ya no quería cultivar maíz morado porque solo se consumía en Finados. Estábamos preocupados porque cada vez había menos semillas de esta variedad”, cuenta Segundo Cuji, promotor del emprendimiento y presidente de la organización.
Los agricultores plantaban esta variedad de maíz solo unos meses antes de Finados, pero incluso en esas fechas las ventas eran bajas pues aparecieron en el mercado varios tipos de harinas precocidas, con aditivos y saborizantes para preparar la colada morada.
La chicha de jora preparada con maíz morado es considerada una además como bebida ancestral. “Quisimos ofertar una bebida saludable y natural como alternativa a todos los refrescos hechos con grandes cantidades de azúcar, colorantes y saborizantes artificiales que afectan la salud de los consumidores”, dice Cuji.
El contrato de una consultoría que analizará las nuevas tendencias del mercado es el nuevo avance de Sariv. La consultoría durará cerca de dos años y fue presentada oficialmente la semana pasada.
La iniciativa se inició en el 2011, cuando la Fundación Andinamarka y la Asociación Kamachw Provincial Chimborazo, dos organizaciones que investigan y promueven la soberanía alimentaria decidieron apoyar la creación de la empresa. Ellos ofrecieron a los campesinos un mercado seguro para su producción de maíz morado, capacitación y asistencia social en diferentes ejes.
“La idea surgió como parte del eje de soberanía alimentaria. Buscábamos una forma de incentivar a la gente de las comunidades a revalorizar los productos nativos, así que nos dedicamos a ubicar y rescatar las semillas andinas que se estaban perdiendo”, cuenta Cuji. Los socios son agricultores de Cacha, Licto y Calpi.
Ellos consiguieron donaciones de varias organizaciones no gubernamentales, aportaron sus ahorros y solicitaron un préstamo a la Corporación Financiera Nacional para emprender el negocio.
Desde que la empresa inició con sus operaciones, los cultivos de maíz morado volvieron a popularizarse en los campos. Antes solo podía encontrarse en los terrenos de los campesinos más ancianos, mientras que hoy hay cerca de 25 parcelas sembradas.
“Este maíz solo se vendía en tiempo de finados y en muy poca cantidad. Por eso ya no sembrábamos, teníamos un poco de semilla pero solo para el consumo familiar”, cuenta Carmen Elena Tacuri, socia de la fundación.
Ella dice que su familia estaba tan desmotivada de ese tipo de maíz que incluso pensó en no volver a sembrarlo. Así que destinó sus dos parcelas de terreno a la siembra de otros granos más comerciales como el maíz blanco para mote o el choclo tierno, que tienen más aceptación en los mercados locales.
Por eso, cuando se inició el proyecto una de las tareas más difíciles fue conseguir las semillas para sembrar, pues muy pocas familias tenían reservas. Es que incluso en finados la venta de la harina de maíz morado era baja.
Las ventas disminuyeron en los últimos cinco años, cuando en los supermercados empezó la oferta de coladas precocidas y otros ingredientes que reemplazaban al maíz en las preparaciones tradicionales.
“Eso nos alarmó. Una especie única de maíz estaba por desaparecer mientras en el mercado se ofrecía solo bebidas con alta concentración de azúcar”, afirma Sandra Pagalo, administradora del emprendimiento.