‘La violencia’ de 1947 y la paz posible de 2017

Entrega de armas por parte de 10 miembros de las  FARC al Ejército, el 6 de junio de 2008 en Medellin, departamento de Antioquia, tras la desmovilización de su líder.

Entrega de armas por parte de 10 miembros de las FARC al Ejército, el 6 de junio de 2008 en Medellin, departamento de Antioquia, tras la desmovilización de su líder.

Entrega de armas por parte de 10 miembros de las FARC al Ejército, el 6 de junio de 2008 en Medellin, departamento de Antioquia, tras la desmovilización de su líder. Foto: Agencia AFP

El conflicto armado desatado a partir de 1964 involucró al menos a diez agrupaciones guerrilleras. El carácter excluyente del régimen consagrado en el acuerdo liberal-conservador de Frente Nacional, que puso fin al enfrentamiento conocido como ‘La Violencia’ (1947 a 1958), dificultó la organización política de los sectores que pretendían el cambio social y llevó a algunos de ellos, bajo el efecto “demostración” de la Revolución Cubana, a intentar una revolución socialista a través de la captura del poder por la vía armada.

FARC y ELN, los primeros

La pequeña guerrilla de autodefensa campesina de Manuel Marulanda, que había combatido en los años de ‘La Violencia’, recibió con satisfacción, en 1961, la resolución del Partido Comunista de línea moscovita, del que formaba parte, de considerar “todas las formas de lucha”, incluida la violenta, como instrumentos válidos para captar el poder. Sin embargo, ante las acciones armadas y secuestros, el ejército reaccionó con un ataque, en 1964, a su enclave en el Tolima, obligándole a retirarse al declive oriental de los Andes, donde se reorganizó bajo el nombre de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), bajo la guía inicial del Partido Comunista.

Mientras así nacían las FARC, un grupo de universitarios bajo la dirección de Fabio Vásquez, quien había sido instruido en Cuba, organizó un movimiento guerrillero inspirado en la guerrilla castrista, el cual se afincó en el nordeste de Colombia y entró en acción con una incursión en el pueblo de Simacota, donde hizo público su nombre de Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pronto a este movimiento guerrillero le llegaron adeptos desde la izquierda cristiana, entre ellos el célebre padre Camilo Torres, prontamente caído en batalla, y unos cuantos sacerdotes españoles del llamado grupo de Golconda, uno de ellos Manuel Pérez, “el cura Pérez”, quien pasó a liderar el ELN, desde 1973.

Las FARC y el ELN se orientaron como guerrillas muy distintas; las primeras, fundamentalmente campesinas, estaban guiadas por el instinto brutal de Marulanda y la percepción estratégica del delegado del Partido Comunista, Jacobo Arenas, y la segunda se amparaba en un proyecto ideológico inflexible, que menospreciaba la reforma social circunstancial y encauzaba su lucha a captar el poder para la revolución comunista.

Los militares reaccionaron fuertemente contra las noveles guerrillas, incluida la recién surgida, marxista de línea china, Ejército Popular de Liberación (EPL) y casi las destruyeron a inicios de los setenta. Estas solo volvieron a adquirir fuerza bajo el impacto del triunfo de los sandinistas en Nicaragua.

El caso del M19

En el entretiempo, el fraude electoral que en 1970 impidió el triunfo del candidato alternativo al Frente Nacional, Gustavo Rojas Pinilla, movió a un grupo de jóvenes, inspirados en la guerrilla urbana de los tupamaros, a organizarse en un grupo clandestino, más efectista que ideológico, para por la fuerza, pero distantes de las tesis del marxismo, obligar al régimen a superar la falta de democracia.

En los setenta y ochenta, Colombia enfrentó las acciones violentas de casi 2 000 miembros del M19, sus secuestros, asaltos y ataques con bombas en las ciudades e incursiones en las montañas; las acciones de terror y las extorsiones del ELN para obtener recursos financieros a costa de la infraestructura petrolera, y los sangrientos ataques de las FARC en las montañas, donde, alimentadas con los recursos del narcotráfico, pusieron agresivamente en desarrollo su estrategia de expansión diseñada en 1982, que incluía copar el espacio nacional por fases hasta hacerse con el poder.

Los gobiernos, carentes de una política de seguridad nacional y con un ejército insuficiente, se vieron obligados a alternar varias veces, entre 1978 y 2002, contraofensivas militares y negociaciones de paz.

En uno de estos procesos de paz, el M19, que había visto irrecuperablemente perdida su imagen pública, tras su fracasado asalto al Palacio de Justicia, en 1986; al cuajar en el país la idea de redactar una nueva Constitución, democratizadora de las instituciones del Estado, optó por suscribir un acuerdo de paz y desmovilizó sus fuerzas, en 1990; seguido por el EPL y otras cinco pequeñas guerrillas que también depusieron las armas tras años de lucha: el Partido Revolucionario de los Trabajadores, la Corriente de Renovación Socialista, las Milicias de Medellín, el Frente F. Garnica y la guerrilla indígena Armado Quintín Lame.

De la victoria que no fue a la paz que será

En los noventa, con fuerzas que llegarían a 20 000 hombres, por parte de las FARC y a 3 000, por parte del ELN; las dos guerrillas, convencidas de que su victoria era posible gracias a los enormes recursos provenientes de la economía ilegal, que les habían facilitado un vasto rearme, hundieron al país en un mar de sangre, agravado por el auge de las crueles fuerzas paramilitares, organizadas por los terratenientes y narcotraficantes para contenerlas, ante la ineficacia del Estado.

Con un ejército combatiendo abrumado en todos los departamentos del país y con Bogotá amenazada con quedar cercada por las FARC, al culminar el siglo XX, Colombia estuvo en vísperas de convertirse en ‘Estado fallido’. En ese extremo, el presidente Andrés Pastrana dispuso el urgente rearme del ejército e intentó un nuevo proceso de paz.

En las negociaciones, las dos guerrillas actuaron como lo habían hecho en procesos anteriores. Las FARC, de comando único, procuraron usar las negociaciones para fortalecerse, mientras que al ELN, que se asemejaba más a una confederación de guerrillas, por su excesiva ideologización se le dificultó articular una postura práctica. “El ELN se complica hasta para dar un aplauso”, se diría en Colombia.

En estas condiciones, y fracasados los diálogos de paz, el ascenso de Álvaro Uribe, en 2002, llevó al diseño de una política agresiva de seguridad y a un incremento del poder militar y de inteligencia de las fuerzas armadas, los cuales mermaron la capacidad bélica de las dos guerrillas, anulando todas sus posibilidades de victoria e irónicamente propiciando el inicio de procesos de paz viables, máxime que, de otra parte, el gobierno del hábil Juan Manuel Santos, fue consciente de la imposibilidad de que las fuerzas militares obtuvieran una victoria militar inmediata, calculándose que tardarían otros 20 años en reducir a las aguerridas fuerzas insurgentes.

En 2017, con un acuerdo de paz firmado con las FARC y otro en negociación con el ELN, al comenzar a callar las armas, quizás haya comenzado a ponerse fin a la terrible sangría que ha costado a Colombia, según datos oficiales, 268 208 muertos; 7 243 838 desplazados; 46 670 desaparecidos y 32 000 secuestrados.

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