Estela Felipe, jefa de servicio de Cirugía Plástica del Hospital Metropolitano de Quito, solicita valoraciones psicológicas antes de las intervenciones. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.
La última aparición pública de la actriz Renée Zellweger, con una imagen distinta de la que se le conocía años atrás, trajo a colación una problemática que se oculta detrás del bisturí. Se trata de la afición desmedida por las cirugías estéticas, una patología que, al igual que otras adicciones, está íntimamente relacionada con el vacío emocional que sufren las personas.
La explicación la dio Elena Sandoval, psicóloga clínica, quien además advirtió que tras estas actitudes se esconde una presión social por mantener una figura o imagen que se ajuste a los “estándares de belleza”.
Hablar de este tema le resulta más que complejo a Samanta C., visitadora médica de profesión que bordea los 53 años de edad. Sus ahora labios prominentes contrastan con la finura de sus manos, con las que manipula su celular para mostrar una foto suya de hace un cuarto de siglo que conserva en el dispositivo.
“Siempre me destaqué en los concursos de belleza en el colegio y la universidad”, recordó con nostalgia.
El rostro que observó en la imagen dista de las facciones que tiene su cara actualmente. Y no es solo por el paso del tiempo. Samanta se practicó su primera intervención a los 35 años. Tras dos partos decidió que una abdominoplastia era la salida para recuperar la figura de antaño. Luego vinieron los implantes de glúteos, la cirugía de párpados y una constante aplicación de bótox para lograr un rejuvenecimiento facial. “Quiero verme bien a pesar del paso del tiempo”.
En el ámbito de las intervenciones quirúrgicas hay una delgada línea que divide a las cirugías estéticas para mejorar la apariencia de la persona y dar solución -de ser el caso- a otro problema de carácter médico. En el otro extremo se encuentran las intervenciones desmedidas, “cuyo objetivo es lograr una aceptación social”, dijo Sandoval.
En esos casos, continuó la experta, se nota un claro desequilibrio emocional interior, que conduce a una búsqueda de reconocimiento externo a través de las cirugías. “La persona busca que la gente vea sus cambios, su belleza física, y poco a poco las intervenciones se vuelven más notorias”.
Lo que llama la atención, a decir de Sandoval, es que incluso las cirugías estéticas suelen cumplir un papel de ‘regalo’ de los padres. ¿La razón?
La experta ha notado casos en que jóvenes que ya cumplieron su mayoría de edad solicitan a sus progenitores una intervención a manera de obsequio. “Les dicen: no quiero fiesta, en lugar de eso deseo un implante de senos”. Este tipo de concesiones puede resultar contraproducente si no se tiene un balance afectivo en el interior del hogar.
Antes de realizar una intervención quirúrgica de carácter estético es necesario que el paciente sea sometido a un examen psicológico, para descartar cualquier problema interno. Así procede, desde hace 35 años, Estela Felipe, jefa del servicio de Cirugía Plástica del Hospital Metropolitano.
Cuando a su consulta llegan pacientes que presentan esos rasgos, la cirujana no los interviene. Si hay sospechas de ese tipo de problemas, se solicita una interconsulta con un psicólogo o psiquiatra, añadió.
“Las cirugías pueden ayudar a que las personas sean más felices, pero no solucionan los problemas personales”.
Ambas expertas coinciden en que debe haber un equilibrio en las personas que desean una cirugía de ese tipo. Otro factor a tomar en cuenta, dijo Felipe, es la formación del cirujano y las garantías hospitalarias del lugar en donde se realizará el procedimiento para garantizar una recuperación óptima.
Ante esta realidad, otra alternativa son los procedimientos no ablativos, en los que los pacientes se recuperan más rápido. Estas intervenciones son requeridas por quienes no pueden alejarse demasiado tiempo de sus trabajos y desean obtener un rejuvenecimiento facial “siendo ellas mismas”.
“Las cirugías plásticas puede ser un gran apoyo, pero no son la respuesta final ni inmediata”, señaló Felipe.