Facundo Cabral

Durante mis primeros años de colegio me dio por escuchar música en las noches. Encendía una radio de transistores que tenía sobre mi velador y movía la perilla de un lado a otro en busca de cualquier cosa que me supiera bien. Podía identificar los sonidos de casi todos los intrumentos –estudiaba violín desde la primaria– pero desconocía por completo los nombres de las bandas o de los temas musicales del momento. Para colmo, entendía poco el inglés. No obstante, encender la radio por las noches me parecía emocionante porque el silencio que se aposentaba en mi cuarto era una invitación a aguzar el oído.

En HCJB me entusiasmaba el tono grave y, a la vez, jovial de los mensajes del Hermano Pablo y simpatizaba con Gaby Ávila Simpson, la chica que ponía música clásica. En Radio Bolívar tuve mis primeros escarceos con la salsa –a la que me dedicaría en cuerpo y alma durante mis años universitarios– y en La Bruja y en Hot 106 pude estar al tanto de lo que habría que bailar en las fiestas.

En alguna de esas noches, el dial de mi radio se topó con un concierto donde la gente reía a carcajadas. Las risas eran tan estentóreas que a veces era difícil distinguir la voz del cantante. Subí el volumen, afiné ojo y oído, y descubrí que Radio Colón estaba pasando la grabación de un cantautor con nombre peripatético: Facundo Cabral.

Más que de acordes, la música de Cabral estaba compuesta de rimas que construían historias y reflexiones chuscas: ‘¡Cómo será de malo el trabajo que nos tienen que pagar para hacerlo!’, decía este cantante acompañado por su guitarra, y la gente le respondía con risas y aplausos.

Con el tiempo fui descubriendo algo más de la vida y de las composiciones de este autor. Aprendí, por ejemplo, que la niñez y la juventud de Cabral fueron durísimas; que creyeron que sufría un retraso mental porque no habló sino hasta bien entrado en años; y que llegó a la música gracias a los clásicos de la literatura española –Lope, Góngora, Quevedo– que pudo leer gracias a los curas jesuitas que, en determinado momento de su vida, le tuvieron a cargo.

Ese contacto temprano con los clásicos le inmunizó contra la demagogia y el reduccionismo de lo que ahora se conoce como ‘canción protesta’. Si bien en un principio la música de Cabral pudo haber sido adscrita a ese subgénero, pronto el cantautor argentino fue desmarcándose con creaciones cada vez más propias y originales. ‘No estás deprimido, estás distraído’ es un ejemplo brillante de aquello.

Es una tragedia que Cabral haya muerto como murió: acribillado por un grupo de sicarios que le confundieron con otra persona. Nos quedan, en todo caso, sus rimas y su música que seguirán arrancandonos risas y reflexiones.

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