Brasil es un gigante. Los sucesos pueden cambiar rápidamente desde la fulgurante Río de Janeiro, su carnaval y la fiesta del deporte mundial a un epílogo de la crisis política más profunda desde el retorno a la democracia.
Esta semana llegó para la presidenta suspendida Dilma Rousseff la fecha fatal del impeachment. Los testimonios de descargo se producen en el Senado Federal.
La imputación por responsabilidad fiscal al maquillar las cifras del presupuesto con decretos de suplantación para presentar mejores números en las elecciones presidenciales será su espada de Damocles.
Mañana, Dilma tendrá 30 minutos para defenderse y si acaso una extensión de 30 más. Los senadores pueden formular preguntas y la señora Rousseff puede contestarlas o no. El miércoles 31 es la votación.
Paralelamente la Policía imputó al ex presidente Lula da Silva. El líder del Partido de los Trabajadores afronta los escándalos del mensalao (sobre sueldos al margen de la ley) y el lava jato (lavado de dinero).
Dilma quiso salvar a Lula con un alto cargo pero la operación supo a encubrimiento.
Más allá de todo cabe reconocer el liderazgo de Lula y su lucha sacrificada, logró encumbrarse desde la dirigencia sindical al poder con promesas de cambio social y esfuerzos sostenidos para derrotar la pobreza. Cumplió dos períodos y proyectó a Dilma como su sucesora. Ella, otra luchadora de izquierda que fue guerrillera, brilló en el gabinete de Lula.
Lula y Dilma encarnaron un cambio pero los escándalos como los de Petrobras y las constructoras que financiaban a toda la clase política minaron su credibilidad.
Dilma llega a su ocaso en un segundo período plagado de protestas sociales, descontento y acusaciones de sobre precios en los escenarios para el mundial de fútbol.
Lula y Dilma llegan al fin de ciclo y se cargaron la opción de la izquierda.
Michel Temer, hoy en el poder, está sospechado de otros casos oscuros.