Con las manos alzadas, la multitud pedía escuchar el pitazo final del árbitro Benoit Bastien. Cuando ocurrió, se desató la euforia. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
No hubo que comprar entradas. La Plaza San Francisco se convirtió en una localidad más del estadio Gosir de Polonia, donde la Sub 20 de Ecuador venció 2-1 a Estados Unidos este sábado 8 de junio de 2019.
Los hinchas se fueron amontonando desde antes de las 10:00 en este punto turístico del centro de Guayaquil, donde se instaló una pantalla gigante para la transmisión del partido que le abrió al seleccionado ecuatoriano el pase a las semifinales del Mundial Sub 20.
“Hay que seguir con este proceso en el fútbol nacional, darle oportunidad a la juventud”, dijo Jorge Márquez, que hizo amigos al paso en este encuentro.
Hubo un coro estremecedor tras los goles de José Cifuentes y Jhon Espinoza, aplausos en las atajadas y entradas al arco contrario, instrucciones técnicas a la distancia, el eco intenso de vuvuzelas…
“¡Ciérrate, ciérrate!”, “los gringos ya no pueden”, “¡vamos que solo faltan cinco minutos!”, murmuraban los nerviosos espectadores, en medio de los gritos de vendedores ambulantes.
Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Aquí, en la intersección de la avenida 9 de Octubre y Pedro Carbo, ya casi no había espacio en la ‘zona de tribunas’, al pie de la pantalla. Algunos armaron su propia ‘general’ en la acera de enfrente, en los bajos del edificio San Francisco 300.
“Ahora ellos nos tienen que pedir visa a nosotros”, decía entre risas Ximena Montaño. Ella llegó desde Loja con una bandera tricolor. “Vine al concierto de Chayanne, pero antes pasé por aquí para apoyar a la ‘Mini Tri’”.
Hasta Spiderman se hizo ecuatoriano. Luis Hidalgo usa un traje elástico con el que imita al superhéroe arácnido, escalando buses en las principales avenidas de Guayaquil. “En mi corazón soy ecuatoriano. Sé que vamos a levantar esa copa”, dijo mientras hacía ademanes como tratando de atajar el balón con una telaraña invisible.
Los gritos se volvieron más intensos al final, sin que lograran incomodar a un indiferente Vicente Rocafuerte. Algunos hinchas rezaban frente a la pantalla, pese a que las puertas de la iglesia San Francisco estaban cerradas.
Con las manos alzadas, la multitud pedía escuchar el pitazo final del árbitro Benoit Bastien. Cuando ocurrió, se desató la euforia.
“Estos chicos son un ejemplo para los seleccionados mayores -opinó Luis Díaz-. Nos han demostrado que con actitud y buen fútbol sí se puede. Pero cuando hay trinca no se avanza”.