Tres personas con discapacidades se destacan en el rugby, triatlón y boccias. Ellos tienen entrenadores especializados para practicar estas actividades. En la foto Christian Valdivieso junto con su padre y hermano. Fotos: Patricio Terán y Galo Paguay
Christian Valdivieso solo puede comunicarse con guiños y gestos. El quiteño de 23 años sufre desde hace tres años un traumatismo craneoencefálico severo que le impide hablar y mover sus brazos y piernas.
Los médicos aseguraron que perdería la memoria, incluso que no podría comunicarse. Pero Christian demostró lo contrario. Su capacidad cognitiva está intacta y esto le permite destacarse desde hace ocho meses en el deporte de boccias, disciplina paralímpica que consiste en lanzamiento de pelotas en una cancha que mide 12,5 metros de largo por 6 metros de ancho.
Los familiares y las personas que cuidan a Christian se adaptaron al método de comunicación. Su hermana Carolina hace las veces de traductora. En un cuaderno universitario anota letra por letra lo que le indica su hermano. Ella repasa todo el abecedario y él, con un movimiento de sus ojos, hace la pausa para escoger la vocal o consonante.
Este método lo conoce de memoria su hermano William, quien es su asistente de campo.
Por su discapacidad, para cada entrenamiento, una ‘delegación’ mínima de tres personas acompaña obligatoriamente a Valdivieso. Él se moviliza en una silla de ruedas y en la cancha utiliza una canaleta y un casco especial para los lanzamientos de las pelotas.
Jhon Viáfara, entrenador de Valdivieso, ya sabe cuándo su pupilo está ansioso o nervioso antes de un juego. Por lo general sus lanzamientos son apresurados y no se concentra. Pero a medida que se relaja, su juego mejora y sus cálculos de distancia son exactos.
Pero la movilidad de Valdivieso no ha sido fácil. Llevarlo en silla de ruedas desde su casa hasta el coliseo de la Unidad Educativa Quitumbe requiere al menos de 30 minutos y de gente de confianza.
Por ese motivo, William, de 17 años, se cambió a un colegio a distancia para asistirlo en los entrenamientos y en las terapias. En los últimos ocho meses, ambos se acoplaron a la perfección y ya no necesitan el cuaderno. William simplemente lo ve a los ojos y sabe lo que necesita en la cancha.
El bombero Hernán Pichucho con Camila, su perra guía. El deportista no vidente se ejercita para pruebas atléticas y también triatlones. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Camila llegó a la vida de Pichucho hace cuatro años
Hernán Pichucho estaba participando en un triatlón en Nueva York, cuando escuchó la noticia de que un perro guía había salvado a su dueño de ser atropellado por un tren. El atleta no vidente de 39 años decidió que quería uno a su lado para que lo acompañara a sus entrenamientos.
Sin posibilidades económicas para conseguir un can adiestrado, el triatleta hizo uso de sus recursos y entrenó a su manera a Camila, una perrita de raza golden retriever que era la mascota de su casa desde hace cuatro años.
Camila es parte de su equipo de entrenamientos. Todas las mañanas, Pichucho sale de su casa, ubicada en La Tola, le coloca la correa y un arnés especial que fue obsequiado por su amigo Diego Cabrera.
Pichucho usó varios métodos para enseñarle a Camila las órdenes básicas. Se respaldó en su hermano, quien basándose en videos y en la Internet, logró que la perra entendiera las indicaciones para movilizarse.
“Algunos buses y taxis no me paran porque estoy con el perro. Piensan que va a ensuciar o a dañar los asientos”, asegura el atleta, quien se entrena en el parque de la Villa Flora y en un centro de rehabilitación física.
En el Trole, la situación es más grave. A Pichucho le tocó acercarse a las oficinas de la Empresa Pública Metropolitana de Transporte de Pasajeros Quito a pedir un documento que le permita llevar a su can en los buses articulados.
Cuando le toca nadar, la amarra a un poste cerca de la piscina. No quiere que la perra se desespere al no verlo. Él, en cambio, se siente más seguro cuando está cerca y la escucha.
Movilidad en atletas con discapacidad. En la foto Jeanine Tianga quien practica Rugby. Loa acompaña su padre Patricio Tianga.
Foto: Patricio Teran A / EL COMERCIO
Jeanina se vinculó al quad rugby como terapia
Jeanina Tianga sufrió un accidente laboral hace tres años que le afectó la columna. Desde entonces no puede mover las piernas y se moviliza en una silla de ruedas.
Patricio, su padre, es quien le acompaña a los entrenamientos de quad rugby, un deporte adaptado para jugadores en silla de ruedas.
En el club Ayaspa Waklik (avispa fuerte), en el Ministerio del Deporte, se desempeña de defensa. Su silla es especial, tiene una parrilla que le sirve para bloquear a los atacantes.
Este deporte le sirvió de terapia. Jeanina confiesa que al principio estaba asustada. Tuvo dudas, pero ahora es la que mejor se desenvuelve en la cancha. En movilidad, no ha tenido problemas. Su único reto en subir y bajar diariamente una cuesta de 200 metros, en el sector de la Lucha de los Pobres, para llegar a su casa.