Carlos Villacís decidió aceptar el consejo de sus allegados y “botar esa pendejada” que ha sido presidir la Ecuafútbol. Con eso, formalmente se pone fin a la era del ‘chiriboguismo’, que se inició en 1998 cuando Luis Chiriboga Acosta, representante de un club -que hoy está al borde de la extinción-, asumió el control de la Federación e impuso un estilo de liderazgo vertical y personalista, que generó entre la dirigencia apasionados adeptos y feroces detractores.
Su vicepresidente Villacís, que llegó al cargo en representación de un club que ese ya no existe, heredó la Presidencia en el 2015, luego de que el FIFA-gate sacó de circulación, literalmente, a su titular. Villacís careció de la capacidad de negociación de su antecesor y permitió, primero, que el entrenador de la Selección Nacional se comportara como un divo en pasarela y se comiera la clasificación al Mundial 2018. Y después fracasó en evitar que los clubes crearan la Liga Profesional, una entidad a la que Chiriboga combatió sin tregua porque significaba perder el control del Campeonato nacional, el evento deportivo de más interés, y con eso cedió una importante cuota de poder.
Así, sin mayores éxitos en lo deportivo, sin el manejo de la Serie A y sin los recursos financieros de antaño, Villacís prefiere dejar que otro se haga cargo de los problemas de la Ecuafútbol, que son bastantes. Solamente la administración de las selecciones nacionales de menores requiere de una gestión de alta capacidad, sin mencionar el desarrollo de la Segunda categoría, donde los partidos acaban con marcadores de 15-0. Trabajo hay, y mucho.
Lo ideal, por el momento histórico, hubiera sido que existiera una lista única para reemplazar a Villacís, una propuesta de consenso que antepusiera los intereses generales del fútbol; pero no hubo manera de hallar ese acuerdo. En todo caso, hay dos listas, ambas presididas por dos dirigentes de este siglo -eso ya es un gran cambio-, empresarios y rodeados de personas que pueden integrar un Directorio moderno. Al menos en los papeles, ninguno representa el continuismo del ‘chiriboguismo’, entendido como el manejo personalista del poder y con intenciones de perpetuarse en el cargo más allá de lo razonable. Pero eso solo se verá cuando el ganador asuma el control. A la gente se la conoce cuando maneja el poder.