Manuel Martínez y Moisés Morales, de Pillate, han sido testigos de las erupciones. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
La actividad eruptiva del volcán Tungurahua parece haber llegado a su fin, tras 18 años de permanentes reactivaciones. Los habitantes de Baños de Agua Santa, Pelileo y las comunidades campesinas asentadas en las faldas de la ‘mama’ Tungurahua sienten alivio.
Patricia Mothes, vulcanóloga del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional, aseguró que el coloso entró a una etapa de descanso y posiblemente empezó a ‘dormirse’.
Sin embargo, será observado durante dos años por los técnicos para determinar que definitivamente ya se acabó este período eruptivo.
Su baja actividad sísmica interna y las nulas manifestaciones superficiales son indicios de que probablemente se ha terminado esta fase eruptiva, que comenzó en 1999, tras más de 80 años de inactividad. “No hay sospechas de que se vayan a producir nuevas erupciones”, dijo la vulcanóloga.
Con estos indicadores, la Secretaría de Gestión de Riesgos decretó la alerta blanca, porque el peligro ha pasado.
La medida fue celebrada por agricultores, ganaderos, empresarios, inversionistas y comerciantes de Tungurahua y Chimborazo. Se calcula que viven 30 000 personas en la zona de influencia del volcán.
Martín Dillon, de la Cámara de Turismo de Baños, aseguró que los habitantes aprendieron a vivir y a emprender con el macizo. Recordó que antes de las erupciones, los pobladores ofrecían el turismo de montaña, ascensos al volcán, las piscinas de aguas termales y visitas a la basílica de la Virgen del Rosario de Baños.
Los ascensos se prohibieron, pero fueron reemplazados por rutas para admirar las explosiones del coloso cada vez que se reactivaba.
Se promovió la práctica de deportes de aventura en las cascadas y en la cuenca del río Pastaza. “Hemos aprendido a vivir con el atractivo, más no con la amenaza. El destino de Baños se potenció con esas actividades y seguirán promocionándose; se retomarán los ascensos al volcán”.
El Departamento de Turismo del Municipio de Baños planifica capacitar a 200 guías naturalistas, agencias de viaje y operadores turísticos sobre las medidas de seguridad para ascender el macizo. Los técnicos del Geofísico explicarán el estado actual del coloso para que se tomen las precauciones.
“Los ascensos a la cima del volcán serán una parte de la promoción. A este producto le sumaremos el senderismo, el avistamiento de aves, flora e insectos”, explica Verónica Silva, directora de Turismo.
En las comunidades ubicadas en seis parroquias de Penipe y Guano (Chimborazo) y Baños y Pelileo (Tungurahua), los habitantes hacen planes para aprovechar la calma del volcán. Hay 52 comunidades.
En Pondoa, a 15 minutos de Baños y paso obligado para el ingreso al Parque Nacional Sangay, los campesinos impulsarán su proyecto de hospedaje y el servicio de Internet a los turistas. El emprendimiento es manejado por 42 familias.
“Los pocos visitantes que llegan a Pondoa recorren los senderos, el bosque, la laguna, admiran el volcán y la acumulación de los flujos piroclásticos del 2006. Estamos felices y ansiosos de que puedan venir más turistas. Los escaladores van a regresar porque ya es una zona segura y hay servicios de calidad”, asegura Gonzalo Robalino, agricultor y guía.
Antes de la reactivación, se ofrecían paseos a caballo y guianza al área protegida. Semanalmente, de 80 a 100 personas subían al área.
En San Juan de Pillate están alegres de que la ‘mama’ Tungurahua vuelva a dormirse. Esa comunidad del cantón Pelileo perdía cada vez siembras de maíz, papas, habas, tomate de árbol, cebollas, potreros y otros, por la caída de ceniza.
La vecina Leonila Rosero cree que la cosecha de maíz de los primeros días de enero del 2018 va a ser un éxito en el pueblo.
Quieren correr la misma suerte de sus vecinos de Cotaló, que obtuvieron una abundante cosecha el pasado noviembre. “Luego de tantas penurias, vamos a tener tranquilidad y a volver a ver cómo crecen las plantas. Este pueblo debió haber sido bien próspero, pero lo que invertíamos se perdía en cada erupción”.
A San Juan de Pillate se arriba en camionetas o buses que cumplen el recorrido Baños – Riobamba. Las veredas de las angostas y adoquinadas calles del pueblo están vacías.
Los vecinos Manuel Martínez y Moisés Morales contaron que muchas familias se fueron del pueblo. Por lo menos, ocho familias no regresaron por las afectaciones de la ceniza. “Ya no van a regresar, porque vendieron sus terrenos y casitas. No sabemos qué va a pasar con el pueblo porque muchos de los chicos ya no quieren sembrar y se van a la ciudad”, aseguró