130 agentes de control recorren el Centro Histórico y apoyan a turistas víctimas de robos. Foto: Evelyn Jácome / EL COMERCIO
Aquí, junto a las casas patrimoniales de la calle Elizalde, quedó tendido el cuerpo del turista ruso quien, según declaraciones de la Policía, se habría resistido a que le robaran una cámara, el 4 de febrero.
Los vecinos no pueden dejar de hablar del incidente. “Por favor, manden a más policías”, “ya basta de delincuencia”, “si se van los viajeros, de qué vamos a vivir”, comentan los moradores de San Blas, una zona tradicional que los últimos años le ha apostado al turismo.
En lugar de sentir miedo y encerrase, un grupo de vecinos decidió salir a las calles y empoderarse del espacio público con caminatas, gritos y silbatos. Lourdes Suárez es una de las promotoras de los comités de seguridad.
El 16 de febrero harán una minga para que la gente se conozca y tenga ese sentido de solidaridad y buena vecindad.
San Blas se caracteriza por ser una zona de hostales. Juan Carlos Rojas, su presidente, calcula que en el momento al menos 18 casonas reciben cada mes a unos 2 000 turistas, sobre todo a mochileros que pagan entre USD 8 y 20 la noche de hospedaje.
En San Blas viven cerca de 38 000 personas. Lo conforman barrios como la Tola Alta y Baja, La Alameda, Santa Prisca y la Plaza del Teatro.
Los vecinos saben que el reto es grande, por la gravedad de la situación en el sector, que no se limita al crimen del turista ruso del lunes pasado.
El 25 de diciembre del 2018, otro crimen aterrorizó a los vecinos. Ocurrió a unas 10 cuadras del último asesinato. Un morador murió cuando intentaron robarle su carro.
Rojas enumera más delitos: hace tres meses la cabeza de un muchacho apareció a una cuadra de donde asesinaron al turista. El año pasado en la Caldas también hubo otro asesinato.
La inseguridad está atada al consumo de licor. La venta de guanchaca (licor artesanal) ha marcado a la zona. En un inicio, la bebida era traída de Los Bancos y vendida en canecas, en calles y plazas. Con los años, las personas aprendieron a prepararlo y el olor a caña fermentada se adueñó de la zona.
El costo reducido del licor atrajo a vagabundos y alcohólicos. Hoy, una persona necesita una moneda de un dólar para comprar una botella. Ya ebrios, duermen y hacen sus necesidades en la vía. Cuando se quedan sin dinero, roban.
Rojas recuerda que en octubre del 2017 murieron 44 personas por consumir licor comprado allí. Hubo investigaciones y una persona fue sancionada. “El vecino logró salir en libertad con grillete y hoy de nuevo está vendiendo”, asegura.
Los habitantes han identificado al menos 15 casas donde se vende licor artesanal, que están ubicadas en los alrededores del Mercado Central. La situación empeoró en los últimos seis meses.
En San Blas se han identificado 100 personas alcohólicas que viven en las calles. En todo el Centro son más de 700.
La presencia de turistas es una de las razones que atrae a los malhechores, en el Centro.
Gustavo Carrasco, director de Quito Tour Bus, el bus de dos pisos que recorre Quito con extranjeros, da fe de una nueva modalidad de robo. Un grupo de personas arroja heces, orinas o basura al turista, y cuando este se asusta y trata de limpiarse, le quitan la cámara, celulares, billetera y pasaporte. En lo que va del año, ha sido testigo de al menos 15 asaltos de ese tipo. Son esas experiencias negativas -lamenta- que el turista se lleva de la capital.
Las estadísticas de la Policía advierten que el número general de delitos bajó del 1 de enero al 1 de febrero de este año en comparación con el mismo período del 2018. Pasó de 173 a 137. Pero el robo a personas aumentó, de 77 a 90.
Las cifras las da Patricio Pérez, comandante del Distrito Manuela Sáenz, que tiene jurisdicción sobre 47 km², entre la calle 5 de Junio y la Patria; y la Libertad y Puengasí. Cuentan con 500 uniformados para brindar seguridad a casi un millón de personas (300 000 habitantes y a unas 700 000 de población flotante)
¿Son suficientes agentes? “El recurso humano en todos los distritos hace falta. Por eso los policías trabajamos entre 12 y 16 horas diarias”, responde y añade que es fundamental una intervención de otras entidades municipales en el control.
Para los moradores, esas cifras no reflejan la realidad. Rojas asegura que la gente ya no denuncia los robos. En la última asamblea, se enteraron de 12 robos a casas en seis meses.
A lo largo de las calles del Centro Histórico, policías metropolitanos caminan junto a las personas. Pese a no ser su competencia, los agentes ayudan a quienes han sido víctimas de algún delito. En el 2018 hicieron 39 atenciones de apoyo a detención de presuntos delincuentes quienes fueron entregados a la Policía.
Desde este año, el número de uniformados en el Centro se reforzó. Eduardo Mosquera, director general del Cuerpo de Agentes, indicó que pasó de 70 a 130. Ellos se encargan del control en el espacio público, pero paralelamente, son un apoyo para la seguridad del turista.
La muerte del ciudadano ruso sacó a la luz el problema de inseguridad que envuelve al Centro Histórico, comenta Diego Vivero, presidente de la Cámara de Turismo de Pichincha. Y es claro: fue además de un ataque atroz a un turista, una agresión a toda la capital.