En la imagen, tomada horas antes del siniestro, aparece de espaldas el mayor Juan Ordóñez, subdirector de la BFE. Él y los militares ubicados en la izquierda murieron el martes 15. Foto: Cortesía
El mayor Gerson Flores apuntaba a lo más alto. Era comando, paracaidista, hombre rana, instructor. El curso de maestro de salto era el peldaño previo para llegar a la cúspide de un boina roja, como se conoce a los militares que integran la Brigada de Fuerzas Especiales (BFE), acantonada en Latacunga.
A las 08:00 del domingo 13, dos días antes del accidente aéreo en Pastaza, el oficial salió de su casa y se presentó en la BFE. “Mi amor, estás invitada a la graduación. Al fin seré maestro de salto”, le dijo a su esposa, Paola, antes de irse.
El martes 15 hablaron por última vez. Flores la llamó a las 06:49. Le contó que ese día haría el segundo salto antes de terminar el curso. El lunes también voló. “Me fue excelente. Espero que hoy sea igual”, le comentó. “Claro que te va a ir muy bien”, le respondió Paola.
Antes de cortar la llamada Flores, de 43 años, le dijo que la amaba y que cuidara de sus tres hijos. El miércoles debía regresar a Latacunga, a casa.
El cabo segundo Óscar Pinta vio a sus padres y a sus 11 hermanos el domingo 13. A sus cortos 29 años ya era comando y paracaidista. Al igual que Flores quería llegar a lo más alto.
Ese fin de semana que estuvo con su familia en Loja, el soldado solo habló de esa meta. Quería ser maestro de salto. “Nos decía que si se graduaba podría dirigir a los futuros paracaidistas. En caso de una guerra el estaría a cargo de un grupo de 50 hombres”, relata Bolívar, tío de Pinta. El militar era fusilero y abastecedor de ametralladora en la Unidad de Comandos de la BFE.
El domingo 13 se despidió de su familia y compró un pasaje a Latacunga. Viajó en un bus de la cooperativa Loja. “Mamita, deme la bendición. Quédese tranquila. El miércoles estoy de regreso”, le advirtió a su madre. Una vez graduado, el cabo segundo Pinta tenía previsto volver a Loja y pasar el feriado de Semana Santa en casa.
Ayer, su familia enterró sus restos en el cementerio local.
El teniente coronel Fernando Silva y Santiago Apolo eran mejores amigos. Ambos pertenecían al Grupo Especial de Operaciones Ecuador (GEO), una unidad élite del Ejército, y cursaban la maestría en salto.
Silva tiene grabada la última imagen de su ‘body’, como lo llamaba de cariño. Apolo estaba en el Arava 206 y le levantó el pulgar mientras el avión recorría la pista aérea.
“‘Bodysito’, ya nos vemos acá. Vaya con Dios. Un buen salto”, le dijo Silva antes de que su compañero subiera a la nave.
Los días previos a viajar a Pastaza, Apolo hizo una promesa a su esposa Lorena. Se comprometió a salir a las 17:00 todos los días, una vez que se graduara. Era comandante general del GEO y pasaba poco tiempo con su familia. El compromiso no lo pudo cumplir.
“Un buen salto”, también le deseó el oficial Leopoldo Pauker al capitán Luis Bolaños. Los dos eran compañeros de promoción y trabajaban en la Brigada de Fuerzas Especiales.
Bolaños estaba en el grupo de militar que buscaban ser jefes de salto, un rango menor al maestro de salto. Era comando, paracaidista, guía de canes e incluso se capacitó en España en técnicas de rescate.
Pauker conversó con el capitán Bolaños segundos antes de que se trepara a la aeronave. Bromearon y se despidieron.
Poco después se enteró que el Arava 206 se estrelló. Pauker fue de los primeros soldados que llegaron a Fátima, la zona donde cayó la nave. Tuvo la difícil tarea de rescatar a Bolaños y al resto de compañeros.
“Anteayer pude hablar con él (Pauker) y está bastante dolido”, comenta un oficial.
En el Arava 206 también iba el mecánico de aviación Édison Guevara. Aunque no era parte de los 19 paracaidistas, el cabo segundo amaba su profesión. Salió de su casa ubicada en Huambalito, Tungurahua, la madrugada del lunes 14, y tomó un bus hacia Pastaza.
El martes 14, horas antes del accidente, habló por última vez con su esposa, Elizabeth. Eran las 11:30. El militar le contó que el clima “estaba bastante nublado”, pero que volarían por un sector cercano.
“Ya le llamo en la tarde. Cuide a mis hijos”, le pidió. Es el último diálogo que mantuvo Elizabeth con su esposo. Ella está embarazada de tres meses y tiene otros dos hijos, Alexander, de 8 años, y Joel, de tres.
Paola, la compañera del mayor Gerson Flores, comenta que todos los militares que viajaban en el Arava 206 “adoraban” volar. El oficial vivió dos años, entre el 2013 y 2015, en El Coca. Conocía el clima y no dudó cuando se abrió el curso de maestros en salto. “Estaba feliz”, dice Paola. En El Coca fue subdirector de la Escuela de Selva.
El curso para lograr la maestría en salto dura tres semanas. El uniformado que supera este entrenamiento está capacitado para planificar operaciones de salto. Los jefes de salto, en cambio, son capaces de liderar todo el proceso que se realiza antes, durante y después del vuelo.
“No será fácil olvidarlos”, dicen los familiares de los militares que conversaron con este Diario. “A ellos los recordaremos por su energía, valor, profesionalismo y años de dedicación a las FF.AA”.
En contexto
Ayer se realizaron los últimos sepelios en distintas provincias del país. El curso de maestros de salto culminaba el miércoles 16 de marzo y el jueves 17 se desarrollaría la ceremonia de graduación, según comentaron familiares consultados por este Diario.