Imagen referencial. Trabajadores de funerarias con equipo de protección cargan un ataúd que contiene el cuerpo de un hombre cuando la enfermedad por coronavirus (covid-19) abruma a las autoridades sanitarias, en Guayaquil. Foto: Reuters
Lo peor de todo para Kathia Ponce Anastacio no fue que su tío se haya enfermado con síntomas de coronavirus, sino que luego de 15 días de su muerte no saber dónde está su cuerpo. Hasta el viernes 10 de abril de 2020, el cadáver todavía no había sido encontrado.
Freddy, de 68 años, falleció el 27 marzo de 2020, en su domicilio ubicado en el sur de Guayaquil, y su cuerpo fue levantado cinco días después. Kathia tiene temor y cada que habla de lo que está viviendo se le quiebra la voz. No poder enterrar a su familiar se ha convertido en una de las consecuencias más dolorosas del coronavirus.
“Ver padeciendo a una persona y luego verla en un bulto de plástico, es algo que no se borra fácil de la cabeza. Él siempre me abrazaba y me decía: ´Todo va a estar bien, mi niña’. Ahora quiero venga, me abrace y me diga que todo va a estar bien”, relata Kathia su testimonio vía telefónica.
“Desde el 16 de marzo empezamos a vivir lo más feo que una persona puede pasar. En esa semana, mi tío empezó con una afección en la garganta y una tos imparable.
Como su estado no mejoraba, con el pasar de los días, lo llevamos hasta el hospital Guayaquil pero no lo quisieron atender. Regresamos a casa. Sin mejoría alguna y haciendo lo que teníamos a mano continuamos dándole agua de limón con jengibre y a nebulizarlo para que pueda sudar y expectorar.
Le dábamos pastillas para la garganta y paracetamol para paliar el malestar. Pero los días pasaban y él empeoraba. Empezó a caminar poco y cuando lo hacía se quejaba de fuertes dolores en el pecho y espalda. Le faltaba el aire. Además, él era diabético controlado desde hace seis años. Quizá eso también aceleró su estado de salud.
Freddy, de 68 años, falleció el 27 marzo de 2020, en su domicilio ubicado en el sur de Guayaquil. Foto: Cortesía
De un día a otro, dejó de caminar. Se acostó en un mueble de la sala y ahí vivió sus últimas horas. Se quejaba mucho y la tos lo consumía. Llamamos más de 10 veces al 171 pero nunca nos contestaron.
El 25 de marzo llamamos otras siete veces, pero esta vez al 911, para pedir una ambulancia. Mi tío estaba agonizando. La del ‘call center‘ nos dijo que estaban colapsados y que ahora formábamos parte de una lista de espera.
El 27 de marzo a las 18:00, pese a tener dos hijos y vivir con siete personas en su casa, mi tío acabó exhalando su último suspiro solo, sin que pudiéramos acompañarle en tan duro trance devolviéndole todo el cariño y el amor que nos había dado y que se merecía.
Cuando mi tía, quien vivía con él, lo fue a ver dijo que su rostro no tenía ninguna expresión peculiar, parecía dormido. Nos tocó ‘amarrarnos’ el corazón y envolverlo en una sábana hasta que podamos hacer el trámite del cuerpo.
Ahí empezó otro calvario. Inmediatamente se hizo el trámite en el Parque de La Paz pero nunca pudieron venir, estaban colapsados. Así que, se volvió a llamar al 911 para que hagan el levantamiento pero nos supieron decir que debíamos esperar.
Por la falta de recursos, tampoco se pudo acceder a un espacio en el cementerio general que nos cedió una amiga de la familia. Para gente humilde, como nosotros, es difícil conseguir USD 1800 (lo que costaba caja, el espacio y el trámite legal) de golpe. Así que nos sentamos a esperar “la atención” de las autoridades.
El cuerpo empezó a apestar. Los vecinos se quejaban del fuerte olor que emanaba la casa. El mueble en el que estaba ya filtraba líquidos.
Entre toda la gente del barrio y mi familia -protegida con mascarillas y guantes- se envolvió en plástico el cuerpo de mi tío y se quemó el mueble.
Se grabaron videos para denunciar a través de redes sociales la poca atención de las autoridades. Incluso se llegó a creer, por lo que salió en televisión, que se estaban quemando a los muertos.
Finalmente, el 31 de marzo llegaron los de Medicina Legal a la casa. El personal que levantó el cuerpo nos entregó el certificado de defunción del INEC. Pero no nos dio información adicional.
Los de Legal nos dijeron fríamente: ‘Quizá sea la última vez que lo vean’. Y así fue. Mi tío hasta el día de hoy aparece y no tenemos certeza de dónde y cómo esté.
Se buscó en el Hospital del Guasmo y en el Guayaquil pero no estaba. Sólo nos dijeron que estaba en el sur. Hasta ahora lo buscamos en la página web habilitada por el Gobierno pero no aparece.
Vemos como la gente se lleva sus muertos y los entierra. Nosotros no sabemos si ya está enterrado, si sigue embalado y tirado por allí.
Físicamente estamos agotados, pero psicológicamente estamos a un peor.
Ahora te digo, tío. No te pude velar como te hubiera gustado pero cuando esto acabe tendrás una fiesta como te mereces. Tu niña, a la que siempre abrazabas, no descansará hasta encontrarte”.
EL COMERCIO
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