Imagen referencial. El aumento de temperatura es causado por el avance del cambio climático en la zona costera del país. Foto: Archivo/ EL COMERCIO
A 34°C y 50 kilómetros por hora. Una diminuta pantalla advierte a los pasajeros del bus de la línea 113 las condiciones de su viaje por las calles del centro y norte de Guayaquil.
Es jueves y está más cálido que de costumbre. “Es insoportable -se queja José Cuvi-. Con este calor ni place salir”.
El análisis de abril del 2019 del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inamhi) resume que la temperatura media del aire tuvo valores por encima de los promedios en el 86% de sus 41 estaciones. Portoviejo registró el valor más extremo del mes: 35,5°C el viernes 26 de abril.
La temperatura es el índice de calentamiento o enfriamiento del aire, resultado del intercambio de calor entre la atmósfera y la tierra. Expertos en climatología coinciden en que su incremento es una tendencia sostenida en el país en los últimos 15 años, un efecto ligado al cambio climático.
Cómo se percibe la temperatura es la sensación térmica, en la que inciden además el viento, la humedad y el entorno. La percepción es distinta en una zona boscosa que en una llena de cemento; a esa diferencia se la conoce como islas de calor.
El monitoreo de este parámetro es parte de un estudio de resiliencia climática de la Facultad de Ingeniería Marítima y Ciencias del Mar de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol). Durán, en Guayas, es el área de análisis.
Mercy Borbor, coordinadora de Investigación de la Facultad, explica que con sensores remotos e imágenes satelitales han detectado registros variados, incluso en áreas cercanas.
“Entre una zona boscosa y una urbanizada la temperatura puede variar de 4 a 6 grados. Pero en la ciudad ocurren variaciones de 1,5 a 1,6 grados, según la infraestructura”. Los materiales de construcción, la densidad habitacional, calles, cobertura vegetal y el transporte marcan las diferencias.
Borbor reconoce que 1°C no suena muy elevado. Pero al compararlo con los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) ese valor cobra significado. Su reporte más reciente arrojó un aumento de 1,5°C de la temperatura global, que está impactando en los sistemas urbanos, en los océanos, en la salud…
Para el doctor Ernesto Peñaherrera, la relación entre clima y salud merece mayor investigación y prevención en Ecuador. “En otros países promueven campañas de hidratación constante y el uso de ropa ligera, porque los golpes de calor causan presiones arteriales altas o bajas, que pueden inducir a eventos cardiovasculares”, señala el jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Luis Vernaza en Guayaquil.
Leandro Torres tiene 43 años y es hipertenso. Al mediodía de ese caluroso jueves su presión arterial fue 138/90; marca sobre lo normal. “Estoy controlado con pastillas, pero no hay cómo controlar el calor”.
La investigadora Borbor recuerda que el 2015, uno de los años más cálidos de la historia desde 1850, estuvo asociado a un mayor índice de mortalidad por enfermedades cardíacas en el mundo. La Espol hace un estudio al respecto en Durán.
El Centro Internacional para la Investigación del Fenómeno de El Niño (Ciifen) también apunta a que la temperatura es el efecto más evidente del cambio climático en Ecuador. Su director internacional, Rodney Martínez, asegura que las mediciones seguirán aumentado entre los años 2020 y 2040 (ver infografía).
Además, existen otros factores asociados como un mayor impacto de la radiación ultravioleta y de la luz solar. “Estudios dicen que en Ecuador estamos recibiendo de 5 a 7 veces más luz blanca, un componente de la luz que genera la fotosíntesis. Eso está afectando a la fisiología de las plantas”.
La causa, según Martínez, es el debilitamiento de la capa de ozono en la zona ecuatorial, que incide sobre Ecuador, Colombia, Perú, Chile y Bolivia. En zonas como el norte de Perú se ha perdido el 30% de la producción de aguacates a causa de los rayos UV.
Aunque el panorama luce adverso, Ecuador tiene en sus bosques un poderoso escudo. El director del Ciifen dice que su conservación es clave. “Si el patrimonio natural no funciona bien, no podremos retener agua. Y esa es la mejor defensa contra el cambio climático”.