Karen está en un tratamiento para dejar el consumo de drogas en Guayaquil. Además busca ayuda para sus hijas. Foto :
Mario Faustos / EL COMERCIO
Los 15 días antes del parto fueron un tormento. El dolor corría por dentro de sus huesos, le quemaba la espalda, había perdido el apetito y sentía que la cabeza le estallaría.
Karen recuerda que esperaba la cesárea para deshacerse de su segunda hija y retomar su único alivio: la H. “Me golpeaba la barriga para abortarla; luego pensé en regalarla. Pero cuando la vi en una incubadora, llena de tubos, me impacté”.
Las drogas llegaron a la vida de Karen cuando era adolescente. Su novio -el padre de la bebé- le ofreció pasta de cocaína y bicarbonato que luego la llevó a múltiples experimentaciones hasta llegar a la H. “Toqué fondo. Necesitaba consumir a cada segundo”.
La joven tiene 20 años y lleva nueve meses limpia. Su historia resuena en el área de Psicología del Hospital Matilde Hidalgo de Prócel, en el Guasmo de Guayaquil, donde la comparte sin temor a otras madres con estos problemas.
Las drogas y el embarazo son dos problemáticas que acorralan a los adolescentes. El viernes, durante la presentación de la nueva política intersectorial para prevenir el embarazo adolescente hasta el 2025, las autoridades indicaron que cada día se convierten en madres 142 chicas de entre 15 y 19 años, y seis menores de 14 años.
El consumo problemático de drogas sumó 55 759 consultas el año pasado, en pacientes de entre 5 y 17 años. El 86% de las atenciones se concentró en pacientes de entre 15 y 17 años, con un mayor impacto en la zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón).
El psicólogo Jorge Rovira dirige las terapias para adolescentes embarazadas con adicciones en la maternidad del Guasmo. Por los testimonios que ha oído cree que el entorno tiene más peso que la droga.
Las dificultades -dice- parten del entorno familiar y de la comunidad donde está naturalizada la violencia. Es así cómo aumentan las posibilidades consumir o de recaer.
En este hospital trabajan con terapias psicológicas para anular el consumo antes y después del parto con la ayuda de terapias. Esa es una de las estrategias para reducir el impacto del síndrome de abstinencia neonatal y otras consecuencias en los bebés.
A la hija de Karen solo le daban 24 horas de vida. Convulsiones, dolor generalizado, llanto continuo, taquicardia… Los pequeños experimentan los mismos síntomas de abstinencia que un adulto.
En el cercano Hospital General Guasmo Sur, el área de Neonatología atendió a cinco recién nacidos por este síndrome hasta junio. Tres han requerido atención en Cuidados Intensivos por su gravedad.
Según datos del Ministerio de Salud, en el 2017 se reportaron 15 casos de bebés con este síndrome. Cinco en Guayaquil.
Oswaldo Andrade, jefe de Neonatología, dice que el abordaje va más allá de aplicar una medicación para mitigar los síntomas. Una psicóloga perinatal y un terapeuta neonatal se enfocan en el estado emocional de madre e hijo para su recuperación integral.
“En su mayoría son madres por debajo de los 25 años. Las desintoxicamos y fomentamos la lactancia. Al dar de lactar se activa el sistema nervioso primitivo y se sienten más madres. Este tratamiento ha ayudado a muchas a salir de la drogadicción”, dice Andrade.
El control en los infantes es a largo plazo. Los niños tienen un seguimiento hasta los dos años, como indica la médico pediatra Ángela Saavedra. Y si detectan signos de alarma realizan más estudios. En los neonatos los efectos están asociados a una mayor predisposición para desarrollar problemas de aprendizaje y del desarrollo neuropsicológico.
Karen lleva a su hija a controles mensuales. También busca ayuda para aplacar la agresividad de su hija mayor, de 7 años. “Me alejé de ella; prácticamente se la regalé a mi mamá. Ella me vio consumir mucho”.
En el primer semestre del 2018 las adicciones en adolescentes registraron 18 492 consultas en unidades de Salud. El 34% se dio en la zona 8, donde hay planes para ampliar la cobertura de tratamiento con un nuevo centro de 120 camas.
Por ahora parte de la atención la cubren los hospitales, en especial en casos que derivaron en trastornos mentales. En el Hospital del Guasmo Sur, el psiquiatra José Pilligua ha detectado cuadros de personalidad disocial, depresión, bipolaridad y psicosis por el consumo de múltiples sustancias. En las consultas se analiza si esas patologías existieron antes y si incidió en el consumo.
Karen sabe que las drogas pueden matar y por eso se aferra a su tratamiento. Cuenta que ha visto a dos jóvenes morir en su barrio y a niños de 10 años que empiezan a enredarse en la adicción. “Con todo lo que he vivido no quiero volver atrás. Quiero terminar mis estudios y trabajar por mis hijas”.