Santiago y su abuela Coromoto asistieron a un festejo del Municipio de Guayaquil. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Abraham y su hermano están sentados frente a un rústico árbol de Navidad. No es de aquellos frondosos, con múltiples adornos ni con estrella; es solo un montón de tablas, alineadas en forma triangular.
Pero este es, quizá, su primer contacto con el ambiente navideño que invade diciembre. Desde que salieron de Venezuela junto con sus padres solo han pensado en cómo esquivar el frío de la noche, en conseguir la comida del día y en cuidar a sus otros dos hermanos, de menos de 2 años.
El jueves, tras meses avanzando a pie, llegaron al refugio Un techo para el camino, acogedor espacio en el norte de Guayaquil, donde la corporación Hogar de Cristo ha recibido a 13 000 personas en condición de movilidad humana.
Aquel día, al atardecer, una guitarra vibraba con villancicos. Alrededor de un humilde nacimiento, las familias -incluida la de Abraham- participaron en una novena, aunque no son comunes en su país.
En ese momento reflexionaron sobre José y María, y sus peripecias en busca de posada en Belén. “¿Eran ellos migrantes como nosotros?”, les preguntó una voluntaria. Al final, todos concluyeron que su historia está ligada al relato bíblico: también son caminantes, también han pasado peripecias, también conservan la fe.
“Siempre mantenemos el acompañamiento psicológico y de trabajo social personalizados, para conocer cada historia y entablar un diálogo”, dice Ronald Borges, coordinador de la casa de acogida.
En la casa de acogida Un echo para el camino hay novenas y hoy habrá una cena. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Pero en esta época de mayor emotividad, el albergue aprovecha esos detalles navideños para crear vínculos. Una cena, dar juguetes a los niños, poner música o hacer las posadas permite generar conversaciones para reafirmar la importancia de la unidad en esta fecha, por encima de todo.
506 117 ciudadanos venezolanos ingresaron a Ecuador de enero a noviembre. De ellos, 123 237 (24,3%) permanecen en el país, según registros del Ministerio de Gobierno.
Lilibeth y Francesca, su hija de 6 años, llegaron a Guayaquil hace un mes. Antes de su arribo fueron asaltadas y durmieron en la calle hasta que conocieron el refugio Hogar de Cristo. “A pesar de la crisis, siempre celebramos la Navidad. Pero este año me tocó dejar a mi familia… Todo se puso más caro y si había para la cena no se podía vestir a los niños”.
En el camino, mientras se acercaba diciembre, Lilibeth ha lidiado con un pedido de su hija. “Me pregunta qué le dará el Niño Jesús -cuenta entristecida-. Le dije que este año el Niño no viajó con nosotros, que se quedó en Venezuela”.
El 40% de quienes han pasado por este albergue temporal es niño o adolescente. Se calcula que 88 320 chicos venezolanos, de entre 3 y 17 años, viven en Ecuador; de ellos, solo 34 000 son parte del sistema educativo, como registra el Ministerio de Educación.
Pero no todos han tenido buenas experiencias. Los tres hijos de Íngrid (nombre protegido) no solo han sufrido violencia en su colegio por ser venezolanos; tampoco tendrían regalos en esta Navidad.
Íngrid se lo contó a través de un mensaje de Whatsapp a Sybel Martínez, vicepresidenta del Consejo de Protección de Derechos de Quito y directora de Rescate Escolar. De su angustiante experiencia surgió una iniciativa que cambiará la celebración de varios de sus compatriotas.
Este sábado 28, en Mundo Juvenil de Quito, 30 niños de 17 familias venezolanas tendrán un agasajo navideño. “Todo niño merece un regalo y su familia, un momento ameno”, dice Martínez. El festejo se organiza con donaciones de canastas, presentes y la visita de Papá Noel, para que la Navidad no sea un día cualquiera para quienes sufren xenofobia.
Otras celebraciones se adelantaron. El 19 de diciembre, la Fundación de las Américas (Fudela) y la Academia Tigrillos de Lumbisí (Cumbayá) brindaron un momento de unión, solidaridad y alegría a unos 70 niños y jóvenes.
Los chicos integran el equipo de fútbol Campeones Comunitarios, un proyecto con apoyo de Acnur. Algunos se encuentran en condición de movilidad humana, desde Venezuela o Colombia, como explica Ana Calero, de Fudela.
Ese día jugaron varios partidos con un enfoque diferente. En la cancha aplicaron la metodología de fútbol para el desarrollo: niños y niñas reforzaron valores alusivos a la época, como la generosidad y la inclusión. Al final, todos recibieron equipamiento deportivo.
Pese al dolor de la migración, muchas familias se aferran a sus costumbres. Coromoto López, de Maracay, cuenta con optimismo que en su nuevo hogar en Guayaquil tendrá una Navidad venezolana. “Allá hay gaita, hallacas, pan de jamón y dulce de lechosa verde. Trataremos de seguir la tradición”.
Y lo hará por su nieto Santiago, de 3 años, que espera una patineta de regalo. El festejo del pequeño se adelantó la semana anterior, cuando acudieron un centro municipal para ver el arribo de Papá Noel en helicóptero. En sus programas sociales, el Cabildo ha dado atención a 125 menores de distintas nacionalidades.
En la novena de Hogar de Cristo, Abraham y otros albergados oraron por sus compatriotas que atraviesan la frontera por Cúcuta, que soportan el frío páramo de Berlín hasta pisar Ecuador. Allí, bajo un árbol de mangos cargado con infantiles adornos navideños, rezaron un padrenuestro.
Fechas difíciles para los niños y adolescentes
Rodrigo Del Fierro, Coordinador Incidencia Misión Scalabriniana
“Estas fechas son especialmente difíciles para los migrantes. Acá habitan grupos familiares en movilidad, en situación precaria. Y los niños y los adolescentes son los más afectados. Al no estar arraigados aún en el país, sus condiciones son complejas. La Navidad y el Año Nuevo son fechas para reflexionar sobre la necesidad de fortalecer las políticas públicas para atenderlos; en el caso de los venezolanos hay más de 50 000 no escolarizados. Son seres humanos; hay que trabajar más en el sistema educativo, en temas de convivencia, de compartir, para evitar la xenofobia”.