La fisioterapista Virginia Mesa con Jeffrey Medina, en una terapia de rehabilitación. Junto al bebé, su madre Gissela y su padre Jhofre. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
La otra cara de hospitales del IESS, como el Andrade Marín, tiene paredes coloridas. En esos servicios, sus pacientes no caminan lento ni pintan canas. Varios van de la mano de sus padres. Dibujos con figuras de niños y soles con sonrisas, al estilo de los preescolares, caracterizan las zonas de atención a chicos de hasta 18 años.
Rafael Tanguila, de 11, se entretiene creando muñecos con plastilina. Ha pasado allí seis meses. Levanta una cobija, que lo cubre, y muestra su pierna derecha inmovilizada. Afronta osteomielitis crónica debido a que tras una caída, no le detectaron una fractura y eso provocó una seria infección.
Cuando oye a su madre Esther Tapuy, de 43 años, asegurar que no se queja de la atención que ha recibido su hijo, él anota: “solo de la comida”. Extraña el sancochito de fréjol, que se servía en Tena.
Esther quedó viuda hace 6 años y 3 meses. Rafael es el penúltimo de siete hijos, el primero tiene 27 años y el último 8. Lo atienden porque su madre cobra un montepío.
Él como otros hijos de afiliados y pensionistas, de 6 a 18 años, adquirieron el derecho a usar los servicios médicos del IESS, en el 2010, tras la reforma a la Ley de Seguridad Social.
Al 2017, la cifra de usuarios de servicios de salud, que aportan cada mes fue de 3,6 millones de personas. Esto frente a 4,7 millones de hijos de hasta 18.
En hijos de afiliados y pensionistas se concentró el 10% de la inversión en prestaciones de salud en el 2017. La cifra superó los USD 170 millones. Mientras que para cubrir la atención de empleados públicos y privados se destinó más de
1 005 millones (ver cifras).
Francisco Espinel es neurólogo pediatra en el Andrade Marín. Al mes -calcula- atiende a unos 400 niños y adolescentes, de 07:00 a 11:00, de lunes a viernes. Se suman otros de interconsultas de terapia intensiva o en emergencias.
Si los padres de los chicos buscan cita a través del ‘call center’ -admite Espinel- la conseguirán para después de cuatro meses, como pasa con los turnos para los adultos. Por eso, dice, ve a tantos pacientes.
“Tratamos de atender a los más graves o a quienes llegan de otras provincias”.
La neurología -subraya- es una especialidad cara y crónica. No es como una gripe, que se cura en 10 días y se va. Según el tipo, si un chico tiene epilepsia, necesita citas mensuales; resonancias y encefalogramas.
Este médico atiende esos casos, retraso global o motor, déficit de atención, disfunción ejecutiva, autismo, Asperger, trastornos oposicionistas desafiantes; dificultades de aprendizaje, retraso mental, distrofia muscular y parálisis.
En estos meses ha diagnosticado a tres chicos, de 4, 13 y 17 años, con encefalitis anti NMDA. Se pensaba que eran esquizofrénicos hasta hace 10 años por su cuadro psiquiátrico.
Este mal ocurre si anticuerpos producidos por el sistema inmunológico atacan a receptores NMDA del cerebro. Son proteínas que controlan impulsos en el sistema nervioso.
Desde hace un año ha realizado implantes del nervio Vago izquierdo en 11 chicos, de 3 a 18 años, con epilepsias de difícil manejo. Estas engloban al 30% de pacientes con este mal. La cantidad de convulsiones ha disminuido en el 60%.
En el Andrade Marín, por ser de tercer nivel, aclara la jefa de Pediatría Clínica, Yasmina Lascano, no se hace control del niño sano. La neumóloga pediatra reconoce también que en febrero ya reservó citas para mayo, junio y julio.
“Soy la única que revisa pacientes con asma”, comenta y comparte un método de trabajo que ha desarrollado para no dejar sin atención a quienes tienen patologías complejas: la ‘clínica de fibrosis quística’.
En ella hay 50 pacientes, de 6 meses a 17 años y 8 meses. Ellos no toman turnos a través del ‘call center’. Además, sus citas con todos los especialistas se hacen en un día.
Pese a las quejas por la demora en la asignación de turnos, para Lascano el IESS es la mejor opción para muchos.
“Otros hospitales públicos están colapsados. Sería una catástrofe para chicos con fibrosis quística no tener el Seguro”, dice y anota que una caja de (Dornasa Alfa) cuesta USD 2 000 en el mercado. Un paciente requiere una cada mes.
En el hospital atienden casos de encefalopatías muy graves, insuficiencia renal, trasplantes, obesidad, hipotiroidismo y tienen 15 chicos con VIH, etc.
Otro de los pacientes es Ronny Carrión, quien tiene síndrome de Alport, mal genético, que afectó sus oídos, sus ojos y su riñón. El año pasado recibió un trasplante en el Andrade Marín. Su padre, de quien heredó también el nombre, apunta que antes de que su hijo accediera al Seguro invertía USD 1 500 al mes en su tratamiento.
El chico ha recuperado el apetito que perdió en el 2013. Incluso le han aplicado la vacuna de crecimiento, en un centro privado. Mide 9 centímetros más, es decir 1,60 m. Y pesa 37, 5 kilos, 10 más que antes de la operación.
El 19 de febrero, Ronny cumplió 18. Su familia, como otras, decidió afiliarlo voluntariamente para que no pierda las atenciones médicas.
Esto pese a que se puede extender el derecho a la prestación de salud de los hijos de hasta 25 años. Esto con un pago adicional de 1,32% al aporte mensual, según el IESS.