En la noche, vendedores ambulantes llegan al sector. Permanecen allí hasta las 22:00. Foto: Evelyn Jácome / EL COMERCIO
Se pueden encontrar desde los platos más sencillos, como un pollo asado, hasta menúes internacionales, que llevan a las papilas gustativas a un paseo por Asia y Europa. A lo largo de la avenida Isabel La Católica, en el norte, hay 48 restaurantes que atraen a miles de visitantes cada semana.
Hay oferta de comida china, vegetariana, italiana, mediterránea, japonesa, libanesa, además de bifes, alitas, pizzas, mariscos, tacos y más.
La Isabel La Católica es una calle de dos carriles por sentido, pero solo uno queda libre para el tránsito vehicular, ya que los clientes de los locales se estacionan en la vía.
El sábado pasado (1 de junio del 2019), la zona estaba a reventar. A partir de las 19:30, los vehículos llegan y los clientes ingresan a los locales. Algunos permiten el paso solo a quienes reservaron.
Pamela Mendieta y su hermana Sabrina son dos clientas frecuentes de la zona. Comentan que lo que más les gusta del sector es la seguridad y la calidad de los locales. Jamás han sido víctimas de robos y admiten que los precios en la mayoría de restaurantes son altos.
Osaka es uno de los restaurantes de élite de la zona. Desde hace cinco años ofrece la nueva cocina nikkei, es decir, utilizan técnicas peruanas y japonesas milenarias y están presentes en siete países de la región. Andrés Vasco, gerente general, indica que llegaron al sector hace cinco años y que eligieron la zona porque les pareció interesante explotar el mix de negocio corporativo-turismo.
Cada plato tiene un costo promedio que va entre los USD 24 y 26. Semanalmente recibe unos 1 000 clientes.
Las rentas allí son costosas. Se puede pagar entre USD 3 000 y 5 000, dependiendo del tamaño del local.
Las personas comienzan a llegar a los locales de la zona a partir de las 19:30. Foto: Evelyn Jácome /EL COMERCIO
Desde la calle Julio Zaldumbide hasta la Galavis, cada casa es un restaurante. En ese tramo solo dos construcciones sirven de vivienda, el resto son negocios; esto genera tráfico vehicular, en especial los jueves y viernes. La movilidad se complica y los autos buscan calles transversales para parquearse.
En ese tramo trabajan cinco cuidadores de autos. Segundo Laos, de 66 años, es uno de ellos. Empezó hace dos años, y en ese tiempo ha visto abrir cuatro nuevos locales solo en la cuadra donde cuida. Cuando le va bien -dice- se lleva a casa USD 25. Pero también hay días malos, donde no reúne ni USD 5. Él y el resto de cuidadores trabajan con la Unidad de Policía Comunitaria.
En esta zona no hay ruido ni enganchadores que aturden, como en otros sectores comerciales de Quito. Pero la presencia de clientes ha atraído a vendedores ambulantes. Un pequeño de 6 años se acerca a los autos con una caja donde ofrece chicles, chupetes y cigarrillos. Es el hijo de María, oriunda de Saquisilí, quien trabaja allí junto a seis coterráneos, de 17:00 a 22:00.
María vive en Cutuglagua, al extremo sur de la capital. Regresa a casa en bus, pero cuando el negocio está bueno, se queda un par de horas más y paga USD 10 a un taxi.
La calle Isabel La Católica separa a las parroquias La Floresta y La Mariscal. Marlene Toapanta, presidenta del Comité de seguridad y convivencia ciudadana de La Floresta, comenta que si bien en el momento aún hay orden en la zona, los vecinos temen que se convierta en una extensión de La Mariscal, con todos los problemas que ello implica.
En La Floresta viven unas 35 000 personas, pero la población flotante, tomando en cuenta las universidades que se asientan allí y los restaurantes, supera los 300 000.
Toapanta asegura que hay falta de estacionamientos e inseguridad. Advierte que hay habitantes que tienen emprendimientos, como cafeterías, pero que quienes generan mayor tráfico son las grandes cadenas. El ‘boom’ de los restaurantes, dice, quita paz al sector.