Luis Armijos es amable y siempre da la bienvenida a sus clientes con una sonrisa, en su local ubicado en el tradicional Pasaje Amador, en la calle García Moreno.
Antes del mediodía del viernes último, el cliente es José Ortiz. Tiene 70 años y se sienta en uno de los cuatro sillones con tapizado rojo. Se ubica frente a una pequeña repisa de vidrio, donde hay rociadores de agua, un secador de cabello y un frasco de vidrio que tiene una tapa verde.
“Es formol y sirve para desinfectar”, explica Armijos, luciendo un traje blanco. Junto a la repisa hay un esterilizador del mismo color, parecido a un pequeño horno, donde guarda cepillos y peinillas. En la puerta enrollable, un rótulo con letras rojas anuncia que allí es la Peluquería Quito.
Armijos es el dueño desde hace 18 años, pero ya lleva 26 vinculado al local, desde que empezó a trabajar como operario. Su padre, Olmedo Armijos, le enseñó el oficio en su natal Loja. Ahora tiene a su cargo tres profesionales, quienes aprendieron su técnica.
Es la segunda vez que Ortiz llega al local para que le corten el cabello. “Regresé porque me gustó cómo me cortó la otra vez”, dice, mientras el peluquero le coloca sobre su pecho una capa azul.
Con una tijera en su mano derecha y una peinilla violeta en la izquierda, Armijos comenta que la técnica de un peluquero es diferente a la que se aplica en los gabinetes de belleza. “Aquí se usa la máquina de cortar el cabello y una peinilla, no los dedos. Por esa razón, los clientes nos prefieren”.
Luego de 20 minutos, el cliente se mira en el espejo con gesto de satisfacción. Se levanta, se sacude el cabello que se pegó a su chaqueta, paga USD 2,50 y se va.
A una cuadra, en el segundo piso de la casa N3-75, en la calle Benalcázar, está la Barbería Pacífico. Elicio Vilatuña Páez es dueño desde hace 60 años.
Viste una chaqueta azul marino, que deja ver una corbata roja y una camisa blanca. Esta vez, un militar retirado de apellido Aguilera se sienta sobre el sillón con tapizado negro.
Mientras corta el cabello, Vilatuña agradece a Dios por haber aprendido el oficio que su hermano Arsenio le enseñó, en Guayaquil, cuando tenía 14 años.
Con su mentón levantado dice que fue la Barbería Pacífico la que rompió esquemas en la ciudad, hace unos 40 años, cuando decidió contratar a una peluquera, a quien enseñó su técnica.
“Muchos se resistieron, pero otros aceptaron”. Aquella mujer dejó el oficio años atrás. Ahora, Verónica Vega, una joven de 20 años, atiende a los clientes con el mismo estilo.
Junto a las dos cómodas que tienen rociadores, cremas y productos de peluquería, hay un listado de precios y un afiche sobre los nuevos servicio que Vilatuña implementó “para no perder clientela”: masaje facial, USD 2; 10 minutos en la silla masajeadora, USD 1; 15 minutos en el sillón relax, USD 1,50.
La máquina pasa lentamente por la nuca del militar retirado. “Hay que ser minucioso al cortar la línea base. Así, el cliente vuelve una y otra vez”, asegura.
Dos hombres ingresan al local del segundo piso, junto a la Foto Estudio Idea y se sientan a esperar. Ellos están interesados en la silla masajeadora. Vega se alista para atenderlos.