La remodelación finalizó la semana pasada. Su interior se divide en cuadrantes, según los tipos de locales. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Los sucres adornaban un altar elevado entre puestos de legumbres y flores. La Virgen que custodiaba el viejo Mercado Central recibía a diario ofrendas de los comerciantes, agradecidos por la masiva clientela y las abundantes ventas.
“Si pone piedras, en ese mercado las vende”, dice convencida Magaly Ortega. La primera vez que pisó este imponente eje comercial de Guayaquil apenas tenía 17 años. A esa edad comenzó a trabajar en los comedores internos, en los que no faltaban el seco de chivo y el caldo de bagre; 40 años después, aquella imagen religiosa, rodeada por la bonanza, aún está fresca en su memoria.
El Central fue construido a inicios del siglo XX, como registra el Sistema de Información del Patrimonio Cultural Ecuatoriano. En mayo del 2018 cerró por primera vez en su historia, para ser remodelado.
Carlos Hernández, director de Infraestructura Comunitaria del Municipio de Guayaquil, explica que fue necesario remover las vetustas tuberías que eran guaridas de cientos de roedores. El terreno se rellenó con 10 000 m³ de material, que representan casi 1 000 volquetas cargadas.
“La fachada no se tocó porque es patrimonio; en el interior todo es nuevo. La estructura ya estaba colapsada, pese a las tareas de reforzamiento luego del terremoto del 2016”, explica Hernández. La obra, valorada en USD 3 millones, incluyó el cambio de tuberías, una nueva estructura de hormigón y techado metálico, y la instalación de un sistema contra incendios, que no existía.
“Se ha retomado el interior con el que fue construido: con jardineras, bancas antiguas, quioscos tipo francés colonial para la venta de flores, para mantener esa identidad que tuvo el mercado con la que los guayaquileños se han identificado”, agrega Hernández.
Los trabajos tomaron poco más de un año, tiempo que ha puesto a prueba la prosperidad que irradia. “La gente venía al mercado y cruzaba a los otros negocios, porque aquí tenemos precios para el pueblo. Con el cierre, las ventas bajaron”, asegura Juana Morocho.
El puesto informal que instaló en la calle Santa Elena hace 38 años se ha convertido en un surtido negocio que cada julio, por la Fundación de la ciudad, se viste con trajes celestes y blancos. En estos meses, la comerciante confiesa que ha luchado para completar los USD 3 500 para el alquiler del local.
Santa Elena, 10 de Agosto, Clemente Ballén y 6 de Marzo son las vías que marcan el perímetro del Mercado Central. Alrededor de la renovada infraestructura cobran vida al menos 10 manzadas con comercios de todo tipo: librerías, bancos, importadoras, carnicerías, centros comerciales, ventas ambulantes, entre otros negocios de la zona.
Este sector, que tiene como epicentro el mercado, es una muestra del desarrollo económico de Guayaquil. El comercio es la principal actividad económica del país, con USD 22 569 millones en ventas entre enero y abril del 2019, según la Cámara de Comercio de Guayaquil. La urbe porteña representa USD 7 987 millones.
“En un día malo sacábamos USD 250 dentro del mercado”, afirma Carmen Ayala. Ella heredó un tradicional puesto de coco y esencias para postres que inició su madre Bernarda.
El intenso aroma a menta y vainilla no logra enganchar a los clientes en los locales temporales que el Cabildo habilitó a cuatro cuadras del Central. Ayala cuenta que aquí, con suerte, alcanza USD 100 al día.
300 comerciantes del Mercado Central fueron reubicados temporalmente en tres estacionamientos, en angostos puestos que parecen estallar con confites, frutas, embutidos y plantas para limpias. En la nueva plaza hay espacio para 268 vendedores, en puestos de casi 2 metros cuadrados.
El comedor provisional de Magaly Ortega está al final de uno de los garajes. Casi al mediodía, las mesas están vacías y las ollas aún siguen llenas. “Apenas -dice- salvamos la comida del día. Después de este sacrificio queremos volver pronto al mercado”. El Cabildo prevé su reapertura en este mes, por las fiestas julianas.