La plaza de San Blas es una de las más antiguas del Centro Histórico de la ciudad. Los muros de su iglesia datan del siglo XVI y las cubiertas, del XIX. Fotos: Patricio Terán / El Comercio
Era el santo de la sanidad. A San Blas se lo invocaba cuando alguien enfermaba y requería una cura milagrosa. Fue el cuidador de la parroquia que heredó su nombre y que por los años 40 fue la puerta de ingreso a Quito. Pero el esmog, la venta de licor y la delincuencia anclaron al caserío a un rincón sombrío de la ciudad.
Hoy los vecinos renuncian a la sentencia de sector desahuciado y recuperan el latido del barrio a punta de emprendimientos. San Blas, en honor a su patrono, sana y revive.
Ese barrio, de calles angostas y empinadas, de casas de dos y tres pisos que conservan su estilo colonial de balcones y cornisas, hoy es hogar de 33 hostales, 28 negocios turísticos como restaurantes y bares, siete planteles educativos, cuatro plazas y una plaza de toros.
Dos galerías comerciales se abrieron en la calle Oriente en los últimos tres meses. Rocío Oñate (a la derecha)muestra los sombreros de paño que vende en su local. Foto: Patricio Terán / El Comercio
En los últimos seis meses se abrieron dos galerías, tres nuevos restaurantes y se readecuaron cuatro hostales.
San Blas se estableció, allá por 1568. Alfonso Ortiz, historiador, comenta que fue habitada por los indios que habían sido desplazados del Centro.
Luego llegaron los Galárraga, los Sarzosa, los Guerra y se volvió un barrio de jorgas y galanteos. Cuando Quito creció, se construyó la Guayaquil y el Coliseum, donde funcionó por casi 50 años la biblioteca nacional. La gran trasformación se dio a mediados de 1970, cuando se abrió la calle Pichincha. Se construyeron grandes edificios, como ‘La Licuadora’.
Sobre el viejo cementerio se improvisó un mercado de chucherías. Allá iban a parar las máquinas viejas y las cosas robadas. La calle El Vergel se convirtió en parada de los buses que venían de San José de Minas. De allí traían licor que se vendía en la vía. No tardaron en llegar las cantinas, lo que atrajo a bebedores y vagabundos, que en los años 80 se apropiaron del lugar. San Blas cargó esa cruz por más de 30 años.
Eso trajo como consecuencia el deterioro temprano de San Blas. Se volvió, dice Hernán Orbea, urbanista, un foco de contaminación. Los grandes edificios construidos años atrás empezaron a deteriorarse.
El barrio aún acoge esos oficios tradicionales que en Quito escasean. Hay sastrerías, zapaterías y venta de abarrotes. Allí viven 15 artesanos que elaboran guitarras o hacen restauraciones de imágenes. Esa es una fortaleza que motiva el empoderamiento del barrio.
San Blas es el hogar de Rocío Oñate, de 46 años. Allí se casó, tuvo a sus dos hijas y hace dos meses abrió la galería Dulce Ecuador, en la planta baja de su casa, en la Oriente, con una inversión de USD 6 000.
Su pequeño y acogedor local atrae al peatón con un suave olor a chocolate. En una pequeña estantería cuelgan coloridas chaquiras y coquetos duendes hechos a mano por un productor local. Tiene bebidas de limón, menta y café, cerveza artesanal y chocolates de whisky, ron y pájaro azul.
Los turistas entran a la tienda y no pueden evitar probarse los sombreros de paño, el mayor atractivo. Su padre, quien vive en Saquisilí, empezó a fabricarlos hace 73 años. Unos cuestan USD 15 otros, USD 120.
Allí se puede probar una bebida refrescante que años atrás estaba reservada para los clérigos: el rosero quiteño. El sabor del agua de rosas se diluye en la boca con un ligero toque a frutillas, babaco, piña y mote.
Oñate recuerda que en los 90 las calles estaban tomadas por pillos. Fumaban en la puerta de su casa. El olor a marihuana subía a los cuartos. Le robaron su barrio, pero ahora lo recuperó.
Desde hace 15 años, poco a poco, el sector empezó a cambiar. Pero la verdadera transformación se inició hace cuatro meses, cuando los vecinos decidieron salir de sus casas, conocerse y emprender.
Adelaida Vargas abrió otra galería el 5 de diciembre. Gabriel Salazar es el dueño del Hostal Quito Backpacker. La mayoría de clientes llega de Francia, Alemania y Suiza.
En la zona hay 11 hostales y más de 20 que se rentan por horas, legado de las trabajadoras sexuales que caminaban por estas calles en los 90.
Se pueden hallar habitaciones entre USD 10 y 30. La casona de Salazar, que aún conserva su centenario mosaico original, tiene un patio interno donde los turistas toman té o leen, junto a una cocina comunal.
Al subir las gradas de madera se llega a habitaciones con nombres de volcanes. Puede dormir en la Cotopaxi, o en la Chimborazo. En el tercer piso, tienen nombres de ríos.
Los cuartos no tienen TV por una razón. Salazar apuesta por la convivencia. En el cuarto piso está el área social, con mesa de ping-pong, billar, una rayuela, un ajedrez gigante… y una vista privilegiada del Centro.
La calle Oriente ya no tiene basura ni suciedad de perros. Los vecinos se comprometieron con el plan de revitalización. Tienen un chat para alertar las novedades y los eventos.
Hay negocios en las calles Oriente, León, Ríos, Olmedo y Antepara. Los vecinos siguen golpeando puertas para que más gente se una. Planean hacer ferias de arte mensuales.
Juan Carlos Rojas, presidente del barrio, reconoce todos los cambios pero considera que hace falta unión. Este año van a organizar novenas comunales. San Blas entendió que la buena vecindad y el emprendimiento comunal nacen en la calle.