En el laboratorio, Ángel Llerena busca una solución al mal de Panamá. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
El terno y la corbata estorban un poco a Ángel Llerena Hidalgo. “Estoy más cómodo con una gorra y unos jeans; yo soy un hombre de campo”, dice el ingeniero agrónomo al llegar al laboratorio de Análisis de Suelo, Aguas y Plantas de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, poco después de un homenaje.
El espacio no supera los 5 metros cuadrados. Mientras se equipa con un mandil, recuerda los inicios de la investigación que lo catapultó a la nominación al Nobel de Fisiología, que se definirá el 1 de octubre entre 27 propuestas. Junto a un equipo de la universidad descubrió que el agua ozonizada combate la sigatoka negra, enfermedad que afecta al banano de variedad cavendish, la más comercializada en el mundo.
“Un compañero -el investigador adjunto Cristóbal Aguirre– tenía una fábrica de agua ozonizada que cerró. Entonces nos preguntamos qué hacer con los equipos de ozono; así comenzamos el estudio, en el 2012”. Durante cinco meses experimentaron en una hacienda, donde eliminaron el hongo causante de la sigatoka.
La metodología consiste en instalar en la plantación un pequeño equipo para ozonizar el agua (valorado en USD 600). Al contacto, el hongo Pseudocercospora fijiensis se oxida.
La investigación duró cinco años, tres de trabajo de campo en bananeras del Guayas y de Los Ríos. Llerena resume que eliminaron el hongo, bajaron los costos en 40% y aumentaron la productividad en 25%.
“El estudio aporta al manejo ambiental, a liberar al planeta de tanta contaminación. Solo en nuestro país se usan 5 millones de litros de fungicidas químicos al año”, dice.
Además de Aguirre, junto al nominado trabajan Rafael Castaño y los ayudantes Yomira Piedrahíta, Mario Santillán, Andrés Martínez, Xavier Dávalos y su hijo, Ángel Llerena, quien ganó una beca por su aporte a la investigación.
La sigatoka negra, que llegó a Ecuador en 1982, inhibe la capacidad de fotosíntesis de la planta y afecta al fruto. Su control con químicos se ha extendido en países bananeros como el nuestro, que reportó 166 900 hectáreas plantadas y 6,3 millones de toneladas de producción en el 2017.
El estudio del ecuatoriano fue presentado al Comité Noruego del Nobel por la Universidad Agraria de La Habana (Cuba), una de las instituciones acreditadas por el comité y donde Llerena estudió un doctorado en Ciencias Agrícolas. Su nominación tiene el respaldo de universidades de México, Honduras, España e Italia.
Como anécdota recuerda que pidió un tiempo para pensar en la propuesta. Esa noche no logró dormir; estaba en España, donde había presentado la investigación. Ahora divide su tiempo entre homenajes, entrevistas locales e internacionales y nuevos estudios.
La metodología ha sido patentada en Ecuador, como confirmó Walter Mera, vicerrector de Investigación y Posgrados de la Universidad Católica. Mientras que Cecilia Loor, vicerrectora académica, asegura que la aplicación ha despertado interés en Japón, Tailandia, Guatemala y Costa Rica.
El científico, de 64 años y miembro de la Sociedad Europea y Española de Fisiología Vegetal, reconoce que no ha sido fácil divulgar el resultado, debido al peso de la industria agroquímica. Hasta antes de la nominación solo compartía la idea en foros agroecológicos, donde tenía apertura.
Llerena nació en Quevedo (Los Ríos); de ahí viene su pasión por el campo. Desde que llegó a la Universidad Católica de Guayaquil ha desarrollado 21 investigaciones, todas con una raíz en común: fomentar la agricultura sostenible.
La semilla del piñón, una planta que suele utilizarse para marcar linderos en zonas costeñas, es parte de sus proyectos. “La semilla contiene ácido linolénico. Después de un proceso de fermentación es capaz de transformarse en ácido amónico, que activa los genes de resistencia en las plantas”.
Como abono orgánico también ha experimentado con plantas conocidas como mata-ratón y pepito colorado. “Tienen 1,8% de nitrógeno. Es más que suficiente para compararse con un quintal de urea”.
Ahora se concentra en hallar nuevas aplicaciones del ozono para combatir la moniliasis, que afecta al cacao. Y experimenta una fusión con quelato de cobre para atacar al caracol, que el 2011 arrasó con los cultivos de arroz en la Costa.
Su más reciente investigación apunta al Fusarium oxysporum, el hongo del mal de Panamá. “En el país solo tenemos raza 1. Pero el raza 4, más virulento, está diezmando plantaciones en países con temperaturas bajo cero y por encima de 45 grados centígrados. Ataca a la raíz y no hay químico que lo controle”, explica mientras enseña una muestra del hongo en una placa de Petri.
Recientemente viajó a Tailandia para definir un convenio de investigación del mal de Panamá, que está dando resultados. En octubre irá a Estocolmo con su familia, a la ceremonia de premiación del Nobel.