“Las consecuencias de una salida rápida son tan predecibles como inaceptables ”, sostuvo Donald Trump. Foto: EFE
Un año después de que el presidente Donald Trump revelara su estrategia para Afganistán, una nueva ola de violencia y derramamiento de sangre afecta a la devastada nación asiática eclipsando algunos pequeños signos de avance.
Cada ataque exitoso de los yihadistas representa un enorme revés no solo para el gobierno de Afganistán, que está impulsando conversaciones de paz con los talibanes, sino también para el Pentágono, cuyos funcionarios insisten en que las cosas finalmente están mejorando.
En los últimos días, los talibanes y el grupo extremista Estado Islámico (EI) han perpetrado una serie de operaciones mortales en las que los civiles se han llevado la peor parte, incluido un ataque del EI a una escuela en la que murieron decenas de jóvenes.
Antes de eso, militantes talibanes habían lanzado un ataque contra la estratégica ciudad de Ghazni, obligando a las fuerzas de seguridad respaldadas por Washington a luchar durante días para repelerlos.
Tales titulares seguramente no son los que Trump imaginó cuando el 21 de agosto del año pasado anunció que redoblaría el compromiso de Estados Unidos con Afganistán, prolongando la guerra más larga en la que haya participado el país.
En desacuerdo con la idea del presidente Barack Obama de que Estados Unidos podría salir de Afganistán sin dejar un vacío de seguridad, los jefes militares de ese país dieron la bienvenida a la decisión de Trump de desplegar miles de soldados adicionales y cancelar la promesa de un retiro programado.
“Las consecuencias de una salida rápida son tan predecibles como inaceptables ”, dijo Trump al anunciar su estrategia, que también busca presionar a Pakistán a hacer más para atacar a los talibanes.