Ayuno, oración y mortificación son parte de la preparación en Semana Santa. Foto: Julio Estrella/EL COMERCIO
No se trata del dolor por el dolor. El negarle alimento al cuerpo y la autoflagelación son prácticas que forman parte de algunos practicantes católicos que buscan sentir en carne propia el dolor de Jesús en la cruz. Precisamente, estas prácticas cobran fuerza en la Semana Santa, cuando se vive la esencia de la religiosidad católica: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Algunos feligreses expían sus culpas bajo el dolor de caminar cargando cruces o de rodillas en procesiones como la Jesús del Gran Poder, que se realiza hoy, viernes 14 de abril, en Quito, a las 11:00, en la plaza de Santa Clara. Asimismo, las congregaciones católicas se alistan para la Semana Mayor con ayuno, intensificando su oración y la lectura de la Biblia y, en algunos casos, con la mortificación.
Ser solidarios en el sufrimiento, apagar el cuerpo, negar los placeres y alejarse del pecado es parte de la memoria católica que reconoce el pecado, la culpa y busca la reconciliación con Dios, dice el teólogo y antropólogo Boris Tobar.
En el Monasterio del Carmen Alto, donde viven encerradas por amor a Jesús 20 hermanas de la Congregación de Madres Carmelitas Descalzas, la preparación para la Semana Santa se realiza todo el año, pero toma vigor el Miércoles de Ceniza.
El claustro es el reino del silencio. Las religiosas realizan sus actividades sin hacer ruido. Solo hay dos momentos en el día en que es permitido hablar. Ellas lo llaman recreo. Pero como parte de la preparación para la Semana Mayor, los recreos se restringen.
Las religiosas deben permanecer en sus celdas o en las proximidades, meditando en la palabra del Señor y velando en oración. La madre Verónica de la Santa Faz, priora del monasterio (fundado en 1653), admite que el recogimiento se hace más intenso en la Semana Mayor. Desde el martes, la oración y entrega a Dios se incrementa y queda prohibido hablar. Y, por voluntad propia, hacen penitencias.
Se trata de actos de mortificación impuestos por ellas mismas, como llevar un silicio, un implemento metálico que se coloca en manos, pies, cintura o en algún lugar donde produzca dolor. Lo usan para expiar un instinto, una falta cometida. Si rompen el silencio, lo usan todo el día, siempre y cuando su director espiritual (un sacerdote) lo apruebe. La priora asegura que la penitencia se duplica en la cuaresma y aumenta en la Semana Santa.
Es lo que en psicología se conoce como un ‘fenómeno de transferencia’. Tobar lo explica con el ejemplo de una madre que no quiere ver sufrir a su hijo y prefiere sufrir ella.
Dentro de estos muros nadie se asombra al escuchar hablar de autoflagelación. De hecho, este claustro se levantó en la casa de Santa Marianita de Jesús. La madre Verónica cuenta que cuando murió, le encontraron un cilicio en la cintura y hoy ese instrumento es el casquete de este convento.
Hasta el siglo pasado, era común que los religiosos practicaran la mortificación corporal. Se colocaban cilicios en sus rodillas para lastimarse al rezar, se azotaban en su habitación. La práctica llegó al país con los españoles, explica Jorge Moreno. Se hacía sufrir al cuerpo porque es objeto de pecado y había que castigarlo para acercarlo al creador. Pero a partir del Concilio Vaticano
II (1962-1965) no se aprobaron esas prácticas. La Iglesia comenzó a sembrar la idea de que no tiene sentido la mortificación, que lo que se debe hacer es vencer la tentación.
En el convento de las Hermanas Mercedarias del Niño Jesús, la preparación para la Semana Mayor también es intensa. Siomara Garro comenta que el tiempo de oración y reflexión se duplica, y se trata de vivir cada día con espíritu de servicio y ayuda al prójimo. Ellas se unen al dolor y carencia de los que menos tienen y deciden, por voluntad propia, no comer. Así reflejan la abstinencia y el ayuno, lo que para Moreno es una forma de mortificación del cuerpo.
Javier Piarpuzán, párroco de El Quinche, comenta que a partir del Miércoles de Ceniza se inicia una preparación para la Semana Mayor. Todos los viernes ayunan y van más allá: comparten los alimentos que no consumen con quienes menos tienen. El ayuno no solamente es privarse de comida, sino que implica evitar actividades que le provocan placer al cuerpo, como dejar de lado la Internet o el celular, luchar contra el mal genio. Admite ser temperamental, por lo que parte de su preparación es evitar correcciones no caritativas.
El padre Froilán Serrano, párroco de El Belén, cuenta que durante la Cuaresma intensifica los momentos de oración. Hace abstinencia y ayuno: se aparta de las golosinas, deja de jugar fútbol y de montar motocicleta. Además, se confiesa para quitar del corazón los odios y la envidia. “Los sacerdotes no somos ángeles caídos del cielo, somos tan humanos como nuestros feligreses y tenemos debilidades y errores”.
Tobar explica que parte de la Semana Santa es tener conciencia de pecado, por lo que hay largas filas en los confesionarios. Fray Jorge González, guardián de la iglesia de San Francisco, asegura que usualmente recibe para confesiones a unas 20 personas, pero en Semana Santa la cifra sube a 200. Y el Viernes santo, a 400, que en su mayoría son los participantes de la procesión de Jesús del Gran Poder. Fray Jorge Los ayuda así a expiar sus culpas.