Petita Albarracín (izquierda) habló en la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso de su hija Paola. Foto: CorteIDH
Paola quería viajar a Nueva York para ver a su tía. Su sueño era terminar el colegio y ser secretaria. Pero todo se truncó. El 12 de diciembre del 2002, dos días después de haber cumplido 16 años, se quitó la vida. Estaba sumida en una depresión provocada por los constantes abusos sexuales perpetrados por el vicerrector del colegio en donde estudiaba, un hombre que para entonces tenía 65 años de edad.
Sentada frente a los jueces de la Corte Interamericana de DD.HH. (CorteIDH), Petita Albarracín recordó ayer estos detalles. Por momentos se quedaba en silencio. “Mi hija tenía apenas 16 años y el vicerrector tenía 65. Eso no era amor. Algo le hizo ese señor”, dijo la madre. Se tomó el rostro y dejó de hablar.
La sala de sesiones de la Corte-IDH estuvo llena. Frente a la mujer se encontraban los representantes de la Procuraduría General del Estado; y a su lado, Lita Martínez, del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam-Guayaquil).
¿Cómo era Paola? ¿Cuáles eran sus aspiraciones?, inquirió la funcionaria. “Muy alegre, amorosa, apegada a sus primos”, contestó la madre. Era la primera de dos hijas. “Me ayudaba con mi madre, que estaba enferma. Me contaba todo lo que le sucedía. Lamentablemente no sé qué pasó con ella”.
Hoy recuerda cómo, de un momento a otro, su hija cambió. “Por fines de octubre (del 2002) ya no era la misma niña alegre. Comenzó a pasar sola en la casa. Un día, cuando estaba en el dormitorio, le pregunté si tenía algún problema y me dijo que no. Cuando nos acostamos en la cama le vi unas llagas y dijo que no era nada”.
Las violaciones habían comenzado en el 2001.
“Mi hija fue la víctima, mi vida fue la víctima”, repitió una y otra vez la madre. Su voz se quebró, pero siguió. “Estoy cansada y enferma. Esto es lo último que hago por Paola”. La mujer lloró mientras la sala se quedó en silencio.
“Que no pase ni una niña lo que vivió mi hija y lo que yo he sufrido”. El día de la muerte, una sobrina alertó que la joven había consumido diablillos.
La madre corrió al colegio y lo primero que vio fue cómo las amigas lloraban desesperadas. “Cuando corría vi un callejón y al fondo estaba botada mi hija. El vicerrector se acerca y me dijo: ‘Recoja a su hija y llévesela’. Mi hija me escuchó y me dijo: ‘Mamita, perdóname’. Y la llevamos al hospital”.
En medio de la sesión del pasado martes 28 de enero de 2020, lamentó que no hayan sido procesados todos por esta muerte. “Quería que caigan los responsables y los cómplices, pero no ocurrió aquello”.
Personal de Procuraduría, que escuchó el relato, reconoció fallas en el proceso y a nombre del Estado ecuatoriano ofreció disculpas públicas a la madre de Paola. “Hubo falencias en cuanto a las rutas de la denuncia, investigación y sanción para la violencia sexual que ocurre en el ámbito académico, así también hubo falta de medidas de prevención”.
Reconoció la “inadecuada investigación que se realizó para esclarecer los hechos y determinar responsabilidades de lo ocurrido”.
Además, se identificó que el proceso judicial por esta muerte no cumplió con los estándares de debida diligencia, “toda vez que no se logró la localización y captura del imputado. Así prescribió el delito”. La responsabilidad será imputada a las autoridades judiciales.
También se determinaron problemas en el ámbito administrativo, pues la Procuraduría dice que el Estado “no implementó las medidas adecuadas y efectivas para investigar y determinar la existencia de los hechos denunciados y, de ser el caso, sancionar a los responsables de este hecho”.
Hace un año, el Ministerio de Educación dijo que acatarán las resoluciones que imponga la CorteIDH. La madre de Paola quiere que el Estado responda y haga justicia, que repare el nombre de su hija.
Ayer, recordó las últimas horas de su niña, cuando primero le llevaron al hospital y luego a una clínica privada, para ver si podían salvarla. En la noche pedía agua y que la bañaran.
Decía que le ardía todo el cuerpo. Había ingerido 11 diablillos. “Como madre le preguntaba por qué hizo eso”.
El relato siguió: “De pronto las uñas se pusieron moradas, llamamos al doctor y le llevaron a terapia intensiva”. Poco después salió un médico y dijo que Paola acababa de fallecer.
Ahí se enteró que la menor había sido violada. De entre el grupo salió una persona y le dijo que debe denunciar al vicerrector, porque él había abusado de su niña.